En mi colaboración anterior expliqué a mis compañeros Antorchistas y a todos mis amables lectores que nuestra sociedad está dividida en clases cuyos intereses son diferentes e incluso diametralmente opuestos e inconciliables, y que, por ello, las clases inevitablemente luchan.
La división de la sociedad en clases y su lucha son, pues, una verdad que determina toda la vida social. Ignorar esto nos llevaría a errores de método que nos impedirían comprender la realidad y proyectar acciones para nuestro bien y el de nuestros seres queridos.
La verdadera unidad entre los hombres, más que de nación, es de clase, y esos lazos nos unen más a los trabajadores de otras naciones que a los empresarios nacionales.
Esto no significa desconocer nuestra nacionalidad mexicana, sino verla con un enfoque muy específico, diferente y superior al “patriotismo” superficial de decir “soy mexicano” sin ayudar realmente a nuestra patria (a nuestra gente) a vivir mejor. Es el “patriotismo” que nos han “enseñado”, pero debemos aprender el verdadero.
La verdadera unidad entre los hombres, más que de nación, es de clase, y esos lazos nos unen más a los trabajadores de otras naciones que a los empresarios nacionales.
La primera patria obrera, es decir, la primera vez que la clase trabajadora se sacudió la explotación de las clases poderosas de su país, tomó las riendas y construyó una nueva economía y sociedad en favor de la gente humilde, de la clase trabajadora, fue la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (RSFS), que después se llamaría la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Las clases poderosas, no sólo de Rusia sino de todo el mundo, sobre todo las de Europa y de los Estados Unidos, entendieron el peligro de que esta revolución se convirtiera en ejemplo para las clases trabajadoras de las demás naciones e intentaron ahogarla en sangre.
Los ejércitos de dieciocho naciones, es decir, la burguesía de esas naciones, no los pueblos, intentaron invadir la nueva patria y revertir la revolución.
Fracasaron en la invasión y contrarrevolución, y la gran lección que entonces quedó claramente visible es que los capitalistas son una misma clase explotadora internacional dispuesta a someter a los trabajadores de su país y de todo el planeta, y que lo único que se les puede poner en frente es la unidad internacional de todos los pueblos, de la clase trabajadora mundial.
La patria proletaria no habría podido sobrevivir sola, pues estaba sola frente a la burguesía mundial, provista de los ejércitos y las armas de “sus” países.
Esto fue aún más evidente en el preludio, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, pues, por más que quisieron y quieren ocultarlo, está documentado cómo las potencias europeas usaron al ejército nazi alemán como ariete para tratar de destruir a la URSS.
Pero la “invencible” armada nazi no pudo con el pueblo soviético y su ejército rojo, y a pesar de los millones de muertes, sobre todo de la URSS y de China, derrotaron a los nazis alemanes, los expulsaron de su patria y liberaron a toda Europa (y a toda la humanidad) del Holocausto.
Todos saben, y los que no lo saben lo pueden ver en los documentos que lo muestran, que, como dijo Pablo Neruda, “si la Unión Soviética no hubiese dado su sangre, su inteligencia, su coraje desesperado y su firmeza inagotable para terminar con el imperio nazi, la independencia de los países latinoamericanos sería en esta hora un sueño del pasado”.
El pueblo soviético liberó a las naciones conquistadas por los nazis y les entregó el poder a las clases trabajadoras de esas naciones, por lo que se construyó el “Bloque Oriental”, con el pacto de Varsovia, lo que, a su vez, despertó la esperanza de los trabajadores de las naciones del mundo y surgieron diversas revoluciones proletarias en Europa Central y Asia.
Mientras, por el lado de los poderosos capitalistas, crearon la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con el objetivo explícito de contrarrestar “la creciente expansión socialista”, y con el dominio del imperialismo estadounidense, que, después de arrojar las bombas nucleares contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki e imponer el dólar como moneda internacional, se elevó a la categoría de líder mundial del “Bloque Occidental”.
El mundo estaba, pues, dividido en estos dos bloques: Occidental (capitalista) y Oriental (socialista). En este Mundo Bipolar, se desarrolló la llamada “Guerra Fría”, que fue el enfrentamiento político, económico, social, ideológico, militar y propagandístico entre los dos bloques, que eran, en realidad, la manifestación internacional de la lucha de clases.
El fortalecimiento de la URSS, su espectacular desarrollo que la llevó a ser la segunda potencia mundial, contuvo las ansias colonialistas e imperialistas del Bloque Occidental, pero lamentablemente, y en otra ocasión hablaremos de las causas, el Bloque Oriental se disolvió, la URSS se reformó, quedando dividida en diversas repúblicas independientes, entre ellas la Federación Rusa, que regresaron a las economías capitalistas, por lo que el Bloque Occidental se hizo amo y señor del mundo, a pesar de que varias naciones socialistas sobrevivieron, entre ellas China, y entramos a la etapa de la hegemonía occidental o Mundo Unipolar.
El resultado, en apretado resumen, fue el envalentonamiento del Bloque Occidental, de la burguesía mundial que, como dije la vez pasada, se podía denominar “El Imperio Yanqui”, la desaparición de los “estados de bienestar” (economías capitalistas que ofrecían concesiones a los pueblos, a las clases trabajadoras), el dominio del “neoliberalismo”, es decir, del capitalismo rapaz y desalmado, ahora libre de la competencia socialista, el sojuzgamiento de las naciones o neocolonialismo a través de la exportación de capitales, la explotación de la mano de obra barata, el saqueo de los recursos naturales, el sometimiento e imposición de gobiernos títeres del Imperio y, donde hacía falta, la intervención, la guerra, la invasión y la imposición del “mercado libre”, que no es otra cosa que el dominio inescrupuloso de los intereses del Imperio, todo lo cual llevó al crecimiento de la pobreza, del hambre y de la guerra. Esto es, en resumen, el Mundo Unipolar.
Pero la lucha de clases no se detiene. El desarrollo de las naciones independientes y el surgimiento de nuevas naciones rebeldes al Imperio Yanqui, el desarrollo vertiginoso de la República Popular de China y de la Federación Rusa, que sigue siendo, a pesar de todo, la heredera de la patria proletaria, junto al fracaso evidente del capitalismo.
Como dijo el maestro Aquiles Córdoba Morán, dirigente Nacional del Movimiento Antorchista en México, “ya no tiene nada que ofrecer al mundo más que pobreza, hambre y guerra”.
El Mundo Unipolar hoy agoniza pero se rehúsa a desaparecer, y ha llevado a la necesidad histórica de un nuevo modelo internacional, el que se ha llamado Mundo Multipolar, que sería, como explican los líderes políticos de la Federación Rusa y de la República Popular de China, Vladimir Putin y Xi Jinping:
“En la actualidad, se está formando un sistema multipolar de relaciones internacionales, un proceso irreversible que está ocurriendo ante nuestros ojos y es de naturaleza objetiva… este orden mundial democrático y más justo debe construirse sobre la base del respeto y la confianza mutuos y, por supuesto, sobre los principios generalmente aceptados del derecho internacional y de la Carta de las Naciones Unidas”.
Es decir, las relaciones internacionales no serían ya de dominio y sometimiento de las “naciones poderosas” (la burguesía internacional) sobre las naciones débiles, sino de respeto a la independencia y autodeterminación y que permitan el desarrollo de todas las naciones.
Esto es el Mundo Multipolar y es, en esencia, la siguiente etapa en la lucha de las clases trabajadoras del mundo en su búsqueda por un mejor futuro.
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