No hay calificativo para tasar con exactitud la postura del presidente Andrés Manuel López Obrador ante las opiniones de quienes lo observan y opinan, bien o mal, sobre los resultados de su gobierno. No puede apelar a ningún privilegio después de 18 años de campaña a base de severas críticas, muchas de ellas muy certeras a través de los medios de comunicación, protestas públicas y ante organismos internacionales, para quedar exento de la revisión periodística crítica de sus acciones, ya que, como todo servidor público de cualquier país, su ejercicio debe estar sometido a las observaciones y a un escrutinio riguroso.
Resulta inconcebible, vergonzoso y decepcionante querer convertir al gobierno de la 4T en poseedor del monopolio de la verdad o en el tribunal de la mentira con su programa mañanero “¿Quién es quién en las mentiras de la semana?” cuando según el informe de la Organización Civil, Signos Vitales, en el informe, “El valor de la verdad. A un tercio del sexenio” en cada una de sus “conferencias mañaneras” miente o brinda datos inexactos 80 veces en promedio, y que en lo que va de su administración ha dicho más de 56 mil mentiras perfectamente demostradas por el doctor en Ciencia Política, Luis Estrada, director general de SPIN, Taller de Comunicación Política.
No le apena siquiera que lo evidencien con la mentira más grande, al afirmar que él y su gobierno no mienten, pues, él siempre tiene otros datos. Ante el mundo se atreve a afirmar que la gasolina no ha incrementado a pesar de haber pasado de 18.32 a un promedio de 20.39 y 21.93 durante su gobierno, que sí hay medicamentos para niños con cáncer en los hospitales Insabi, que ya no hay torturas, no hay apagones, no se ha militarizado el país, que tenemos un sistema de salud como Dinamarca, que ya domamos la pandemia, que ya no hay feminicidios, que hay crecimiento económico, que el número de pobres ha disminuido en su gobierno, que en México no mandan los delincuentes y en las pasadas elecciones se portaron muy bien, que ya no hay huachicol, no se ha endeudado al país, y un largo etcétera.
¡Ah! Y que ya no hay corrupción como en los gobiernos del pasado, que las más 23 casas Manuel Bartlett, incluida la que fue su casa de campaña, son fruto del esfuerzo de su director General de la CFE; que los contratos que le dio Pemex a Felipa López Obrador no fueron por su recomendación, y que los sobres con billetes que recibieron Pío y Martin Jesús (Martinazo) López Obrador, como quedó al descubierto en un nuevo video de quien fuera su colaborador cercano, David León, no fueron “aportaciones para el Movimiento” y “dinero de una tanda”, pero que es parte de una campaña negra para perjudicarlo.
Y para tratar de encubrir y justificar sus malas políticas y estafas de su círculo cercano, el presidente se lanza con todo a la caza de columnistas, medios de comunicación nacionales e internacionales y organismos no gubernamentales, acusándolos de tendenciosos, golpeadores, mentirosos, y de ponerse de acuerdo para cuestionar su gobierno sin pruebas, como hizo con Pedro Vaca, relator de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que pidió al gobierno mexicano reconsiderar la sección “Quién es quién en las mentiras” de las mañaneras por afectar la libertad de expresión y la democracia al perturbar las garantías para un debate libre, informado, de señalamiento público, que no puede trazarse bajo la represión.
López Obrador, intolerante como siempre ante las críticas sobre los temas fundamentales de la vida política, económica y social que han llevado al país al desastre total, señala con toda impudicia que sólo se trata de dar una lección de ética pública para que la ciudadanía pueda detectar noticias falsas. “La interpretación de la Comisión Interamericana es muy ventajosa, lo que pasa es que quieren que haya un diálogo circular, que nada más ellos quieren tener el monopolio de la verdad”, dice el “dueño de la verdad”, pero, ¿y las más de 56 mil mentiras que le han documentado?
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