Nuestra organización, en estos más de 49 años de lucha, ha podido consolidar un germen, el Movimiento Antorchista, en donde hemos aprendido que nuestra presencia es bastante inoportuna para la clase dominante, muchos ataques se hacen a escondidas y ante la completa luz de la impunidad en contra de casi cualquier paso que da el antorchismo nacional y alegan razones “de peso” para intentar destruir a la organización mejor estructurada en el país y cuyos ideales precisos y siempre únicos, le han valido la perpetuidad de su vida.
Muy a pesar de nuestros enemigos, Antorcha no sólo sigue viva, sino que, cada día se convierte (sí aún más) en la única opción, la real, para cambiar las condiciones en las que se encuentran hoy, millones de mexicanos. Si no pudieron acabar con Antorcha cuando aún éramos una primigenia chispa, no lo harán ahora que somos una tea ardiente, la luz del pueblo pobre de México.
A pesar de los malos ratos, he aprendido también que aquí, entre los nuestros, entre la familia que la lucha nos ha permitido tener, cuidar, amar y multiplicar, existe siempre un hombro sobre el cual, dificultad cualquiera puede atenuarse. He descansado mi fatiga entre los hombros de mis hermanos de lucha y, sin duda, he encontrado en ellos, en los ojos de los que son como yo, la verdad de mi pueblo, del pueblo que clama pan de harina y de ideas.
Antorcha nos ha educado, nos ha permitido acercarnos a la pluma de los grandes hombres, cuyo ideario no es distinto al nuestro, y que nos separa solamente el tiempo de nacimiento. Hemos recibido también tragos tan amargos, golpes certeros como si fuese el odio del hacedor de todo cuanto en la tierra hay, y esos vericuetos también nos han hecho fuertes, inquebrantables. Hay algunos que no están más con nosotros, que la vida ha culminado su existencia material, pero que se han hecho inmortales entre nosotros y que van por el sendero, a la cabeza, abriendo aún el camino.
Los hay también, aquellos que, en el camino, se han perdido entre cuentas de vidrio efímeras al tacto, a ellos los saludamos de lejos y les deseamos la suerte que la vida pueda darles, pero los que estamos de pie, los que seguimos prestos al combate como los hombres de Gedeón, ustedes, queridos compañeros, ustedes son los imprescindibles.
Es por esto, que el día de hoy, siento en mi pecho, henchido de orgullo por esta, nuestra Antorcha, la necesidad de expresarles en estas líneas, que ahora son suyas, (y con temeridad, tal vez) que esto que hemos construido, que esto, lo que somos ahora, no podrá terminarse nunca, sino con el culminar de nuestra misión histórica.
Hoy, cada golpe, cada intento por acabar con nosotros se ha transformado en una coraza inquebrantable que no permitirá jamás que nuestra existencia llegue a fatal término. Hermanos todos, hoy que tenemos en nuestras manos la panacea bendita, compartámosla con todos. Cada plenista, cada activista, cada antorchista, necesita cerrar filas en torno a nuestra organización, necesita pues, hablar de Antorcha con todo aquél que pueda y convencerlo de lo que Antorcha es, nada más.
Formemos pues, un ejército inquebrantable de verdaderos hombres con los ideales fijos y puesta la vista en la tierra, esa que se nos ha prometido y negado pero que sigue siendo nuestra, luchemos por hacer que nos escuchen hasta los sordos, y que nuestro grito de guerra sacuda hasta las rocas, los antorchistas somos hombres valientes, decididos, arrojados, y los mejores, los mejores queridos compañeros, son todos y cada uno de ustedes, los que aún marchan a nuestro lado.
Hagamos pues, valer nuestra voz y nuestro derecho y llevemos al pueblo al lugar que se le ha negado y que es suyo por derecho. Si dejamos que Antorcha se encienda en cada lugar de nuestro México, jamás, nuestro país volverá a estar a oscuras. ¡Que valga!
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