No es novedad, la grandeza de Yucatán y, sobre todo, la de su gente, es motivo de orgullo, no se diga su cultura, geografía, historia, etc., y, cómo no, si luego su pasado honroso, la tierra del Mayab aún tienen mucho que ofrecer.
Y es que en Yucatán destacan los múltiples trabajos artesanales, la jarcería en municipios como Maxcanu y Halacho; Alfarería en Ticul y Uaymas; Urdido en Chumayel y Teabo; Talabarteria en Uman y Yaxcabá; Plateria, en Valladolid; y sobre todo el bordado, guayaberas, hipiles, blusas, vestidos, ternos, en toda la zona maya, etc., todo eso y más constituyen, como diría B. Traven, "la sal de la tierra” en el estado.
"La sal de la tierra” esa que desde hace décadas viene rescatando estos oficios artesanales, que se destacan por elaborar productos con elementos culturales y materiales característicos del estado donde habitan, y que va creando poco a poco la identidad de las comunidades.
Sin embargo, en el estado cada vez hay menos gente que le dedique tiempo a estas actividades artesanales, según un conteo de la Casa de las Artesanías hace 10 años había más de 100 mil bordadoras, pero a la fecha hay 50 mil o menos; de las otras actividades artesanales, se calcula, según conteos, más de 20 mil.
Con una práctica tradicional, que tiende a la desaparición, es preocupante que al momento de escribir este artículo, las estadísticas encontradas acerca de los yucatecos que se dedican a estos oficios artesanales sean muy pocas, porque si bien es cierto, varios se dedican de tiempo completo a la producción de artesanías como empleo; hay también un número grande que lo usa como empleo complementario, únicamente como otra forma de ingresar recursos al hogar, la indiferencia del Gobierno del estado a este sector tan importante, inquieta.
Y más porque sigue siendo una actividad bastante productiva, tan solo en 2018, los ingresos generados por más de 20 mil artesanos en cooperación con la casa de las artesanías, a través de programas de compras, expos y ferias fue de 328 millones de pesos.
Y es que, en 2020, debido a la pandemia, éste fue uno de los sectores más golpeados, generalmente la venta de los productos son los que generan ganancias a los artesanos; sin embargo, la cuarentena y la no afluencia de turistas, dejo sin ingresos a varios de estos artesanos.
El llamado de auxilio fue hecho en su debido tiempo, en julio del año pasado, un grupo de artesanos de Chichen Itza denunció la falta de apoyos, por parte de las instancias gubernamentales, a tan importante sector, a través de manifestaciones y ruedas de prensa.
Y ya se va a cumplir un año de pandemia, durante ese tiempo mucha gente que se encontraba encerrada dedico su pasatiempo a realizar otras actividades, al ocio, a las clases, a aprender, a terminar proyectos, etc.
En el estado son múltiples los casos de campesinos que comparten tiempo con esta actividad como otra forma de ingresar y complementar recursos, y en un año agobiante por las inundaciones, una actividad así no les vendría mal.
Con materia prima para los artesanos, e intensos talleres a través de plataformas digitales, el estado pudo enseñar y apoyar con recursos a tan importante sector, ampliar estas prácticas para su no desaparición y dotar de material, sobre todo, para que trabajaran y no se quedarán sin recursos económicos, ante el encierro.
El Gobierno de Yucatán desperdició una oportunidad de oro grandísima para el rescate de sus tradiciones, no es ninguna sorpresa, una vez más, Mauricio Vila Dosal demuestra que el pueblo de Yucatán no es su prioridad. Urge un gobierno que vele por los intereses de los yucatecos, y un pueblo unido y organizado que sepa alzar la voz y sepa defender sus intereses, aunque del segundo, ya lo está creando Antorcha.
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