Las relaciones de propiedad, dice Carlos Marx en el prólogo a su Contribución a la Crítica de la Economía Política, no son más que “la expresión jurídica de las relaciones sociales de producción”, correspondientes a un determinado grado del desarrollo de las fuerzas productivas; es decir, que tanto las relaciones jurídicas como las filosóficas, culturales, son la superestructura ideológica de la conciencia social en las que se reflejan las relaciones que los hombres establecen en el proceso de producción de los satisfactores que necesita la sociedad para subsistir, relaciones sociales de producción derivadas del grado de desarrollo de las fuerzas productivas, las cuales forman la estructura económica de la sociedad.
Saber esto para quienes padecemos marginación, bajos salarios, falta de empleo, servicios básicos de calidad, salud, educación, seguridad, por no ser propietarios sino de la libertad para vender fuerza de trabajo, es muy importante, pues pertenecemos a la masa, esa aglomeración de individuos sin nombre y sin rostro, a la que se pretende homogenizar mediante la comunicación, pero no para elevarla espiritualmente y llegar a comprender la realidad, sino para “distraerlos de sus objetivos de clase, para crearles falsos valores, ilusiones que no van a concretarse en su vida, para calumniar a sus líderes y a su ideología”. (Camilo Taufic, Periodismo y Lucha de Clases).
Lo estamos padeciendo ahora, tanto a nivel mundial con la terrible desinformación acerca de los motivos y el real acontecer en Ucrania, pues se habla de Rusia como invasora, cuando en realidad de lo que se trata es de evitar, por la vía armada, que los nazis sigan cometiendo crímenes y atrocidades en esa nación al amparo de su gobierno.
Al mismo tiempo, Rusia intenta evitar que occidente ocupe ese territorio para terminar de asentar sus bases militares que ponen en serio peligro la paz mundial; se trata de una operación quirúrgica en contra de las fuerzas armadas agresoras cuidando y respetando, como nadie hasta ahora, la vida y derechos de la población civil.
A nivel nacional, cada mañana hay declaraciones dulces pero falsas, de circo, que contrastan con los hechos que son verdaderos atentados contra los derechos, la democracia, el medio ambiente y la propia vida de todos los ciudadanos, escondidos tras palabras que pintan un mundo color de rosa inexistente, en el que cree mucha gente porque ha sido condicionada por la comunicación de masas para hacerlo.
El daño es grave y muy alto el costo que habremos de pagar los mexicanos, aparte de las lamentables muertes por pandemia e inseguridad que ya suman cientos de miles en el país y que no escandalizan porque ya se han normalizado entre nosotros.
En México no pasa día en que no se atente contra el derecho de organización, de petición, de libre manifestación de las ideas; contra instituciones académicas y de investigación científica, contra fideicomisos, contra la salud, contra los fondos de ayuda ante los desastres naturales, contra la economía del país, que ocasionan lo mismo inflación que huida de capitales y el decrecimiento en el PIB; contra la seguridad personal de los mexicanos, contra la inversión racional de los recursos públicos que maneja el gobierno como fruto de nuestros impuestos y que deberían servir no para caprichos personales sino para el desarrollo de los niveles de vida de la población.
La guerra mediática contra las clases marginadas del país y del mundo, que hoy queda más clara que nunca, debe ser aprovechada por las masas para hacerse conscientes de que son ellas la víctima principal, y de que esta guerra en el terreno de la superestructura ideológica es sólo la forma que ha adquirido la lucha económica, es decir, de las relaciones sociales de producción que, hoy por el enorme desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, reclaman un avance hacia estadios más racionales y justos como el de China, que a pesar del acoso y constante bloqueo, ha demostrado tener infinitamente más éxito en el nivel de vida de sus habitantes y garantizado un mayor promedio de vida de los mismos, como lo ha demostrado el manejo de la pandemia. Creo que esto sería un buen principio, pues reconocer un problema es recorrer la mitad del camino para su solución.
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