MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

López Obrador, continuador de la obra de Salinas de Gortari

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El neoliberalismo frenético de López Obrador es la continuación natural y obligada del proceso de privatización de bienes y empresas de propiedad estatal, iniciado por el presidente Miguel de la Madrid y desarrollado por Salinas de Gortari y los presidentes que le sucedieron, quienes han conducido al Estado mexicano a quedarse prácticamente sin control de la economía del país, poniéndola en manos de diversos sectores capitalistas nacionales e imperiales. Cuando De la Madrid asumió la Presidencia, en 1982, había 1,155 empresas paraestatales; cuando Salinas dejó el poder había sólo 210 y hoy, según el Diario oficial de la Federación de agosto de 2019, hay 202, que, digamos, son las básicas –aunque cada vez más privatizadas- para permitir el funcionamiento del Estado endeble al que asesta golpes mortales el Presidente morenista.

Sólo hay un momento de la historia de México que pudiera compararse en contenido y magnitud con el neoliberalismo desbocado de López Obrador: cuando Salinas de Gortari regaló ("vendió") las principales empresas mexicanas paraestatales a capitalistas que hoy son de los más ricos del mundo y culminó la privatización principal. La transformación que está teniendo lugar ahora, tiene una carácterística en común con aquél momento: está desbaratando a gran velocidad al Estado mexicano, adelgazándolo más aún, sólo que ahora le está quitando los programas sociales que lo disfrazaban de "Estado de bienestar social", así como los presupuestos de carácter social que tenía, como el ramo 23 del PEF, más una serie de recortes que a todos ha dejado pasmados porque no pensaban que pudieran ocurrir. Lo que hoy sucede bajo el mando de López Obrador no es más que la consecuencia necesaria de la política neoliberal abierta que emprendió la burguesía mexicana hace 37 años, cuyo momento estelar fue 1990 con la venta de Telmex. Todo lo que la nación, a través del Estado, poseía, fue entregado a la voracidad capitalista: las empresas de teléfonos, de fertilizantes, de cemento, hierro y aceros, camiones, los ferrocarriles, los bancos, ingenios azucareros, aeropuertos, líneas aéreas, carreteras, hoteles, televisoras, eso y más, todo pasó a manos de capitalistas.

En 1982 había en total 72.6 millones de mexicanos; hoy somos 125 y hay más de 100 millones de pobres (esta es la cifra no maquillada por Inegi-Coneval); agreguemos millones de no pobres a punto de caer en esa desgraciada condición: el invento neoliberal sólo funcionó para los ricos y súper ricos: 1.3 millones de mexicanos ricos concentra el 40% de la riqueza nacional, y Carlos Slim tiene en su poder el equivalente a lo que poseen 60 millones de mexicanos pobres (entre paréntesis, ¿le es a usted verdaderamente racional que una tarjetita bancaria con unos cuantos miles de frágiles pesos al año para una parte de los pobres sacará de la pobreza a 20 millones de ellos en seis años, como prometió Obrador, y acabará con estos abismos sociales creados en 37 años de voraz capitalismo?). Entre los propósitos de López Obrador no está volver a fortalecer al Estado y tener control sobre la economía: ese objetivo no está en sus planes. Hoy queda claro que en ese sentido no existe ninguna "Transformación" ni recuperación, sino un desarrollo más profundo del capitalismo rapaz, su continuidad: los recortes lo reafirman.

