En un mundo marcado por el interés, en el que los logros individuales, el beneficio y la comodidad personales se convierten en el eje de toda la existencia, es muy reconfortante encontrarse en México con rasgos de generosidad y solidaridad humana y, que conste, sin que haya temblores o desastres naturales, que es cuando los mexicanos hemos dado muestras de gran sensibilidad y compartimos todo lo que tenemos. Pero, repito, es muy reconfortante ver que en tiempos normales haya gente que se niega a dejarse absorber por el mundo frío y egoísta en el que se habla mucho de solidaridad, pero que en el fondo el sistema capitalista la considera una cosa ridícula y tonta.
En una sociedad dividida en clases antagónicas, como lo es el capitalismo, que ha derivado en el cruel y despiadado imperialismo encabezado por Estados Unidos, al que no le importa matar a miles de niños y civiles palestinos con tal de acabar con la raza que ahí habita para luego entregarles su territorio al Estado de Israel, creado y reconocido por el imperialismo –que bombardea impunemente el territorio palestino–, tampoco le importa que la gente desarrolle la solidaridad humana, o sea, el “apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles”, porque eso sería tanto como aceptar que el ser humano necesita de otros seres humanos para sobrevivir en la sociedad en que vivimos y que, por tanto, también necesita de la sensibilidad y apoyo de los gobiernos, los cuales tienen la obligación de velar por el bienestar de la gente, pero que no lo hacen porque consideran que cada quien debe solucionar sus propios problemas y satisfacer sus propias necesidades; o sea, “rascarse con sus propias uñas”, como dice la sabiduría popular mexicana y que refleja puntualmente la filosofía del neoliberalismo, sistema económico que plantea que cada quien pague por su educación, su salud, la infraestructura urbana en sus colonias, etc., que no es otra que la que lleva a la práctica la 4T y su mesías, el presidente Andrés Manuel López Obrador, la cual tiene en pobreza y pobreza extrema a millones de mexicanos y que, por tanto, tampoco tengan una alimentación nutritiva ni acceso a servicios de salud gratuitos y sus hijos carezcan de educación, por sólo mencionar algunas de las carencias que cotidianamente sufren.
En una sociedad cruel y egoísta que educa y desarrolla seres deshumanizados a los que no les interesa practicar la solidaridad –a excepción, repito, de los apoyos que da en situaciones desesperadas a consecuencia de temblores o desastres naturales–, es muy reconfortante encontrase que –en una céntrica cafetería del centro histórico de Toluca de Lerdo, en el Estado de México– se promueva una práctica italiana que promueve la solidaridad humana a través de una cosa muy sencilla: pagarle una taza de café a quien en ese momento no cuenta con dinero para adquirirlo; pero, hay que subrayar que no se lo paga a un amigo con quien en ese momento comparte la mesa, sino que se lo paga a un total desconocido, a una persona que nunca ha visto en su vida, pero que sabe que por la situación económica por la que atraviesa, en ese momento no tiene la solvencia suficiente para comprarse un buen café.
Hace aproximadamente un año, para sorpresa de la encargada del Huitzi Café de la ciudad capital, ubicado en la avenida Benito Juárez García Norte No. 205, Centro, Toluca de Lerdo, contra esquina del hermoso Cosmovitral– un cliente que llegó a degustar un buen café, al momento de pagó otro café para que lo consumiera quien llegara a preguntar por él e hizo alusión a la vieja práctica popular napolitana de dejar pagado un café a fin de que lo deguste alguien que en ese momento no tenga las posibilidades de pagarlo, pero que como ser humano tiene derecho a disfrutar de un buen café, y no sólo del café aguado hecho de garbanzo y desechos del propio café. A Huitzi Café Toluca incluso han llegado niños que se han visto beneficiados por el café que almas solidarias pagan por adelantado.
La práctica de Café Pendiente –o Caffé Sospeso, en italiano– nació en el siglo XVII, cuando la sociedad napolitana sufría de constantes crisis debido a devastación que causó la peste negra y las guerras bajo el dominio del reino de Aragón, el objetivo, dicen los que saben, era borrar “el panorama negativo” que ofrecía la ciudad italiana de Nápoles y brindarle a la gente un detalle bueno que no solo cambiaba su día, sino que la solidaridad humana le daba esperanzas para el futuro.
Desde los albores de la civilización, la humanidad se ha desarrollado gracias al trabajo colectivo: así lograron sobrevivir los primeros hombres cazadores, así nació el próspero capitalismo, pues los talleres artesanos pronto se agruparon, empezaron a realizar trabajo colectivo y eso disparó la producción de mercancías, las cuales eran necesarias para una sociedad creciente. Así, pues, la humanidad evolucionó gracias a la cooperación, incluso la moderna industria capitalista produce mercancías al por mayor gracias a la división del trabajo y la cooperación que los diferentes trabajadores especializados se brindan entre sí para producir cualquier mercancía de manera rápida, pero de muy buena calidad.
Esa cooperación fabril nos la han querido ocultar los capitalistas, pero el trabajo colectivo es la base de cualquier evolución. Por eso la práctica del café pendiente es muy importante para el desarrollo de la humanidad: la solidaridad entre seres humanos debe llevarnos a trabajar colectivamente para cambiar el sistema económico de división de clases en el que vivimos; la solidaridad nos hace verdaderos hermanos, quienes debemos trabajar en conjunto para construir un partido político del pueblo que nos guie hacia una nueva sociedad: más humana, más equitativa y libre.
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