Es inevitable percatarse, que, durante años, e incluso décadas, el trabajo periodístico se ha ido transformando conforme la sociedad va descubriendo e innovando nuevos métodos de desarrollo, ya sean en el alcance que se logran en la televisión, radio, periódico y aún más en esta nueva era, el cual es el auge de las redes sociales, pues toda la información que buscamos, casi siempre la encontramos en estas plataformas.
Pero lo único que se transforma son los métodos de difusión y mecanismos para su desarrollo, ya que el trabajo complejo y dinámico lo hace el periodista, y lo tendrá que hacer siempre, y pues es esencial cuando, por ejemplo: un trabajo de redacción, de edición, video o fotografía transmita al receptor, eso es lo que define a un buen emisario de la noticia.
Pero todo esto palidece cuando nos damos cuenta que hoy la información, es muy anti verídica, en pocas palabras amarillista, incongruente, que no quita y sean sátiras surrealistas del gobierno.
En México es casi una condena de muerte para quien practica uno de los trabajos más arriesgados de quizás del mundo, siendo que en lo que van del año ya han perdido la vida 12 de ello, y durante todo este mandato 29, debido a ciertos factores como: la supuesta libertad de crítica o de ideas opuestas al máximo mandatario del país Andrés Manuel López Obrador (AMLO), y no es para sorprenderse que el presidente Andrés Manuel, no soporta el criterio de periodistas de ciertos medios.
Sucede que los asesinatos de periodistas siguen incrementándose en este gobierno, autodenominado de la 4T, y sucede, lamentablemente, que solo vuelven a ser nota periodística por algunos días cada vez que acontece un nuevo asesinato de un miembro del gremio. Una vez pasado el lamentable suceso el “rio vuelve a su cauce” como si nada hubiera pasado y pocos abordan el tema.
La impunidad, parte consustancial de nuestro sistema de impartición de justicia, campea a sus anchas. Sí, es cierto, se habla que el asesinato de tal o cual periodista no va quedar impune, que no se permitirá que se atente contra la libre expresión, que se les dará garantías a los periodistas para que ejerzan su profesión, y, no sé cuántas cosas más.
Se hacen protestas, que no hay que demeritar muy al contrario son importantes, como las que se hicieron recientemente en 47 ciudades del país con las consignas en apoyo a los periodistas: “¡Justicia!”, ¡No estás solo!”, “No disparen, soy periodista”. Una llamarada que tan pronto se aviva como se apaga quedando en cenizas. Pero el fenómeno, el asesinato de periodistas, se presenta una y otra vez de manera recurrente.
Vivimos en una sociedad profundamente injusta, que se ha polarizado aún más bajo el régimen neoliberal de la 4T: por un lado, un puñado de hombres opulentos que concentran cada vez más la riqueza, los dueños del dinero y del poder político, y por otro, decenas de millones de hombres que sobreviven a duras penas; un régimen en que ha crecido la corrupción de funcionarios públicos de todos los niveles; una sociedad en que se promueve como principio sagrado el de enriquecerse, hacerse de bienes materiales, a toda costa y pasando por encima de lo que sea; un régimen en donde el crimen organizado “sienta plaza” y se habla, a partir de las elecciones pasadas de narcogobiernos. En síntesis: en nuestro país, como en todas las sociedades llamadas “de libre mercado”, “democráticas”, hay poderosos grupos de poder económico y político que no van a dejar que se les denuncie en los medios de comunicación y menos se toque sus intereses.
Y en ese entorno, quiéralo o no, se mueven los periodistas. Su labor toca en muchas ocasiones los intereses de esos poderes fácticos. Sabemos que el periodismo crítico, y sobre todo el poder político y económico establecido, es perseguido, denostado y, llegado el caso, eliminado mediante el asesinato. Solo un régimen social que acabe con la desigualdad social y económica, con la corrupción pública y privada, puede generar condiciones donde el periodista pueda ejercer con seguridad y libremente su profesión.
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