MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La lucha de la FNERRR por vacunas se justifica científicamente

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Los estudiantes adheridos a la FNERRR han planteado, reiteradas veces, que para un regreso seguro a clases presenciales es necesario que todos los estudiantes estén vacunados. Primero, porque los niños y jóvenes también se contagian de la covid-19 y hay decesos en sus filas (53 mil 240 niños y adolescentes contagiados y 597 han perdido la vida, de acuerdo con la Secretaría de Salud). Segundo, porque la covid-19 deja un daño permanente en los vasos sanguíneos del corazón de un niño y antes de los 30 años podría sufrir un infarto mortal de corazón, de acuerdo con la opinión del reconocido virólogo y profesor de la prestigiosa clínica universitaria Charité de Berlín, Jan Felix Drexler. Tercero, porque las pruebas empíricas indican que la convivencia escolar aumenta el grado de contagios hasta en un 40 por ciento (EME/EQUIS del 24 de marzo del 2021).

Estas razones son de peso para que la Secretaría de Educación Pública (SEP) y el presidente de la República reflexionen seriamente sobre las consecuencias letales de un pronto retorno a clases presenciales. Ignorar los consejos de la ciencia es ser cómplice de un genocidio, pero tal parece que a nuestras autoridades educativas poco les importa la salud de los niños y adolescentes, pues han decretado ya un regreso a clases en sus diferentes modalidades (presencial o híbrida). Al nivel nacional se dio la indicación que los centros educativos iniciaran clases en las regiones geográficas del país donde el semáforo estuviera de verde. Así lo hicieron el 7 de junio y varios estados, entre ellos, la Ciudad de México y el Estado de México arrancaron con las clases presenciales. ¿Pero y cuáles fueron las consecuencias? Los pocos niños que asistieron a sus aulas se contagiaron en menos de una semana, como lo cabeceó el periódico El País, el 14 de junio del 2021: “Ciudad de México registra seis menores contagiados de la covid-19 tras la reapertura de escuelas”. Y en seguida menciona: “Las autoridades educativas han informado de que se está dando seguimiento a unos 60 alumnos más que pudieron haber estado en contacto con el virus”. A nivel nacional, de acuerdo con el último corte de la Secretaría de Salud, el contagio también se generalizó: “entre el 13 y 20 de junio del año en curso se han contagiado 424 personas menores de edad, llegando a los 53 mil 240 casos desde el inicio de la pandemia” (excelsior.com.mx del 21 de junio del 2021). De los 424 niños y adolescentes contagiados, 71 de ellos corresponden a niños menores de cinco años, 98 al grupo de 6 a 11 años y la mayoría (255) al grupo con rango de edad de entre 12 y 17 años (datos proporcionados por el Sistema Nacional de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA)).

Pero, acaso ¿no es esto lo que ya la ciencia predijo? ¿Era necesario comprobar con nuestros propios ojos estos resultados atroces? Algunos dirán que la SEP y el gobierno de la República carecen de sensibilidad al decretar un regreso a clases presenciales. Sin embargo, sus acciones demuestran algo más aterrador: que están de acuerdo con el modelo de la inmunidad de rebaño, dejando a su suerte a los estudiantes para que mueran, como ha sucedido hasta el momento con todos los mexicanos (un poco más de 233 mil decesos de acuerdo con las cifras oficiales). No nos engañemos, el verdadero propósito de la SEP y del gobierno de la República es provocar un genocidio nacional, que se muera el que tenga que morir, es decir, la ley de la selección natural de Darwin traslada a la sociedad mexicana, ley que establece la supervivencia del más apto.

Recurrir a estas prácticas no es solamente atentar contra la salud y la vida de los mexicanos, sino que se está cometiendo también un atentado contra la ciencia, se frena su desarrollo y finalmente su destrucción, como ya lo hemos venido comprobando durante años y, sobre todo, últimamente: nula inversión al desarrollo de la ciencia, innovación y tecnología (apenas el 0.48 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), cuando debería destinársele por lo menos el uno por ciento del PIB). El mismo fenómeno ocurre en la educación, a la que se destina el 5.3 por ciento del PIB (1.4 para el nivel superior y 3.9 para el nivel básico y medio superior), pero el Artículo 25 de la Ley General de la Educación y la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) recomiendan como mínimo el 8 por ciento del PIB. Pero y no sólo esto ha ocurrido, sino que el año pasado fueron eliminados los 109 fideicomisos destinados al desarrollo de la ciencia, la investigación y la tecnología. Es decir, hay una campaña para ahorcar en definitiva a la ciencia, para recurrir a la superstición e improvisación. Así lo demuestran las acciones del actual presidente de la República.

