MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Vigencia de la Segunda Declaración de La Habana de 1962

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Al leer la Segunda Declaración de la Habana de 1962 me es inevitable pensar que resulta una tragedia que los pueblos de América no puedan ver, nítidamente, la manifiesta intención de los Estados Unidos de controlar a todo el continente con la única intención de apoderarse de nuestros recursos naturales para su exclusivo beneficio: incrementar sus negocios con el enorme mercado que representa un continente tan poblado y, por supuesto, enriquecerse de la mano de obra barata que representa para sus industrias la plusvalía que pueden arrancarle casi sin ninguna complicación. Por eso es valioso y necesario obligar a nuestros pueblos a que se pregunten quién le ha conferido el derecho a Estados Unidos de imponer tal control, tal esclavitud a nuestra gente.

Ciertamente, a diferencia del control y sometimiento ejercido mediante el colonialismo o los excesos cometidos por los gobiernos autoritarios de finales del siglo XIX, nuestro pueblo hoy no se percata de que sigue siendo esclavo y por eso no mira con malicia los métodos de intervención extranjera, sus pactos y organismos internacionales y militares que controla, o las campañas mediáticas para desprestigiar a gobiernos anti imperialistas. Por el contrario, con frecuencia admira y aplaude “la lucha” norteamericano para liberar al mundo del terrorismo y los populistas.

En este contexto debemos entender las pasadas protestas en La Habana, ampliamente cubiertas por los medios de comunicación y los discursos de Joe Biden demostrando tanto interés y apoyo a los manifestantes, pues aunque Cuba es una isla insignificante si se compara con la geografía mundial, para la élite política, económica y militar norteamericana resulta afrentoso que la Revolución Cubana mantenga a raya el tutelaje otrora impuesto por su majestad EE. UU.

También por eso, en el marco de los 500 años de la caída de la Gran Tenochtitlán es importante entender que la explotación física y la esclavitud espiritual de nuestra gente sigue vigente y por tanto es necesario inconformarnos y luchar por romper esas cadenas que nos tienen viviendo en condiciones indignas. Ningún pueblo de América debe legitimar las intervenciones imperialistas que los Estados Unidos promueven en nuestro continente. Ningún pueblo de América puede permanecer indiferente ante la explotación material y degradación espiritual que nos impone el imperialismo norteamericano.

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