Querido y apreciable lector: antes de abordar el asunto que analizaré en esta columna, quiero dedicar unas palabras de reconocimiento a la revista buzos con motivo de su 24 aniversario, lapso en el que ha publicado mil 125 números y más de 25 mil textos periodísticos: reportajes, crónicas, entrevistas entre otros géneros y artículos de análisis multidisciplinario. En casi un cuarto de siglo, esta revista ha practicado fundamentalmente un periodismo de investigación y de análisis crítico, ajeno en absoluto a la pretensión de comercializar sus contenidos, a “chayotear” a instituciones gubernamentales y privadas o a erigirse en juzgado o tribuna inquisitorial. Ha acometido esta tarea, además, en un periodo en el que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), los lectores de revistas ocupan el tercer lugar entre quienes aún consultan textos impresos con 23.6 por ciento; en tanto que los libros se hallan en el primer lugar, con 48 por ciento; las páginas de Internet en el segundo, con 37.7 por ciento y los diarios en cuarto lugar, con 18.5 por ciento.
El éxito editorial de buzos ha sido posible gracias a que tanto su director general, Pedro Zapata Baqueiro, como su plantilla de colaboradores, practican un periodismo que investiga con objetividad los hechos de la realidad política, económica y social de México y del mundo y porque, asimismo, da voz a las denuncias de los más desprotegidos de la patria, quienes son los más necesitados de atención y tribuna. Su misión prioritaria, además de la práctica de un periodismo nuevo, es brindar una visión objetiva de los grandes problemas nacionales y las injusticias sociales para que encuentren solución integral y expedita. ¡Enhorabuena y muchas felicidades a buzos! ¡Y que siga cosechando grandes frutos y muchos más lectores!
Aprovecharé para recordar que el próximo 22 de marzo se conmemorará el Día Mundial del Agua; la celebración se dará en el marco de numerosos llamados de alerta debidos a la falta de agua potable que sufren centenares de miles de familias de la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) y las regiones centro y norte de la República; la falta de lluvias, la sequía extrema y las altas olas de calor se han sumado a la indiferencia del Gobierno Federal y sus pares estatales y municipales.
Este problema se había previsto desde hace dos décadas en nuestro país y a nivel mundial. El año pasado, el Fondo de la Organización de las Naciones Unidas para las Infancias (Unicef) informó que 748 millones de personas murieron por no acceder al agua y que únicamente la población de África caminaba 40 mil millones de horas cada año para abastecerse del vital líquido. Lo más trágico de este problema es que diariamente mueren mil niños debido a enfermedades diarreicas asociadas con la falta de consumo de agua potable o porque está contaminada.
De acuerdo con estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una persona necesita a diario de 20 a 50 litros de agua para beber y usarla con objetivos higiénicos. Pero en el planeta hay más de mil millones de seres humanos sin acceso al agua; y otros dos mil 600 millones carecen de ella para sanearse o lo hacen con agua contaminada. Por ambas causas mueren cada año 3.2 millones, cifra equivalente al seis por ciento de las defunciones totales en el mundo.
Estas cifras quizás sean mayores, porque la Organización de las Naciones Unidas estimó que, en los últimos 50 años, el 70 por ciento de las muertes suscitadas en el mundo estuvo relacionado con la sucesión de desastres naturales. Hoy en México, los estragos del cambio climático ya generan protestas sociales; y tanto el Gobierno Federal como los estatales y municipales omiten el asunto y suspenden la elaboración de programas hídricos que eviten los estragos de la sequía.
Los sistemas hidráulicos Cutzamala y Lerma se encuentran a menos de la mitad de su capacidad y la falta de agua se resiente en los hogares de colonias y pueblos populares de la ZMVM y otros municipios del Estado de México. La recomendación de cuidar el agua es buena, pero resulta insuficiente porque se requiere un plan hídrico nacional inmediato y de largo plazo, que incluya la perforación de nuevos pozos, pero no la esperanza de que el dios prehispánico Tláloc se compadezca de la mala suerte del México actual. Mientras tanto, la falta de agua y la sequía extrema son sinónimos de muerte y el culpable, al menos por omisión, es ya saben quién. Por el momento, querido lector, es todo.
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