Una muestra evidente de lo afirmado es que a 15 meses desde que apareció la Covid-19 en México, es el día en que el presidente de la República no ha extremado las medidas de sanitización y tampoco ha adquirido vacunas suficientes para los mexicanos. Veamos: de acuerdo con es.statista.com, con corte del 24 de mayo del presente año, el 14.22 por ciento de la población mexicana ha recibido una dosis y solamente el 8.26 por ciento ha recibido la dosis completa para la inmunización. En comparación con otras naciones, México se encuentra muy por debajo en este terreno. Solamente por mencionar algunos ejemplos: Estados Unidos de América ha inmunizado el 45.1 por ciento de su población; Israel, 59.6%, Chile, 51%, Reino Unido, 46.8%, Uruguay, 42.8%, Alemania, 33.2% y España, 32.4% (es.statista.com del 22 de junio del 2021). Está claro, pues, que en estas condiciones no se puede hablar de un combate eficaz a la pandemia, ni mucho menos augurar un regreso a la normalidad basando nuestra conclusión en la insignificante reducción en el número de contagios. Esto es dejarse guiar por los sentidos, lo que implica que la conclusión y las medidas tomadas a raíz de esto serán erróneas, como efectivamente se demostró en el regreso de los estudiantes a clases presenciales el 7 de junio del presente año. De acuerdo con las estadísticas oficiales, en la última semana de junio, hubo un aumento del 14.2% en el número de personas contagiadas.  Esta es una enseñanza para todos aquellos que se dejan guiar de la información que proporcionan solamente sus sentidos. Afirmar que ya entramos en semáforo verde y que la curva de la pandemia se aplanó y que por tanto podemos salir sin ninguna preocupación a nuestros centros de trabajo y regresar en masa o en forma escalonada a las clases presenciales, es ignorar totalmente la lógica y la racionalidad. Y esto es un grave error, sobre todo cuando está en juego la vida de un ser humano. No podemos guiarnos del semáforo verde cuando apenas el 8.26 por ciento de la población mexicana ha sido vacunada. Por eso, es muy razonable la postura de los estudiantes de la FNERRR, que fueron los primeros y los únicos que plantearon que para un regreso seguro a clases presenciales era de vida o muerte que los niños y adolescentes se vacunaran. El planteamiento de ellos es lógico y racional, y además, demuestra que los líderes de esta federación no se dejan guiar por el sentido común, sino muy en el fondo recurren al método científico creado por Galileo Galilei y René Descartes en la primera mitad del siglo XVII.  

En efecto, ya hace mucho tiempo que estos dos grandes científicos demostraron que la lógica y la racionalidad son esenciales si se quiere llegar a la verdad. Galileo, por ejemplo, introdujo la metodología experimental comprobando en la práctica que dos cuerpos de pesos diferentes caían a la misma velocidad. Con esto había refutado la teoría de Aristóteles, quien afirmaba que los cuerpos más pesados caían con mayor velocidad. Galileo, pues, no solo se conformó con la información de sus sentidos, sino que partió de ellos, los sometió al tribunal de la racionalidad y las conclusiones a las que llegó fueron de gran utilidad para establecer las leyes de la dinámica. René Descartes, por su lado, para llegar a la verdad y encontrar las leyes que gobernaban a la naturaleza, fundamentó sus conclusiones en cuatro principios descritos en su obra Discurso del método. Para conducir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias, págs. 16 y 17. El primero es el principio de la duda o evidencia sistemática: “no recibir jamás por verdadera cosa alguna que no la reconociese evidentemente como tal; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención y no abarcar en mis juicios nada más que aquello que se presentara a mi espíritu [mente, ingenio o inteligencia] tan clara y distintamente que no tuviese ocasión de ponerlo en duda”; el segundo, el principio del análisis o descomposición: “dividir cada una de las dificultades, que examinara, en tantas parcelas como fuere posible y fuere requerido para resolverlas mejor”; tercero, el principio de la síntesis o la composición: “conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer para subir poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos incluso suponiendo un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros”; y el último, principio de la enumeración o de la comprobación: “hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que quedase seguro de no omitir nada”. 

