Por los gajes propios del oficio, esta semana platiqué con doña Teresa Rodríguez Rubio, una de las 39 voceadoras del Centro Histórico de la capital de Puebla, quien podría ser desalojada de su puesto porque los vendedores de periódico no entran en el reordenamiento que planea el alcalde panista Eduardo Rivera Pérez.
El puesto de doña Teresa, según nos cuenta, tiene 80 años de existencia y de ocupar un lugar en la esquina de la 4 poniente y 7 norte. Ella es la tercera generación de voceadores, trabajo honrado con el que han sacado adelante a las familias. Ahora, Eduardo Rivera amenaza con quitarles sus puestos sin ninguna explicación racional más que la del reordenamiento de la ciudad.
Así como pasó con los vendedores ambulantes, a inicios de año, el Ayuntamiento de Puebla busca correr del Centro Histórico a los voceadores. ¿Por qué? Porque claramente al edil le da vergüenza que vean que su gobierno no ha podido combatir la pobreza y el empleo informal y, en lugar de ponerse a trabajar en estos asuntos, se le hace más fácil esconderlos y mandarlos a las periferias porque, al final, ahí están los pobres a los que se niega a voltear a ver.
Una catedrática de Valencia, España, llamada Adela Cortina, acuñó un término que, pareciera, se ajusta al actuar del alcalde panista que recientemente fue destapado como aspirante a la gubernatura del estado por su dirigente nacional, Marko Cortés: aporofobia. Este neologismo indica el “rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio”.
Las personas que se asocian a la aporofobia, usualmente, en vez de entender la pobreza como un problema social que atañe al gobierno la ven como un factor individual y, en muchos casos, culpan a los pobres por su situación.
Eso hace Eduardo Rivera y su gobierno; se niega a dialogar con los pobres que le piden mantener sus fuentes de empleo; les quita sus puestos y lugares de trabajo, muchas veces con violencia; los manda a buscar el sustento en zonas apartadas y, cuando estos se quejan porque no ganan lo suficiente en esos sitios, los culpa por no buscar un empleo formal. Y, al final, los deja a su suerte.
El municipio de Puebla se encontraba, a inicios de año, como la cuarta ciudad del país con más personas en situación de pobreza: 47 por ciento de sus habitantes en pobreza, es decir, 770 mil 21 capitalinos. De estos, 89 mil 76 viven en pobreza extrema. Además, 526 mil 129 personas no tienen acceso a los servicios de salud; 855 mil 197 no cuentan con seguridad social; 115 mil 211 no cuentan con servicios básicos; y 331 mil 491 personas sufren porque no pueden acceder a una correcta alimentación. Estos son datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
Pero no solo estos datos evidencian el nulo trabajo de Eduardo Rivera para combatir la pobreza en la capital. Ojo, la pobreza, no a los pobres, que es lo que está haciendo.
En la informalidad se encuentra el 64.9 por ciento de la Población Económicamente Activa. Es decir, 6 de cada 10 capitalinos se vieron orillados a sostenerse del empleo informal, con todo lo que eso conlleva, para poder sobrevivir en un momento en el que el poder adquisitivo está por los suelos debido a la inflación creciente que asfixia a las familias.
Pero, ni por eso, Eduardo Rivera da un paso atrás en su atropellador plan de reordenamiento, que deja fuera a los pobres que afean la ciudad y la hacen ver mal ante los ojos de los turistas que visitan la capital.
Mientras en los gobiernos haya gente que piensa como Eduardo Rivera, y muestre con total descaro su odio hacia los pobres, los poblanos seguiremos padeciendo injusticias al por mayor.
Por eso, urge sacar a esos políticos del poder e instaurar un auténtico gobierno popular. Ese día no está ya muy lejos. Ha de llegar, y pronto. Pero, en lo que eso pasa, no nos quedemos inertes. Alcemos la voz y defendamos a los injuriados ahorita, porque hoy son ellos, pero mañana ¿quién sigue?
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