Cierto es que la mayoría de los no votantes y votantes en las recientes elecciones en México estarán dispuestos a detenerse a hacer alguna reflexión sobre lo ocurrido el pasado 6 de junio. La indiferencia hacia lo político no es nueva y no solo se constriñe a las elecciones; la tenemos presente en las opiniones que se tienen sobre los que realizan alguna protesta, en la resistencia tenaz que asumimos al momento de establecer algún respaldo o compromiso sobre alguna causa social. Alguien alguna vez señaló que el ser humano tiende naturalmente hacia un estado de calma, de paz; concuerdo, aunque esa quietud no siempre depende de la voluntad personal, somos afectados por elementos que se forman en el exterior del otro. La pandemia que hoy azota al mundo es una muestra de aquello a lo que nos hemos resistido a creer.
Si algún sentido tiene hacer comentarios sobre las elecciones y/o partidos políticos está en que no toda la culpa de lo mal que marchan las cosas está en ellos; también la sociedad civil tiene responsabilidad. Advierto que no es sencillo hacer el ejercicio del entender por qué el electorado mexicano se comporta de una u otra manera cada que acude a las casillas debido a que el análisis trasciende al bloque de los partidos políticos o de tal o cual personaje; se trata del estudio de la sociedad, masa multiforme difícil de asir. Algún editorialista recientemente señalaba que el electorado mexicano tenía un movimiento pendular, moviéndose de un extremo a otro permanentemente. Considero que una buena pista es tener en cuenta las elecciones de coyuntura y las de tradición.
En general, cómo entender la aparición “abrupta” de Morena y su relativo afianzamiento reciente. Se trata de un fenómeno de coyuntura. Durante 18 años AMLO le habló a las capas bajas y medias de la población de la necesidad de instaurar una nueva clase política dispuesta a combatir la corrupción de los funcionarios de los partidos anteriores. De acuerdo con esta visión lo recaudado se invertiría en las necesidades del pueblo. Sintéticamente es esta la posición, simple en su forma y contenido, pero suficiente para ganarse la simpatía de grandes capas empobrecidas que veían en los políticos de antaño “forrados” de dinero como sus únicos verdugos. Como vemos, no es siquiera heredera de la tradición izquierdista mexicana. Concuerdo con aquellos que han caracterizado al movimiento de un solo hombre. Si bien es cierto todos somos seres sociales, y como tales somos productos de nuestro tiempo, el “obradorismo” tiene mucho del pensar, pero sobre todo del sentir de este personaje; ahora que son gobierno, el movimiento político – parlamentario se fragua principalmente en la cabeza de AMLO bajo un gobierno fuertemente centralizado.
A primera vista la caracterización arriba señalada resulta difícil de asimilar debido a que es poco sensato darle crédito, siquiera como idea peregrina, a la capacidad de romper con el “antiguo régimen” como obra de un solo hombre. Sin embargo, la trascendencia del movimiento tiene apenas un pálido reflejo de lo que nos lo han vendido. Los hechos se han encargado de gritarnos que Morena es solo una nueva presentación bajo el control de la clase dominante: un Estado que monopoliza el quehacer político; facilitador de la reproducción del capital; políticas públicas encaminadas a mantener la estructura social vigente. Este último punto es particularmente importante si tomamos en cuenta la manipulación que el gobierno ha hecho de los programas sociales. Se nos presentan como la marca distintiva respecto a los partidos corruptos anteriores. Es de sobra conocido que el verdadero carácter de los programas como válvulas de escape a la presión social generada por la forma en la que producimos y distribuimos la riqueza que solo genera desigualdad y con ello carencia en todos los órdenes.
Bajo esta última característica es donde debemos ubicar al electorado mexicano, pues lo que expresan las votaciones son sus pesares y dolencias cotidianas. El discurso contra la corrupción sigue resultando atractivo para las grandes mayorías. Entre otras cosas, por ser un fenómeno en el que los más nos ha tocado estar como víctimas. Todo conocimiento, aunque después devenga en abstracto, inicia en lo sensorial que nos acerca la realidad. Al ser partícipes del acto, directa o indirectamente, pasamos de la apariencia a lo “sensorial – real”
Pero como el que nos da el discurso anticorrupción ve el fenómeno como un problema en sí mismo y nosotros no estamos habituados a pasar de lo sensorial a racional, aquí concluye el proceso de “conocimiento”. ¿Por qué Morena continúa teniendo simpatía?: el discurso anticorrupción sigue conquistando corazones bajo el costo de la mentira (como intenté hacerlo ver en este párrafo) y las relaciones clientelares a partir de los programas sociales.
En ese sentido no es gratuito que, en la capital del país, así como en algunas capitales estatales, Morena haya generado el repudio de las clases medias. Estas clases, que por sus circunstancias de contar con una educación media superior y superior, son las primeras en percatarse que Morena no tiene nada que ofrecer que no sean más problemas. Empero, parece necesario insistir que la opción de la “Alianza” pese a presentarse como opositora, no es tampoco lo que el país necesita. Está en marcha un movimiento científico y con fuerza popular que camina y se construye todos los días bajo la convicción de que en el tiempo tiene su lugar reservado.
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