En el sistema económico donde predomina el libre comercio y los grandes monopolios, se nos presenta un gran dilema: quién se esfuerza más por lograr su bienestar, por conseguir sobrevivir. En los últimos años se nos ha enseñado que el esfuerzo, la dedicación y la disciplina es la base del éxito para lograr el bienestar deseado; sin esto poco o nada se podrá adquirir en el futuro.
Este éxito está casi siempre ligado a la contabilidad del ingreso financiero, cuánto se gasta, cuánto ingresa, qué lujo se pueden obtener, cómo se va a gastar este dinero, qué poder adquisitivo tiene la persona, sin importar que esto no ocurra con todos.
La otra cara de la moneda no tiene nada que ver con esto, es decir, que para la mayoría de los mexicanos estos privilegios están prohibidos, porque sólo pocas personas pueden acceder a la estabilidad económica y financiera como les gustaría.
Es necesario pues, entender que quienes se esfuerzan por lograr un bienestar es el pueblo trabajador. Pero sin su organización será imposible lograr un cambio verdadero, donde sea el pueblo quien tome las verdaderas decisiones.
Tan sólo para dar un ejemplo de lo mal que estamos no sólo en nuestro país sino en el mundo entero, donde el aparente “bienestar social” que predomina (sólo en el término literario), se convierte en eso, una palabra que se utiliza como un analgésico o disuasivo que aliviará en lo inmediato los problemas, pero que no los resolverá de forma definitiva.
Un informe publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y la ONG Save the Children, informa que unos mil 400 millones de niños menores de quince años carecen de cualquier forma de protección social, por lo que son más vulnerables a las enfermedades, la desnutrición y la pobreza.
Este indicador también a su vez demuestra que, si estos niños viven en la pobreza, difícilmente podrán tener acceso a una educación de calidad, ¿pero este problema es culpa de los niños, es culpa de los padres?
La respuesta es no, la culpa es del sistema económico que rechaza toda oportunidad de ofrecerles una vida mejor, con salarios dignos que puedan tener acceso a una vivienda con servicios básicos y de primera necesidad, sin tantas carencias, que estos niños tengan la capacidad de forjarse un futuro que sea redituable. El bienestar aquí no es posible para todos, porque limita la ganancia.
Pero ¿se debe esto al poco esfuerzo de los que trabajan, incluso la poca disposición que tengan para hacerlo? no, tampoco. Esto es producto de un sistema que no puede ofrecer bienestar a todos los que se encuentran en él. Es decir, puede ofrecer a manos llenas toda la felicidad, entiéndase como la riqueza con lujos inimaginables, con los mejores servicios de salud, la ciencia y la medicina a su disposición; mientras descobija y deja en el olvido a miles de seres humanos que se debaten todos los días entre la miseria y la pobreza.
Este sistema económico abandona a los seres humanos, en la miseria, con frío, con hambre, a las enfermedades algunas de fácil tratamiento, pero sin la posibilidad de que puedan acceder a los servicios médicos, porque no los tienen, mientras eso ocurre se ofrece bienestar a unos pocos que disfrutan y cuidan con celo estos beneficios.
Entonces, cómo se explica que este sistema sea mejor, si en el mundo existen muy pocos millonarios, y que por el otro lado existen países donde se sufre de hambre, donde las personas mueren por enfermedades, donde todavía existe explotación. Es el sistema, es el capitalismo en su máxima expresión que se olvida del bienestar para los que trabajan y se esfuerzan todos los días.
Es necesario pues, entender que quienes se esfuerzan por lograr un bienestar es el pueblo trabajador. Pero sin su organización será imposible lograr un cambio verdadero, donde sea el pueblo quien tome las verdaderas decisiones que beneficien y resuelvan los problemas que viven a diario. Es necesaria la organización que con su fuerza política logre el poder por la vía pacífica, y que se preocupe por el bienestar de los más humildes, de los que siempre han sufrido en el abandono. Es necesario y es posible; sí lo es.
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