La mitológica obra de Monteverdi, que llevó a escena a Orfeo y Eurídice en el siglo XVII, ahora ha vuelto con toda la instrumentación barroca, pero un elemento que la ha hecho aún más popular, es la adaptación de Cristina Pluhar que realizó en 2016 y que ahora ubica a la mitología en la selva acompañada no solo de la instrumentación barroca, sino del folclor sudamericano que impera en la obra, en los pies descalzos de los protagonistas y en el bosque, dónde ahora se reescribe el mito.
La extraordinaria voy de Nahuel Pennisi se une en armonía a Luciana Mancini y lo que hacen en el escenario, a la hora de interpretar las piezas folclóricas no tendrá otro sinónimo sino el de magia. La historia ahora sitúa a un Orfeo más cercano todavía a aquél que hubo materializado el cuerpo en hombre de la ópera de Monteverdi y junto a Eurídice encarnada en la belleza de Mancini, la ópera parece darnos la autorización para dibujar a los dioses a imagen y semejanza nuestra.
La edad media fue una época de grandes avances artísticos, sobre todo en la arquitectura, la escultura y la música, pero velados por la filosofía teocentrista imperante en aquél entonces, no había pues, obra artística que no rindiese culto a la exaltación del creacionismo o que desdibujara a una imagen santísima entre sus notas o pinceladas.
La evolución musical, por ejemplo, en buena medida se ve condicionada por este fenómeno, el goce estético clerical que anteriormente evocaban las salmodias corales poco a poco iban perdiendo impacto y es la polifonía quien retoma el favor de consagrar a Dios en el corazón de los devotos.
Aquí encontramos también una coyuntura importante, ¿dónde está Dios?, ¿cómo es?, ¿cómo son los santos?, se preguntaban los fieles y, como respuesta, recibieron a un Jesús que tomaba facciones del hombre común y que se materializaba frente a sus ojos con cuerpo de hombre, semblante de hombre y que, en efecto, era un hombre.
Cómo aquél que discrimina al pato por todas sus características; el Jesús y sus apóstoles, se nos fueron dados a imagen y semejanza nuestra, y en el arte medieval rescatamos muchas de estas obras que han sido importantes para el avance de la técnica pero también para demostrar cómo la idea imperante penetra en cada uno de los aspectos de la vida social. Al ir avanzando y encontrar el barroco posicionado en el siglo XVI, la imagen de Monteverdi con su instrumentación y sus voces melismadas resultan fundamentales para explicar lo que más adelante se llega a conocer como ópera.
Como un Boticelli, que recoge a los dioses mitológicos y los materializa frente a los ojos de todos, Monteverdi recoge ahora los grandes mitos y los coloca con imagen de hombres y les da voz, es pues una antropomorfismo de las deidades pero ahora en la música. Tuvieron que pasar tres siglos para volver a encontrarnos con Orfeo y Eurídice en la música, pero ahora vinculados también al enigma y las leyendas que guardan los bosques sudamericanos y que susurran en sus instrumentos musicales.
Ahí encontramos a Orfeo y Eurídice y al brutal Aristeo que ahora es apicultor y rapta a Eurídice, ahí está Héctor también atado por el temor al canto de las sirenas y que se escuda en el canto de Orfeo para poder liberarse del canto de la muerte. No diré más sobre la obra solo que, las letras de las canciones son bellísimas y ambientadas con la instrumentación barroca en fusión con el folclor sudamericano es sumamente delicioso.
Escuchar el Romance de la luna tucumana o el pajarillo en voz de tan grandes intérpretes, evoca los más bellos sentimientos, y escuchar a Orfeo en el O eterno, hace que a cualquiera se le erice la piel, y oír el trío “Cubrámonos de cenizas” que anuncia la muerte de Eurídice y el grito desgarrador de Orfeo al final, habla de esta dualidad de evocar tristeza y belleza en un solo canto.
El volver a acercar la mitología y ahora aún más cercana pues no solo son hombres con voz, sino que cantan los cantos senescentes de una tierra enigmática que guarda en su centro los cantos del palo de lluvia, nos regresa de nueva cuenta la facultad que a nuestra imagen y semejanza, los dioses pueden tener vida en nuestras manos… Mientras estas líneas son escritas escucho el grito desgarrador de Nahuel al enterarse de la muerte de Eurídice… Eurídice… Eurídice…
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