En esta crónica, Silvanna Mortera comparte su experiencia al presenciar el primer día de la XXI Espartaqueada Cultural, un evento que reúne a trabajadores de diferentes estados para mostrar su talento artístico
12:30 hrs. El calor abrasador de Tecomatlán se sentía sobre la piel mientras caminaba rumbo al Auditorio Municipal “Clara Córdova Morán”. Desde un par de calles antes, se percibía el bullicio de participantes y sus acompañantes: voces emocionadas, risas, pasos apresurados.
La categoría que inauguraba el primer día de la Espartaqueada Cultural tenía un sello particular: rostros curtidos por el sol y manos marcadas por el trabajo. Obreros, campesinos, amas de casa y trabajadores de todo el país se daban cita para cantar como solistas o en duetos.
Presencié a diecinueve solistas de diecinueve estados. Y qué talento. Cada interpretación fue una descarga de emociones que estremecía mi corazón y el del auditorio. Difícil no emocionarse ante aquella escena: nervios, voces firmes, entrega pura.
Doña Luisa Elvira Medina viajó desde Baja California para interpretar con maestría “La pajarera”, de Manuel M. Ponce y Adam Holman. La acompañó doña Rosa Martha Sedas, de Veracruz, con una exquisita versión de “Vida mía”, de Osvaldo y Emilio Fresedo. Ambas conquistaron el primer lugar con un empate merecido.
Observar esta categoría —“Libre campesino-obrero y popular”— es una experiencia que conmueve. Ver a hombres y mujeres aferrarse al micrófono, luchando contra el temblor en la voz, tratando de no olvidar la letra, de vencer el miedo escénico, conmueve hasta lo más hondo.
Algunos tropezaron con los nervios y tuvieron que recomenzar, otros olvidaron fragmentos de su canción. Sin embargo, todos ellos dejaron una enseñanza profunda que Omar Carreón Abud expresó con elocuencia antes de dar el veredicto del jurado:
“Escuché a compañeros que cantaron con mucho gusto y con mucho orgullo. Pero también quiero decirles, con tristeza, que nadie los apoya. ¿Quién los enseña? ¿Quién los promueve? ¿Quién les consigue sus pistas o los aconseja? Tienen que hacerse solos. Y, sin embargo, están aquí defendiendo la cultura mexicana. Aquí hay compañeros que, literalmente, entregan su vida para que estos jóvenes puedan participar y para que estas Espartaqueadas sigan adelante”.
Estas palabras retumbaron en mi mente, porque es verdad: en nuestro país hay miles de mexicanos que no han podido compartir su arte por tener que trabajar sin tregua, por jornadas extenuantes que los privan de dedicarle un espacio a la práctica del canto, la poesía o la danza.
Al obrero, al campesino, a la ama de casa se les ha dicho una y otra vez que no pueden ser artistas, que los teatros no son para ellos, que nacieron pobres y su condena es morir en esa condición.
Pero en Antorcha, en la Espartaqueada, eso cambia. Aquí es posible. Gracias al esfuerzo de la organización, diecinueve estados estuvieron representados por trabajadores de oficios tan diferentes que, tras semanas de preparación y varias eliminatorias, llegaron a la etapa nacional. Y lo hicieron frente a un teatro abarrotado que aplaudió cada nota, cada gesto y cada emoción que dejaron en escena.
En la fase de duetos, la presentación más impactante fue la del estado de Durango. Tres hombres mayores interpretaron un canto cardenche titulado “A morir en el desierto”.
El canto cardenche es una joya del folclor del norte de México, particularmente de Durango. Se canta a capela con tres voces —principal, armonía y grave— y transmite un dolor hondo.
Su nombre proviene del cardo, una planta espinosa del desierto y se dice que este canto duele como sus espinas. Surgido en las haciendas algodoneras de La Laguna como desahogo tras largas jornadas y que hoy está en peligro de desaparecer.
