El poema Los zapaticos de rosa, del poeta y revolucionario cubano José Martí es un poderoso llamado a la justicia social, publicado en 1889, en el tercer número de la revista mensual La Edad de Oro, seis años antes de su muerte en batalla por la libertad de su patria; labor editorial suya que representa un gran esfuerzo por educar a los niños hispanohablantes en los sentimientos de solidaridad y justicia. Mucho se ha escrito y comentado ya acerca de este poema fundamental de la literatura universal, con argumentos infinitamente superiores a los que este autor está lejos de siquiera acercarse. Sin embargo, dada la persistencia de las injusticias en nuestra patria mexicana, luego de otros seis años de crecimiento de su pobreza, conviene recordarlo y enfatizar la gran lección que el mártir cubano quiso sembrar en la niñez latinoamericana.
La acumulación de riqueza en unos cuantos multimillonarios y el crecimiento acelerado de la pobreza en México y en el mundo es la más grande afrenta que jamás conoció la humanidad.
En este poema, una niña rica llamada Pilar, se topa, en su inocencia, con las desgracias del pueblo humilde al ir a jugar a la playa “donde se sientan los pobres”. Lleva calzados unos zapatitos color de rosa que su madre le ha encargado mucho que no manche ni moje. Por esta persistencia maternal se entiende que los zapatitos han costado a la rica familia mucho más que unos zapatos comunes y corrientes, por ello la madre enfatiza varias veces a Pilar, cada que puede, que debe cuidar esos bienes materiales. A través de los zapatitos rosados, de sus vistosos juguetes de playa y su sombrerito de pluma, se establece una diferencia social entre la niña Pilar y los pobres que tienen destinada no la playa de los ricos, los altos militares y los turistas, sino una barranca de aguas salobres a la que su mamá le da permiso de ir a jugar.
Ese día, Pilar ha sido educada, en su ambiente sin carencias de ningún tipo, para dar prioridad a los bienes de consumo que sólo la riqueza de su familia puede comprar. Esos bienes materiales son, pues, expresión de esa riqueza acumulada, que no tienen los de la barranca y Pilar debe cuidarla, aprendiendo a hacerlo mediante la insistencia familiar. La protección de los zapatitos rosados, pues, debe ser un principio moral que la niña rica debe formarse y respetar so pena del enojo de sus padres y, por tanto, de algún otro castigo que se esconde tras las constantes reconvenciones de la madre. Es la educación burguesa en plena acción.
La barranca no tarda en mostrarle a Pilar los afilados dientes de la miseria y se encuentra de frente a una niña tan enferma, agonizante y pálida que parece de cera. Su pobre madre, sabedora del fin que se acerca, la ha llevado a que disfrute del sol y del “aire puro” quizá por última vez, fuera del cuarto oscuro en que vive y llora, es decir de un cuartucho tan humilde que hasta el aire tiene infecto.
Atraída por su mal semblante, Pilar se acerca para invitar a jugar a la niña pobre y se sorprende de que no lleve zapatos. Cuando la toca, Pilar siente la fiebre alta que está matándola, “Mira, ¡la mano le abrasa!...” y se da cuenta del intenso dolor de la niña enferma pues “tiene los pies tan fríos” y con sus dos bracitos está “como abrazando”, es decir, en un espasmo o convulsión. A pesar de su corta edad, Pilar comprende la gravedad de la situación desesperada de aquella niña pobre y, sin dudarlo, toma una decisión que la coloca en la cúspide de los mejores héroes de la literatura: se quita sus zapatos y, decidida, se los pone a la enfermita.
La niña rica comprende que está actuando contra las enseñanzas de su madre, pero no le importa: en una manifestación de suprema justicia actúa y reparte su riqueza, no piensa en las consecuencias, sino en terminar con el dolor de la enferma. Luego, caminando lentamente, compungida, sabiéndose culpable de violar la moral de su mamá, se dirige descalza hacia ella, quien, antes que indagar la razón de la falta, lo primero que hace es reclamar con enojo a su hija por los zapatitos. Es la madre de la enferma pobre la que explica todo y la madre rica se solidariza con la acción de su hija, conminándola a que reparta más.
El silencio de Pilar y su madre al regresar a su rica casa cierra el poema; es el silencio de la meditación en que se sumerge la clase rica al tomar este tipo de decisiones que se oponen a su propia existencia: hay muchos más pobres en la barranca, hay tanto dolor humano que acabar.
Sólo con una distribución más justa y equitativa de la riqueza podrá terminarse para siempre con ese tipo de desgracias humanas. Pilar no vacila y pone el ejemplo en una de las más grandes aspiraciones de la humanidad doliente. La voz del Maestro de Latinoamérica sigue siendo actual, más que nunca, porque hoy la acumulación de riqueza en unos cuantos multimillonarios y el crecimiento acelerado de la pobreza en México y en el mundo es la más grande afrenta que jamás conoció la humanidad.
Hoy, más que nunca también, debemos sembrar en nuestros niños y niñas la poesía de José Martí, completar su gigantesca labor educativa en pos de una edad donde el oro no sea el sudor del esclavo torcido en ese metal amarillo, sino simplemente un bello metal que adorne la ausencia de pobreza.
Y una gran oportunidad de sembrar se presenta en la Jornada Nacional de Declamación que organiza el Movimiento Antorchista Nacional este próximo 28 de septiembre por todo el país, cuando miles de mexicanos nos sumaremos a cantar a nuestros poetas, a declamar sus versos; haremos resonar nuevamente las voces de nuestros vates, otra vez México escuchará las grandes aspiraciones de amor, los dolores “tan intensos que no caben en la idea”, que se agrupan “en el costado”, inefable, pero insistentemente; las odas a la alegría y al hombre sencillo, a la patria y a las golondrinas, recordaremos que “ha de cantarse al hombre” y a la misma poesía que nos pone “a caminar” y, con Martí, traeremos a Pilar para que nos enseñe a luchar por un mundo sin pobreza.
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