Los habitantes de México comprendemos muy bien que en la segunda década del siglo 21 estamos inmersos plenamente entre los pobres del mundo, a pesar de ser la décimo sexta economía mundial, es decir, los mexicanos producimos mucho, pero el detalle es que tanta producción no es para consumo interno; lo hacemos para satisfacer el mercado de la primera potencia mundial, que es Estados Unidos (EE. UU.).
El triunfo de la revolución armada en 1917 dio a nuestro pueblo la ilusión de que se abría para él una época nueva, llena de progreso y de satisfacciones largamente esperadas. No fue como se había soñado.
El régimen de producción capitalista que se desarrolló, de entonces a la fecha, no ha logrado el milagro que esperaban nuestros abuelos, padres y nosotros mismos. El ejemplo que sigue es clave para entender el fondo de este grave problema: la clase trabajadora, hombres y mujeres, la que crea todas las riquezas en nuestra tierra es de las peor pagadas en el planeta y de las más explotadas por las largas jornadas de trabajo, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y no está libre, no tiene sindicatos auténticos que la agrupen y exijan salarios bien remunerados. Todos sus intentos por levantar cabeza en este aspecto vital, su defensa como clase productora de mercancías, son reprimidos violentamente, sin miramientos por la fuerza pública de los gobiernos en turno.
Esta fuerza social de primera importancia, la clase obrera, vive enclaustrada en las rejas del charrismo sindical, que cancela su movilización y huelgas para exigir salir de su triste situación. Además, hay que considerar que el 55.9 por ciento, o sea, 33.03 millones de los trabajadores del país se mantienen viviendo del empleo informal, sin ningún tipo de apoyo de la autoridad, igual, sin ningún tipo de organización que la defienda, sin servicio médico, sin derecho a vivienda y con ingresos del todo insuficientes para mantener decorosamente a una familia.
En conclusión, ese gigante social que son los trabajadores del país por su número, 59.1 millones (Inegi, 28 de junio/22) se mantiene dormido y en tanto esta situación siga, los cambios en el país seguirán esperando pues no habrá fuerza que los impulse, los lleve a cabo y los imponga.
Si no existe, por el momento, en este país la fuerza social organizada y dispuesta a reclamar e imponer los cambios que exige la difícil situación de los trabajadores y sus familias, la pregunta que debemos hacernos todos los habitantes de este país es, ¿Cómo piensa el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador mejorar en 2023, aunque sea un poco, la dura vida de largas jornadas de trabajo y pagas miserables de hombres y mujeres de la clase trabajadora mexicana? La respuesta la encontramos en sus proyecciones de gasto en el Presupuesto de Egresos de la Federación 2023 (PEF). Lo primero que llama la atención es lo abultado de éste que será de 8.3 billones de pesos (8 millones de millones más 300 mil millones de pesos, cifra superior en 11.6 por ciento al PEF que se está ejerciendo este año.
El gran problema que tiene AMLO para contar con 8.3 billones de pesos a ejercer el próximo año es que a los ingresos que su gobierno va a tener en 2023 (impuestos que pagamos los ciudadanos, ingresos extraordinarios por el petróleo que alcanza precios exorbitantes por la situación internacional, y otros ingresos más) le faltan precisamente 2 billones, por eso, en corto, en reunión con su gabinete legal y gabinete ampliado el presidente les dijo que en 2023 reducirá todavía más los gastos en su administración, que “ya no habrá viajes al extranjero, se suprimirían plazas de gobierno y aplicará la pobreza franciscana en su gobierno”. Eso lo dijo para salir al paso, la verdad es que esos dos billones saldrán a fuerzas sacrificando, recortando rubros del gasto federal básicos en los servicios a la población.
La salud de la población verá recortes que perjudicarán, aún más, la atención y medicinas, la educación seguirá empeorando, sin más aulas ni maestros suficientes, las obras y servicios necesarios aguas potables, drenajes, pavimentos a comunidades campesinas y urbanas no se harán realidad, y las grandes y pequeñas obras de infraestructura también necesarias y urgentes para potenciar el desarrollo de regiones y estados del país, carreteras, puentes, puertos, aeropuertos, parques industriales, no se realizarán por los recortes de presupuesto ordenados de manera tajante por el Ejecutivo federal.
Otros aspectos, entre muchos, que no abonan al mejoramiento de los mexicanos lo dice el siguiente ejemplo: nuestra economía presenta “un boquete de casi un millón de empleos formales que no se han creado a partir del 2018. Sin duda, esto tendrá un efecto en el crecimiento y en la productividad del país a medida que pase el tiempo.” José Roberto Balmori. Sitio de noticias Forbes. Sep 12/22.
Hay que tomar muy en cuenta que en el PEF 2023, AMLO no tiene contemplado ni por equivocación subirles los impuestos a los patrones dueños del dinero en México, que paguen más impuestos los que ganan más, producto del sudor de los trabajadores mexicanos, al contrario, seguirá poniéndose de bruces a las exigencias patronales.
La pobreza franciscana ya la está viviendo la población; el año entrante será peor, mientras, quien prometió que primero los pobres, está y estará solazándose en un palacio con gastos pagados y un sueldo altísimo que pagan precisamente los pobres. Y todo para qué si el país es un desastre.
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