Con estas aportaciones nació el método científico y con él comenzó una nueva era, la era de la ciencia y a la que nos hemos sujetado durante varios siglos. Por eso, a casi 400 años, desde que nació el método científico es sorprendente que la SEP y el presidente de la República no recurran a la ayuda de la ciencia para cuidar la salud de los estudiantes y de los mexicanos, en general. Dicen preocuparse por los estudiantes porque el confinamiento los ha afectado psicológicamente; quieren que los estudiantes regresen a clases presenciales, porque dicen preocuparse por la baja calidad académica, además de que argumentan que la deserción escolar aumentó significativamente y en efecto, 5.2 millones de estudiantes de todos los niveles desertaron, de acuerdo con el Inegi. Pero hay algo que no encaja. ¿Será que la SEP está muy preocupada por los daños psicológicos que están sufriendo los estudiantes en su confinamiento? Hay datos serios que demuestran que antes de la pandemia ya existían esos daños psicológicos y la SEP no se preocupó tanto como lo está haciendo ahora. Por el reducido espacio de que dispongo, no abundaré en esta afirmación, espero poder hacerlo en mi siguiente colaboración. ¿Será que hay una preocupación genuina por parte de la SEP de que ahora se atiendan las clases y se eleve la calidad académica? Habría que revisar a qué calidad se refiere la SEP, pues antes de la pandemia y por muchos años también, México ya se encontraba en un desastre educativo como lo muestran las diversas estadísticas proporcionadas por la UNESCO, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y Programa Internacional de Evaluación de los Alumnos (PISA). ¿Será que ahora la SEP va a designar presupuesto para la infraestructura educativa y creará plazas suficientes para los maestros que atenderán a los alumnos? En el Presupuesto de Egresos de la Federación 2020 y 2021 no se asignó un céntimo para la infraestructura de las escuelas. Tampoco la SEP tiene contemplado crear plazas. Y no sólo eso, sino que se ha negado rotundamente a recontratar a los maestros del sector 05 de Escuelas Secundarias Técnicas en Puebla. Caso concreto de la Escuela Secundaria Técnica 16, de Tecomatlán. ¿O posiblemente la SEP, ahora sí, apoyará en el remozamiento de las escuelas de todo el país y comprará insumos médicos para un regreso seguro a clases? Tampoco lo ha considerado entre sus prioridades. Entonces, ¿de dónde le nace tanta preocupación por la educación y por la enseñanza? Ninguna de estas necesidades básicas que son fundamentales para elevar la calidad académica las tiene SEP entre sus prioridades. Entonces, ¿por qué tanto empeño en que los estudiantes regresen a clases presenciales cuando la salud está primero? ¿Por qué tanta insistencia por parte de la SEP de un regreso a clases cuando los estudios serios indican que hay un riesgo alto de contagiarse? ¿Qué es lo que empuja a la SEP a plantear un retorno a clases presenciales? Queda claro que no es la preocupación por salvar el desastre educativo, no es eso lo que empuja a la SEP y al presidente de la República. Los empuja el interés del sistema económico y el hecho de que no haya mano calificada que sirva en tiempo y forma al capital. A estos hay que rendir cuenta y entregar resultados a costa de lo que sea, y tiene que ser a costa de la vida de los estudiantes pobres. Por eso son enviados en masa a las fauces del mortal virus y los que alcancen a sobrevivir son los que servirán como mano de obra calificada al capital, pero mal pagada al final de cuentas. Contra esto tenemos que defendernos los estudiantes, maestros y padres de familia de todo el país. Por eso, es necesario que todos nos sumemos a las marchas y mítines organizados por la FNERRR por la exigencia de vacunas para todos. 



 

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