Los argumentos centrales para justificar el enriquecimiento de los grandes capitalistas a costa del debilitamiento del Estado -como hoy lo es el espectro de la corrupción- fueron en aquél entonces: el rediseño del gobierno, el rezago tecnológico y la necesidad de modernizarse, la falta de inversión y desde luego la propia corrupción (una promesa central de campaña electoral de Miguel de la Madrid en 1981 fue eliminarla, también, y mediante una "renovación moral" –cualquier coincidencia es resultado de la misma esencia-). Dijeron, por ejemplo, que Telmex no era rentable y que si se privatizara bajarían los costos al consumidor y mejoraría el servicio. El Estado es, se dijo y repitió durante años por todos los medios posibles, incapaz por naturaleza de hacer eficientes a las empresas que posee: por eso deben quedar en manos privadas, en manos que sepan qué hacer con el dinero. Así, se "vendieron" todas esas empresas a un precio muy rebajado respecto a su valor real (de entre 12 y 15% del mismo, según algunos analistas), además, ¡se vendieron a crédito y se les dio la oportunidad a sus flamantes dueños de que "pagaran" con las utilidades que fueran obteniendo! Y luego, durante décadas, no se les ha cobrado impuestos, o se les han condonado, como hace unos días reconoció el Sistema de Administración Tributaria (SAT) morenista, o se les han regresado. El resultado de este proceso de casi cuatro décadas, rigurosamente vigilado por el imperialismo norteamericano y sus órganos-zarpa (FMI y BM, entre otros a los que se ha sometido vergonzamente López Obrador), ha sido un estado cada vez más enclenque, raquítico, carente de recursos para todo hasta llegar a absurdos como dejar a los propios gobiernos municipales y estatales sin recursos o eliminar los gastos para medicinas, hospitales y médicos, para comedores comunitarios y muchos más dolores de cabeza para las mayorías afligidas. Esa lógica férrea también lo obligará también a condonar los impuestos a los ricos, aunque tendrá que disfrazarlo, cosa que sabe hacer muy bien, de "rescate" de la economía nacional, de "preservación del empleo" o algún otro embuste parecido, con motivo de la crisis que ya tenemos encima.

Al debilitamiento económico del Estado durante casi cuatro décadas, a este proceso de pérdida cada vez mayor de capacidad financiera, tenían que corresponder necesariamente ajustes a la baja en sus gastos. Y se fueron haciendo. Pero era necesario encontrar un ajustador lo suficientemente inteligente para hacer los recortes más importantes y definitivos a nivel nacional y que la gente afectada con ellos, antes que protestarle masivamente, se lo agradeciera, y lo encontraron: ese ajustador de políticas neoliberales exitosas, de abaratamiento de los gastos estatales para dejar al insaciable dinero disfrutar por más años de su festín, se llama Andrés Manuel López Obrador. Nunca ha pretendido atacar la causa fundamental de nuestra pobreza, nunca ha atinado a denunciarla como tal: la injusta distribución de la riqueza social, a la que no ha tocado y sigue sin tocar; todo lo encubre con el humo de la corrupción, justo igual que De la Madrid. Ya tenemos esa experiencia histórica y hay que recordarla: 9 millones de mexicanos asistieron personalmente a los discursos de campaña de Miguel de la Madrid, y todo fue un engaño.

El resultado de este proceso de desarrollo del Estado tiene que conducirlo a quedarse cada vez con menos recursos para resolver carencias sociales masivas, sin capacidad para operar su labor de control de las masas y cada vez más alejado de ellas. Al Estado, cada vez más agotado así, sólo le quedará vigente su mecanismo impositivo y la fuerza pública al servicio del capital que prohijó. Este desarrollo neoliberal que el obradorismo está profundizando, sólo le está dejando al Estado la opción de actuar con lo único que le queda: la fuerza; la lógica de su proceso lo conduce a transformarse en más represor: la dictadura es el camino al que nos conduce López Obrador, inevitablemente.

Más efectiva que los buenos deseos, está la realidad con su lógica implacable. Que no se les olvide a los trabajadores y empresarios nacionalistas mexicanos que el camino del infierno está empedrado de buenos deseos. Urge detener esta debacle, urge enderezar nuestro barco nacional, urge terminar con la pobreza y sólo los humildes y sus aliados pueden hacerlo, urge su propio partido y que gobierne para construir un Estado poderoso, rico y más equitativo.

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