Como el rayo veloz que de la altura
rugiendo se desgaja
y llena de pavor el hondo valle
y sacude en su seno las montañas,
una voz, un mensaje, una noticia,
cruzó desde la playa
en donde besa el mar la heroica tierra
que dominaron los caciques mayas,
hasta el lejano centro de los bosques
en donde levantara
sus aduares la tribu más guerrera,
la tribu valerosa, en que mandaba
el gran cacique de la frente altiva,
de la ardiente mirada,
el que adornó su tienda con los cráneos
de cien guerreros de distintas razas!
¡Nachi-Cocom!
No vieron las llanuras
mejor blandida lanza,
ni escucharon su nombre sin recelos
los señores de toda la comarca
¡Nachi-Cocom!
El hijo de los dioses,
de la sierpe sagrada,
el divino Batab, que en los combates
jamás al enemigo dio la espalda!
La noticia llegó.
Los diez enviados
de las islas lejanas,
dijeron al cacique, en el misterio
de una noche, la nueva no esperada.