Doña Francisca, una señora relativamente joven, cuya edad rondaba los 51 años, amaneció el pasado martes 12 de noviembre con los niveles de azúcar un poco bajos. Sus familiares la habían trasladado recientemente de la comunidad donde vivía a Villahermosa para tenerla cerca, ya que su problema de diabetes e hipertensión avanzaba y no se había sentido bien últimamente.
Por la tarde, acompañó a su nieto de ocho años a su clase de karate en un local ubicado a una cuadra y media de su domicilio. Faltando unos minutos para las 7:00, hora en que finalizaba la sesión de artes marciales del niño, ella se desvaneció repentinamente.
Si el gobierno no pone remedio al problema de la obesidad mediante un mejoramiento salarial continuo y una política de salud adecuada, las empresas seguirán ensañándose contra los más pobres.
Otros padres de familia ahí presentes trataron de auxiliarla, al mismo tiempo que llamaban a la ambulancia; sin embargo, cuando llegaron los paramédicos, doña Francisca ya no contaba con signos vitales. De acuerdo con los peritos, un infarto fue la causa del deceso.
Desgraciadamente, el caso de doña Francisca no es el único; ya que del total de 15 mil 139 personas que murieron en 2023 en el estado de Tabasco, 3 mil 910 tuvieron como causa las enfermedades del corazón. Este último dato, comparado con el del año 2022, que fue de 3 mil 860, refleja un incremento del 1.2 %; es decir, en números absolutos, fueron 50 defunciones más que el año anterior.
Esta información, tomada de las Estadísticas de Defunciones Registradas (EDR) 2023 dadas a conocer por el Inegi, demuestra que los problemas cardiacos son la principal causa de muerte en la entidad; y lo que es peor, van en aumento.
Falla más el corazón a los chocos es el título de una nota publicada el pasado 10 de noviembre por el periódico Tabasco Hoy en su versión digital, donde agrega que lejos de la inseguridad, los males cardiacos son la primera causa de fallecimiento, seguidos por la diabetes y tumores.
La nota señala que hay cinco principales causas de muerte, de las cuales las enfermedades del corazón causaron 3 mil 910 decesos; la diabetes mellitus, 2 mil 778; los tumores malignos, mil 461; los accidentes registraron 900; y las enfermedades cerebrovasculares, 592 fallecimientos.
Si cotejamos estos números con los del año 2022, nos daremos cuenta de que, en lo que se refiere a las tres causas principales de decesos, ha habido un incremento, quedando como sigue: de enfermedades del corazón perecieron 3 mil 860 personas; de diabetes, 2 mil 775; de tumores malignos, mil 472; mientras que de accidentes hubo 856 muertos y de enfermedades cerebrovasculares, 605 casos.
Sumando las cinco principales causas, tenemos que en 2022 ascendían a un total de 14 mil 988; lo cual significa que en 2023, con 15 mil 139 muertes, hubo un total de 151 fallecimientos más.
Las autoridades de salud atribuyen esta situación a la falta de ejercicio y a la obesidad; pero es una explicación incompleta, porque no exhiben a qué se debe la obesidad.
Reducir el planteamiento a este nivel nos lleva a cometer un doble error: por un lado, impide detectar dónde está el verdadero problema y deja a cada persona que resuelva la cuestión de manera individual.
Por otro lado, tal argumento no permite que las autoridades diseñen una estrategia para combatir con éxito esta calamidad, manteniéndose por ignorancia o por conveniencia tan pasivas como siempre.
En este mismo espacio hemos compartido el trabajo de otros articulistas que opinan que la obesidad provocada por malos hábitos alimenticios tiene su origen, a su vez, en un precario ingreso económico que obliga a las personas a consumir alimentos con poco contenido nutritivo o, de plano, a matar el hambre con comida chatarra, que es para lo que alcanzan los magros salarios de la clase trabajadora.
Por tanto, si hemos de tomar por buena esta opinión, tendremos que exigir al gobierno una mejora continua del ingreso real de la gente que trabaja, así como una política de salud que se preocupe en serio por su bienestar y deje de jugar con aquello de que “estamos mejor que en Dinamarca”, cuando en la realidad no hay ni vacunas ni medicamentos y, en muchos casos, ni médicos ni hospitales.
Las propias empresas alimenticias se aprovechan de esto que vamos a llamar confusión o desconocimiento del problema, para no llamarle negligencia criminal. ¿Cómo lo hacen? Vendiendo productos de menor calidad en los países pobres.
De acuerdo con el portal RT, en su edición del 7 de noviembre, gigantes alimenticios como Nestlé y PepsiCo venden productos menos saludables en países pobres que los que venden en países ricos.
Mark Wijne, director de la fundación ATNI que elaboró la investigación, aseguró que lo anterior es una llamada de atención para que los gobiernos de estos países (pobres) estén alerta, pues son alrededor de 30 empresas transnacionales las que realizan estas prácticas, y porque los alimentos envasados contribuyen cada vez más a la crisis de obesidad, que ya es un fenómeno mundial que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), afecta a más de mil millones de personas en todo el planeta.
Por todo lo hasta aquí dicho, es fácil entender que si el gobierno no pone remedio al problema de la obesidad mediante un mejoramiento salarial continuo para que la gente pueda alimentarse mejor, y una política de salud para que la clase trabajadora pueda curarse adecuadamente, hasta las empresas se van a seguir ensañando contra los más pobres.
Por lo tanto, es a nosotros y sólo a nosotros a quienes corresponde organizarnos y exigir que las autoridades cumplan con lo que les toca, o que se hagan a un lado para que el pueblo coloque en su lugar a mejores mujeres y hombres. Eso es lo que debemos hacer, cuando menos mientras estemos vivos.
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