Desde que Donald Trump regresó a la Casa Blanca ha ido cumpliendo una a una sus amenazas en contra de México y el resto de países americanos, porque necesita que los gobiernos de estos países se sometan totalmente a sus políticas imperialistas.
Trump está decidido a relocalizar buena parte de la industria automotriz en territorio estadounidense y convertir a México en un país ensamblador de piezas para dichos automóviles.
La élite de grandes empresas transnacionales que realmente gobierna Estados Unidos necesita de las inmensas riquezas de nuestro continente para superar la crisis económica del capitalismo neoliberal y tratar de contrarrestar el avance de los países agrupados en los Brics, que encabezan una rebelión mundial en contra precisamente de la dominación económica, política y militar de esta élite.
Aunque los grandes medios de comunicación nos quieren convencer de que las acciones de Donald Trump obedecen a una “naturaleza impulsiva e irracional” del magnate y que no tienen lógica alguna, esto es falso. Todas sus acciones están calculadas para apuntalar la dominación política y económica de Estados Unidos sobre toda América, continente que por muchos años el imperialismo estadounidense utilizó como su exclusivo coto de caza.
Trump pretende frenar a toda costa la influencia económica y política de China, Rusia y el resto de países de los Brics en América.
Así las cosas, la deportación masiva de migrantes indocumentados, la declaratoria de los cárteles mexicanos como terroristas y la imposición de altísimos e ilegales aranceles a las mercancías que México exporta hacia Estados Unidos no forman parte de ninguna lucha contra el fentanilo ni contra el narcotráfico, jugoso negocio de los señores del capital.
Son parte de la citada lógica de dominación geopolítica del imperialismo estadounidense y, por ello, poco importan las temporales y relativas afectaciones económicas que pudieran provocar dentro de Estados Unidos, pues Donald Trump y la élite de multimillonarios que él representa calculan que con estas agresiones conseguirán jugosas concesiones del gobierno mexicano, que le servirán para un mayor fortalecimiento económico.
Esto ha quedado claro en la reciente crisis desatada por la imposición de aranceles generales del 25 % a todas las mercancías mexicanas, decretado por Donald Trump el pasado 1 de febrero y cuya entrada en vigor se ha pospuesto durante un mes, pues el gobierno mexicano aceptó enviar más de 10 mil efectivos de la Guardia Nacional a realizar labores de patrulla fronteriza en el norte de México para contener el flujo de migrantes indocumentados, principalmente mexicanos.
Es cierto que los aranceles, o sea, cobrar impuestos del 25 % sobre el precio general de cada mercancía exportada de México hacia Estados Unidos, encarecerá muchos productos en el mercado estadounidense, por ejemplo, los que provienen del sector agrícola, y afectará también las cadenas de suministro de importantes ramas productivas, como el sector manufacturero, pues en nuestro país se ensamblan automóviles, televisores, celulares, computadoras, refrigeradores, etcétera, que luego se venden en Estados Unidos.
Sin embargo, las exportaciones mexicanas apenas representan el 17 % del total de compras internacionales que realiza el mercado estadounidense, mientras que dichas exportaciones representan más del 85 % del volumen total de intercambio comercial de México con el mundo entero.
Según el analista económico Jorge Suárez-Vélez, las exportaciones de México representan apenas el 1.2 % del Producto Interno Bruto de Estados Unidos, mientras que en nuestro país representan más del 30 % del PIB.
Así las cosas, no hay duda de que la imposición de los aranceles decretados por Donald Trump sería mucho más dañina para la economía mexicana, al grado de que calificadoras internacionales como HR Ratings calculan que bastaría con que estuvieran vigentes por un año para detener las inversiones en México, provocar una huida masiva de capitales norteamericanos y europeos, la interrupción total de las cadenas de suministro, un aumento generalizado del desempleo, el desplome de los ingresos fiscales del gobierno y un aumento desmesurado de la pobreza. O sea, una crisis económica general en regla.
En el mismo periodo de un año, los efectos en Estados Unidos, como el aumento de precios de las mercancías, apenas se sentirían.
Para analistas económicos como Juan Carlos Baker, exsubsecretario de Comercio Exterior y uno de los negociadores principales del vigente Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), uno de los objetivos de Donald Trump con la imposición de aranceles es adelantar la renegociación de dicho tratado, que vence a mediados de 2026 y que Trump pretende renegociar este año para imponer a las dos naciones medidas económicas mucho más favorables hacia las empresas estadounidenses.
Según Baker, Trump está decidido a relocalizar buena parte de la industria automotriz en territorio estadounidense y convertir a México en un país ensamblador de las piezas para dichos automóviles. También pretende imponer la creación de un órgano jurisdiccional para dirimir los conflictos laborales entre trabajadores mexicanos y las transnacionales estadounidenses, con facultad de juzgar dichos conflictos a través de leyes creadas ex profeso, dejando en mayor vulnerabilidad los derechos laborales de los trabajadores mexicanos y, sobre todo, pretender hacer que México cierre totalmente su comercio con China y que le otorgue a las empresas estadounidenses la exclusividad de saquear a sus anchas nuestros recursos naturales.
Esto se parece a lo afirmado por Eduardo Luque en el portal elviejotopo.com: “Trump propone un modelo económico que insiste en los procesos de acumulación por desposesión de forma acelerada. América Latina jugará un papel crucial debido a su proximidad geográfica y la riqueza de recursos naturales que alberga… Estados Unidos buscará sustituir las importaciones necesarias para su industria por materias primas provenientes del subcontinente latinoamericano, consolidando cadenas de valor regionales que respalden la economía de la metrópoli.
Esta nueva ‘ruta de la seda norteamericana’ tendrá un enfoque coercitivo. Las presiones de Estados Unidos se incrementarán, utilizando pretextos como la ‘guerra contra las drogas’ y otras narrativas que justificarán la presencia militar y el control territorial en la región”.
Y justo es lo que estamos viendo: no sólo está en marcha un plan económico para asegurar la primacía de Estados Unidos en la extracción de recursos naturales y controlar el mercado de nuestro país a través de un nuevo tratado, sino también un aumento de la militarización de México, usando a nuestro Ejército para defender los intereses del imperialismo.
Por eso, no hay nada que festejar en el acuerdo tomado por la presidenta Claudia Sheinbaum y Donald Trump, porque no es más que una evidencia de su total incapacidad para hacer frente a la embestida económica y política del imperialismo más feroz que ha visto la humanidad.
Al contrario, hay mucho qué reclamarle a este gobierno y al anterior, pues renunciaron a toda pretensión de alcanzar nuestra verdadera independencia económica: mutilaron nuestro desarrollo científico y tecnológico al cancelar fideicomisos para la investigación y disminuir el presupuesto destinado para este fin, están desmantelando el sistema educativo, aumentaron nuestra dependencia alimentaria hacia Estados Unidos.
Asimismo, están utilizando al Ejército en otras tareas muy distintas a sus funciones y, lo más grave, con su demagogia y sus políticas asistencialistas pretendieron desmovilizar al pueblo trabajador, único capaz de organizarse para hacer una verdadera defensa de la soberanía nacional.
¡Unidad nacional! Clama el oficialismo y claman muchos otros de sus partidarios. Sí, los antorchistas también proponemos la unidad nacional de los trabajadores, pero en torno a un nuevo proyecto de nación que tenga como objetivo el verdadero combate a la desigualdad, en torno a la lucha en contra de la opresión y la arbitrariedad del imperialismo estadounidense y sus gobiernos lacayos.
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