Los fenómenos naturales son inevitables (por ahora) para el ser humano, México tiene amplia experiencia al respecto, dado que los mexicanos hemos sufrido diversas catástrofes.
Aunque la tecnología ha avanzado a grado tal de alertarnos, a veces con una precisión increíble sobre el día, hora y lugar del fenómeno. Y ahora podemos saber sobre eclipses, huracanes, temblores, tormentas, ciclones, etcétera, con precisión meridiana, pero, una cosa es no poderla evitar y otra muy distinta es no prevenirla.
Es del conocimiento público que en Baja California Sur existe mucha pobreza, conviviendo claro, con un oasis de riqueza. Estos opuestos existen, están a la vista de todos, pero, nadie atina a decir que es absurda, grosera, esta terrible contradicción, salvo el Movimiento Antorchista.
Es Antorcha en voz de su secretario general, Aquiles Córdova Morán, quien ha explicado pacientemente esta situación tan grave, que provoca tragedias por doquier. Ha expuesto cómo el sistema capitalista en el que vivimos enriquece a unos cuantos, hasta el hartazgo, mientras empobrece a la inmensa mayoría, hasta la humillación, siendo estos últimos quienes, precisamente, generan tanta riqueza. Y no es culpa de persona alguna, es todo el sistema el que está mal, podrido desde dentro y debe ser sustituido por otro más justo.
Aquí lo vemos claramente. Concurren a esta tierra familias indígenas de Oaxaca, Sinaloa, Guerrero; traen entre sus alforjas solo un trozo de pan y queso, y un sinfín de esperanzas, sueños. Cargan consigo la disposición a cualquier trabajo, lo mismo de albañiles, como de garroteros, meseros, camaristas o vendiendo cualquier cosa en la calle para sobrevivir. Sus cuerpos sucios, deformes y cansados, son los que generan la inmensa riqueza que se presume ante las miradas extranjeras en los puertos, malecones, hoteles de lujo y demás centros turísticos.
Pues bien, en este contexto, el jueves 8 de septiembre impactó las costas de Mulegé, Baja California Sur, el huracán Kay que dejó, tras de sí, destrucción y terror entre los habitantes de Vizcaíno, Guerrero Negro, Santa Rosalía, y claro, Bahía Asunción y Punta Abrejos donde impactó directamente; es decir, causó estragos principalmente en Mulegé, pero, no se salvaron los demás municipios.
Pero todo ello, no es casual, no es solo obra de la ferocidad de la naturaleza, ni mucho menos obra de mala fe de Dios alguno, es debido a la profunda pobreza en que se debaten miles de habitantes de esta península. Por ejemplo, reconocido por la titular del Instituto de Vivienda del Estado, Fernanda Villarreal González, existe un déficit de viviendas en la entidad de 17 mil familias. Si, 17 mil familias que no tienen vivienda, ¿Dónde viven? Hacinados con sus papás, con los suegros, rentando o en casa prestada.
Apenas hace un mes, el subdirector de Protección Civil de Los Cabos, Francisco Cota Márquez, reveló que solo en ese municipio existen 45 mil personas que viven en zonas de riesgo y alto riesgo, es decir, viven a la buena de Dios, con una espada de Damocles cada vez que estos fenómenos se aproximan.
¿Pudo evitarse el huracán? No, claro que no. ¿Pudieron evitarse tan graves consecuencias? Eso sí, cómo no. Mucha gente, ¡otra vez!, lo perdió todo. Olas de hasta 8 metros de altura y ráfagas de viento sostenido de hasta 130 km/h devastaron caminos, arrastraron tras de sí techos, casas, postes, palmeras, bardas, inundaron casas, calles, con una furia pocas veces vista. ¿Quién sufrió los estragos? Otra vez los pobres, los que se cubren con techos de hule, de cartón o de plástico, los que viven en casas de desechos, los que pernoctan en arroyos, o en cerros con pendientes muy pronunciadas, donde arriesgan la vida por no tener acceso a una vivienda digna como lo marca la constitución mexicana.
Aquí existe un motivo más para estar unidos, camaradas, para exigir al gobierno, por ahora al secretario general, Homero Davis Castro, que apoye a quien más lo necesita, para no tener que estar sacando las castañas del fuego a la mera hora o queriendo resolver todo como bomberos.
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