La ciencia económica señala, como punto de partida y fundamental para comprender la pobreza de las mayorías, que toda mercancía es al mismo tiempo, primero: un objeto externo capaz de satisfacer necesidades humanas (del tipo que sea). Esta capacidad se expresa y agota en su uso, radica en su utilidad material y es fruto del trabajo útil, concreto, que un individuo, como consecuencia de la división social del trabajo, realiza específicamente como carpintero, herrero, panadero, albañil, etcétera. Esta actividad no es más que una variante del trabajo total, general de la sociedad en su conjunto.
Segundo: un valor, cualidad que le permite equipararse e intercambiarse por cualquier otra de las demás mercancías en una determinada proporción, y cuya sustancia es el trabajo humano abstracto. Es decir, despojado de sus características concretas de trabajo individual, útil, para quedar solo como simple desgaste de fuerza humana de trabajo. Esto sólo puede ser percibido a través del valor de cambio, forma que adopta al ponerse en relación de intercambio dos mercancías, una frente a otra.
Aunque den tarjetitas del bienestar a todo mundo o aunque les aumentaran el monto, seguirán siendo apoyos al consumo y no a la producción.
Toda mercancía es valor de uso y valor al mismo tiempo.
Ahora, este valor es medible por unidades de tiempo, pues el trabajo “coagulado” en una mercancía puede determinarse por el tiempo que ha durado el desgaste de la fuerza humana de trabajo en general, durante una hora, un día, una semana, un mes, etcétera.
Por otro lado, en el intercambio de mercancías rige la ley de intercambio de valores equivalentes de manera general. Pues, aun suponiendo que cada vendedor le aumentase arbitrariamente a su producto, a la hora de comprar lo que necesita, perdería lo ganado y quedaría igual. Es decir, equilibrado el intercambio, pues en esta sociedad todo mundo en algún momento es vendedor y comprador, necesariamente.
Esto es fundamental para entender que la fuerza de trabajo del ser humano, desde que se hizo mercancía, se paga en términos generales por su valor. O sea, por lo que cuesta producirla (o costo de producción), calculado en términos de la suma total del valor de los medios de vida que necesita el trabajador.
Pero resulta que el valor de uso de esta mercancía especial es, precisamente, el trabajo, que es a su vez la sustancia del valor de las mercancías. O sea, el valor.
Por eso es importante saber que trabajo y fuerza de trabajo son dos cosas diferentes. Al trabajador se le paga su fuerza de trabajo, que al desgastarse produce trabajo, es decir, valor. La diferencia entre estas hace posible la obtención de plusvalía (valor de más) que se apropia no el obrero sino el patrón, bajo la excusa de que él ha comprado la fuerza de trabajo y, por tanto, lo que produce durante su uso le pertenece.
Visto el asunto como magnitudes de la misma sustancia, o sea como productos del trabajo abstracto, todas las mercancías pueden compararse y medirse.
Así puede decirse, por ejemplo, que la suma de valores de los medios de vida necesarios para la producción y reproducción de la fuerza de trabajo es el valor de la fuerza de trabajo. Si estos representasen media hora de trabajo, esta fuerza al desgastarse durante una jornada de trabajo de ocho horas produce un valor de ocho horas, y por tanto una plusvalía de siete horas y media, que es el trabajo excedente del cual se apropia el patrón y constituye su “ganancia”.
Aunque lo parezca, esto no es producto de la maldad de los hombres, sino de la evolución social que llegado a un punto hizo necesaria su aparición. Pero ese mismo desarrollo, que ha continuado y continuará porque el mundo no solo es, sino que también deviene, está haciendo necesario otro cambio. Como lo atestiguan los acontecimientos actuales que se explican como la lucha de un mundo nuevo por nacer, más justo, equitativo y multipolar, el cual asigna por tarea a los individuos de nuestro tiempo, impulsar con su acción este alumbramiento en bien de todos.
En nuestro entorno inmediato sucede lo mismo: la explotación económica de la fuerza de trabajo surgida del modo de producción capitalista. Por efecto de la reproducción ampliada del capital o acumulación, impulsada a su vez por la centralización y el monopolio, se ha generado la estratosférica e irracional desigualdad con la concentración de montañas de riqueza en unos cuantos ricachos, mientras la pobreza se extiende sobre la mayoría de la población. Esto ocurre a pesar de la innegable creciente socialización del trabajo que se enfrenta a la caduca apropiación privada. Esto sin duda reclama el cambio de sistema de producción que es la forma en que la sociedad se organiza para poder producir los bienes necesarios, con base en el desarrollo de las fuerzas productivas.
Entre tanto, es necesario el cambio de modelo económico. Es decir, acabar con el neoliberalismo que es la expresión del capitalismo más salvaje y rapaz que deja todo en manos de las leyes del mercado para que el pez grande devore al chico. Sus características, entre otras, son el adelgazamiento del Estado y sus tareas y responsabilidades para con la sociedad.
Y esto no se cambia, ni puede cambiar, con tarjetitas. Aunque se las dieran a todo mundo o aunque les aumentaran el monto, seguirán siendo apoyos al consumo y no a la producción.
Esto solo se puede cambiar con impuestos a los más ricos, es decir, progresivos. Con el empleo pleno, es decir, que se les dé a todos. Con salarios remuneradores, es decir, que satisfagan todas las necesidades elementales de las familias. Y con la reorientación del gasto público, es decir, que el dinero de los mexicanos que maneja el Hobierno, se invierta en las verdaderas necesidades de la población, como la salud, la educación y la infraestructura, de calidad y de manera suficiente, etcétera.
Así sí. El que no lo crea, que haga la prueba y lo comprobará.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario