¿Se puede salir adelante como nación a pesar de haber llegado tarde a la competencia? La respuesta a esta pregunta hay que buscarla no en la teoría, sino en la práctica. En este caso, en la historia.
Cito, por tanto, tres casos, como ejemplos.
1. Alemania. Alemania se unificó como nación en 1871. Décadas después de que el capitalismo se había consolidado en Europa y cuando se disputaban la supremacía del mundo dos poderosas naciones: Inglaterra y Francia. Empero, en la primera década de 1900, Alemania era ya la primera economía del mundo y se preparaba para entrar en la lucha armada por el reparto del mundo, que fue la Primera Guerra Mundial.
2. Rusia. Rusia hizo su revolución socialista en 1917, en el año en que México promulgaba su Constitución burguesa. En ese año Rusia era un país mayoritariamente campesino y de población analfabeta. A grado tal que la tesis clásica de un gobierno-obrero, Lenin la modificó por un gobierno de una alianza entre la clase obrera y el campesinado. El gran líder planteaba como primeras tareas del gobierno revolucionario alfabetizar al pueblo y electrificar al país. Décadas después Rusia competía al tu por tu en la conquista del espacio, en la ciencia y en el deporte con la potencia imperialista, Estados Unidos. Y fue capaz de parar el brazo criminal del nazismo salvando a su país y a la humanidad entera.
3. China. A mediados del siglo XX, Mao llegó al poder en uno de los pueblos más atrasados del mundo técnica y productivamente. Y según todos los analistas actualmente es cuestión de años para que China desplace a los Estados Unidos como la primera economía del mundo.
Sería simplista, esquemático y erróneo equiparar estos procesos, cada uno único e irrepetible, como todo suceso histórico.
Pero el común denominador en los tres casos citados fue el papel tan importante que le asignaron a la educación del pueblo y al desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Einstein, A. Friedman, Oparin, Gamow, son solo algunos nombres de grandes hombres de ciencia producidos por esas naciones cuyos descubrimientos cambiaron nuestra visión del mundo y el desarrollo de la humanidad.
Por ello, yo respondo afirmativamente a la pregunta que da título a estas reflexiones: sí es posible salir adelante como nación, siempre y cuando se le dé un impulso colosal a la instrucción y educación de los estudiantes y el pueblo. Más conocimiento científico, más pensamiento crítico, menos dogma y menos superstición, menos pensamiento mágico para resolver nuestros grandes problemas es lo que necesita nuestra patria.
Pues, como lo demuestra el ejemplo de las naciones mencionadas, la producción, la tecnología, la innovación, la productividad y la generación de riqueza en las dimensiones que se requiere, y más aún, si se me permite, la organización de una sociedad menos inequitativa, menos desigual, más amigable con el ambiente y con el planeta, no puede ser obra de ignorantes o de un pueblo con algunas salpicaduras de instrucción.
Por ello, yo me rebelo ante la terquedad del gobierno federal en distribuir los nuevos libros de texto, resultado de una reforma educativa que nadie conoce, cuya información está “reservada”, pero que, por lo poco que se ha filtrado, le causará, como casi todo lo que produce la 4T un daño profundo al futuro de nuestro país.
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