Más tarde, con la llegada de coros y rondallas, la atmósfera se volvió aún más íntima. Los colonos de la zona norte de la capital de Puebla interpretaron su canción como nunca.
Yo he tenido la oportunidad de convivir con ellos, de entrevistar a los obreros del corredor industrial que está cerca de la Unidad Habitacional “Antorcha Obrera”, de platicar con las comerciantes de las vecindades del centro o con las señoras que viven de vender antojitos, de sastrería o de limpiar hogares de familias acaudaladas.
Sé de sus jornadas largas y de cómo, a las 8 o 9 de la noche, después de todo eso, aún se reunían a ensayar. Por eso, verlos ganar el primer lugar nacional en coros fue profundamente emotivo.
Hubo coros de Jalisco, Michoacán, el Estado de México y otros igualmente talentosos y que enfrentaron adversidades para poder llegar a Tecomatlán y concursar.
Para las rondallas, el asombro fue generalizado. Los campesinos de Huitzilan de Serdán y Tecomatlán se unieron para representar a Puebla, acompañados por sus propios presidentes municipales.
Su presentación fue de una calidad artística sobresaliente. Como dijo el ingeniero Omar Carreón: “Jamás se les olvidará que hoy participaron aquí”. Y es cierto: después de semanas, meses de ensayo, dar una función impecable es algo que jamás se borra de la memoria.
El cierre de la jornada estuvo a cargo de la categoría infantil A. Majestuosa. No hay otra palabra que la defina mejor. Ver a niñas y niños menores de nueve años subirse al escenario y cantar piezas de autores como Agustín Lara o Jorge Negrete, frente a más de mil personas, fue algo profundamente enternecedor.
Yo, probablemente, recordaré por décadas al pequeño Joaquín Emanuel Ruíz Gutiérrez, de Chiapas, quien interpretó “Granada”, de Agustín Lara, como un verdadero profesional.
Su voz, impetuosa y firme, conquistó tanto al jurado como al público. Fue acompañado por sus padres, don Joaquín y doña Josefina, originarios de Ocozocoautla e integrantes del pleno de Antorcha en su comunidad. Cuando Joaquín recibió su medalla, no pudo contener las lágrimas. Y nosotros tampoco.
Ver a sus padres orgullosos, felices de regresar a Chiapas con el primer lugar nacional, fue uno de esos momentos que reavivan la esperanza y le dan sentido a estas justas culturales gratuitas.
En sus palabras de cierre, Omar Carreón Abud destacó con contundencia:
“No sólo queremos que los niños y jóvenes se lleven un recuerdo hermoso para toda la vida. Lo que buscamos es que esto sea el inicio de una nueva educación, una educación en valores, en arte, en cultura. Aquí tenemos a ocho niños pequeñitos que, sabemos, pueden llegar a ser grandes artistas y grandes seres humanos. No olvidemos que una de las cualidades más importantes del ser humano es la constancia. No sirve de nada iniciar proyectos si los vamos a abandonar. Lo mismo pasa en el arte y en la vida: lo que vale es perseverar. Si cultivamos el arte con constancia y solidaridad hacia los que sufren, estaremos formando a los gigantes de los próximos 20 o 30 años”.
Así transcurrió el primer día de la XXI Espartaqueada Cultural del Movimiento Antorchista, en uno de los dos foros habilitados para esta fiesta del arte popular.
Los días siguientes prometen historias igualmente intensas, memorables, irrepetibles. Canciones, poemas, discursos, bailes y danzas de todas las regiones del país —e incluso de otras naciones— se darán cita aquí, en un evento que, además, es completamente gratuito.
En tiempos donde la cultura no figura en la agenda presidencial ni en la de muchos gobiernos, Antorcha no sólo rescata tradiciones como el canto cardenche, sino que las devuelve al pueblo y las convierte en motivo de orgullo y lucha.
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