El pasado domingo 7 de julio tuvo lugar en la Alameda Central de la ciudad de Toluca el tercer concurso de danzas tradicionales del Estado de México, organizado por el antorchismo mexiquense. Sin lugar a dudas, este evento dominical fue una fiesta para propios y extraños.
Desde antes de que saliera el sol, cientos de campesinos, amas de casa, trabajadores y estudiantes salieron de sus comunidades para asistir al concurso de danza.
En un contexto de explotación capitalista, resulta muy importante que se realice un evento como el concurso de danzas tradicionales organizado por Antorcha, pues visibiliza una fiesta de trabajo conjunto, colores, sonidos y emociones.
¿Será que los danzantes viajaron desde lugares como Atlacomulco o Texcoco porque al participar, y eventualmente ganar, recibirían un jugoso premio en efectivo? No. Entonces, ¿por qué viajaron desde lugares como Jilotepec o Huixquilucan, invirtiendo tiempo, dinero y esfuerzo?
Viajaron y bailaron con entusiasmo para así preservar su cultura y tradiciones. Tal vez esta respuesta pueda parecer absurda, increíble o incluso tonta; sin embargo, no lo es.
Al vivir en el sistema capitalista, sistema en el que se privilegia el individualismo, la ganancia, el lucro y la ambición, resulta inverosímil, para quienes comulgan con las ideas de la burguesía, que el pueblo trabajador asista a un evento como este sin ganar dinero.
Para el capitalismo todo es mercancía, absolutamente todo, y el arte en cualquiera de sus manifestaciones no es la excepción. Un ejemplo de ello es el espectáculo que ofrece el ballet de Amalia Hernández.
En dicho espectáculo se presentan bailes y danzas de todo nuestro país, y aunque estas manifestaciones artísticas nacieron en el seno del pueblo, acceder al Palacio de Bellas Artes a presenciar dicho espectáculo resulta imposible para cualquier trabajador promedio que apenas recibe 248.43 pesos como salario diario.
De acuerdo con el Coneval, en el primer trimestre del 2024 el ingreso laboral promedio fue de 7 mil 318 pesos mensuales en términos reales. Los boletos para acceder a una función van de los 360 hasta los mil 326 pesos.
Lo mismo pasa con la Guelaguetza que se presenta en Oaxaca y reúne a miles y miles de turistas nacionales y extranjeros para disfrutar de las danzas de los pueblos indígenas. Ahí, un boleto cuesta desde 475 hasta mil 900 pesos.
O sea, los pueblos que han sido objeto de la marginación y burla, ahora son explotados por el capital que hizo de sus tradiciones un negocio más. ¡Vaya contradicción!
El arte nace del pueblo; no obstante, no lo puede disfrutar y más aún, el arte hecho por el pueblo se vuelve una mercancía que el capitalista explota a su conveniencia.
En este contexto, resulta muy importante que se realice un evento como el concurso de danzas tradicionales organizado por Antorcha, pues visibiliza una fiesta de colores, sonidos, formas, texturas, pero sobre todo de emociones.
Cada uno de los grupos participantes hizo su máximo esfuerzo en el escenario: por él desfilaron mujeres que por horas dejaron sus labores domésticas a fin de ensayar y participar; hombres que hicieron a un lado los aperos de labranza; adultos mayores que dieron muestras de vitalidad; y niños que jugaban danzando. Más todavía: este evento puso de manifiesto que el pueblo puede hacer arte.
El sistema capitalista se ha encargado de inculcar la idea de que el pueblo no puede ni debe hacer arte, pues, desde el punto de vista de los poderosos, el arte es accesorio para las masas y un bien exclusivo para las mentes refinadas.
Por eso, el sistema educativo no concede a las bellas artes el lugar que merecen, se mira al arte como algo sin importancia en la formación de los niños y jóvenes.
Esta actitud es fácil de comprender si se acepta que al capitalista sólo le interesa que los estudiantes se conviertan en fuerza de trabajo capaz de generar más riqueza y de mantenerse conformes con el estado que guardan las cosas, aun cuando la vida cada vez sea más difícil.
Adicionalmente, el sistema sabe que la práctica del arte haría que los estudiantes, amas de casa, campesinos, trabajadores, desarrollen sensibilidad, es decir, se humanicen y entonces, al mirar su entorno, serían capaces de llegar a la conclusión de que se debe acabar con la barbarie que trajo consigo el capital. El arte, pues, ayudaría a liberar al hombre.
Felicitamos a todos los que participaron en este tercer concurso de danzas tradicionales y los conminamos a que sigan practicando la danza como una forma de preservar las tradiciones de los pueblos.
Reconocemos también esta práctica como una manera de hacer que otros se eduquen, se humanicen y descubran en el arte una manera de liberarse de la cultura que quiere mantener sumidas en la pobreza e ignorancia a las grandes mayorías, para que una minoría siga gozando de los privilegios que trae consigo la riqueza social.
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