La persecución a los científicos que han dicho la verdad en la historia de la humanidad no es nueva ni se puede contar con los dedos. Tenemos casos emblemáticos como el de Giordano Bruno, que nació en 1548 y fue quemado vivo brutalmente el 17 de febrero de 1600. Perteneció a la orden de los dominicos y se negó a refutar ocho proposiciones hechas por él que son las siguientes: 1. La declaración de “dos principios reales y externos de la existencia: el alma del mundo y la materia original de la que se derivan los seres”. 2. La doctrina del universo infinito y los mundos infinitos en conflicto con la idea de la Creación: “El que niega el efecto infinito niega el poder infinito”. 3. La idea de que toda la realidad incluyendo el cuerpo, reside en el alma eterna e infinita del mundo. “No hay ninguna realidad que no se acompañe de un espíritu y una inteligencia”. 4. El argumento según el cual “no hay transformación en la sustancia”, ya que la sustancia es eterna y no genera nada, sino que se transforma. 5. La idea del movimiento terrestre, que -según Bruno- no se oponía a las Sagradas Escrituras, las cuales estaban popularizadas para los fieles y no se aplicaban a los científicos. 6. La designación de las estrellas como “mensajeros e intérpretes de los caminos de Dios”. 7. La asignación de un alma “tanto sensorial como intelectual” a la Tierra. 8. La oposición a la doctrina de Santo Tomás sobre el alma: la realidad espiritual permanece cautiva en el cuerpo y no es considerada como la forma de cuerpo humano. Asimismo, en sus teorías cosmológicas, propuso que el Sol era simplemente una estrella y que el universo debía contener un infinito número de mundos habitados por animales y seres inteligentes[1].
Otro científico perseguido en su tiempo por decir la verdad fue el gran Galileo Galilei. Nació en 1564 y murió en 1642. Es muy conocida la anécdota que derivó de su afirmación de que la tierra se movía, contraria al principio geocentrista. Es decir, Galileo se opuso a la visión que afirmaba que la tierra era el centro de todo el universo; asimismo, propuso que la tierra, además, no era estática, se movía. La Santa Inquisición romana se opuso y condenó a la visión de Galileo Galilei, invitándolo en el Santo Tribunal a retractarse y como amaba más la vida que la muerte, se retractó públicamente; sin embargo, se cuenta que, al salir del Santo Oficio, con un par de golpecitos con los pies en el suelo, dijo convencido: “y, sin embargo, se mueve...”
Lamentablemente, desde el punto de vista económico, el Manifiesto del Partido Comunista revela con claridad lo que la caída del régimen feudal significó para la ciencia: “Dondequiera que se instauró (el régimen capitalista), echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas. Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas. Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar. Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación.
La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia”. La burguesía, dice Marx, convirtió en sus servidores a los hombres de ciencia. Con el desarrollo de las universidades públicas, se generaron claustros de pensamiento científico que no dependían directamente del dinero privado; sin embargo, como en última instancia dependen del dinero gubernamental, tienen limitaciones para el desarrollo libre de la ciencia y cuando ejercen esa libertad contra el propio gobierno, criticándolo de sus males y errores, entonces, se abre la puerta de la persecución, pues “el que paga, manda”.
Ahora bien, nadie duda de la importancia de la ciencia en el desarrollo de los países, al grado de que los organismos internacionales han propuesto, incluso, que los gobiernos deben promover que en sus países se destine cuando menos el uno porciento del Producto Interno Bruto, en forma público y/o privada, al desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación. México sigue en el 0.5% de ese monto; sin embargo, Corea del Sur se encuentra al 4.81%, razón por la cual, da la casualidad de que el PIB de Corea del Sur es igual al mexicano, con la diferencia de que ellos tienen la mitad de la población que nosotros, no tienen petróleo y su territorio cabe en nuestro estado de Jalisco, de lo cual se deduce que si tuviéramos una inversión similar, nuestro potencial de desarrollo sería otro, estaríamos en posibilidades de, al menos, duplicar nuestro PIB actual.
Sin embargo, este gobierno desde el principio mostró sus tintes supersticiosos al presentar en la máxima tribuna de Palacio, La Mañanera, un “detente” para combatir al Coronavirus que ha matado a casi 300 mil mexicanos, según cifras oficiales. Este estilo religioso de ver las cosas coincide con las visiones del Medioevo y, peor aún, con la visión supersticiosa nazista que impuso la quema de todas aquellas obras literarias que no representaran la ideología del nazismo. Así fue como tuvo que salir huyendo de Alemania el gran Tomas Mann y el mismo Albert Einstein. El desdeño de este gobierno a la ciencia es notable. No sólo en el carácter supersticioso de las mañaneras, sino en el recorte de recursos financieros derivado de la eliminación de los fideicomisos.
Ante las acusaciones hechas por el Conacyt y por la FGR a los científicos debemos reflexionar: si los científicos de México acusados por este régimen incumplieron los lineamientos establecidos por la ley, el gobierno está obligado a probarlo y, si fuera el caso, juzgarlos y sentenciarlos; de no ser así, entonces, estaremos ante una nueva ola de persecución política de este gobierno, ahora, en contra de los científicos. Los científicos, como todos aquellos damnificados de la cuarta transformación, para que tengan posibilidades de éxito en su defensa, deben buscar sumarse al pueblo de México. Si se apartan del pueblo y no acuden a su apoyo, podrán tener fuertes palancas influyentes que les ayuden; sin embargo, la verdadera fuerza de este país está en el pueblo educado y organizado, de tal suerte que una tarea pendiente de los científicos de México es contribuir con educación masiva del pueblo para hacer de él uno más culto y por ello más libre de supersticiones, pero capaz de defenderse, defender a los científicos y defender a la ciencia.
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Giordano_Bruno
0 Comentarios:
Dejar un Comentario