En estos tiempos difíciles, ser docente es remar contracorriente. Hay diversas leyes impuestas desde los escritorios de los gobiernos en turno, que cuidan una investidura política pero generan vulnerabilidad en los docentes y en su desempeño. En consecuencia, hoy tenemos un gremio magisterial alejado de la sociedad, como resultado de la enajenación que ha provocado la tecnología en la vida cotidiana.
En el informe “Panorama de la Educación 2024” de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) se destaca que México ha disminuido su inversión en educación, convirtiéndose en uno de los países con menos gasto público destinado al sector educativo: se habla de una reducción del 18 %. En consecuencia, hay menos dinero para contratar a docentes. Si comparamos a México con otros países integrantes de la OCDE, se puede apreciar que el rubro educativo ha sido uno de los más golpeados, tanto en contratación de personal como en el mejoramiento de las condiciones físicas donde se imparten las clases.
A diario, los medios de comunicación hablan del bajo nivel académico que tienen los alumnos y, con frecuencia, hacen comparaciones con resultados de otros países. Sin dudarlo, culpan al docente, haciendo creer a la sociedad que los maestros son los responsables de los resultados obtenidos.
Es entonces cuando debemos preguntarnos: ¿son los docentes quienes diseñan, construyen y proponen los materiales de estudio para lograr los resultados negativos en las pruebas de medición? No.
El docente es solamente el instrumento de aplicación, un sujeto que debe obedecer a la parte patronal, y que, además, está rodeado de leyes que lo obligan a trabajar sin saber en qué momento comete algún atropello a alguna “ley” creada por la misma parte patronal.
Para nadie es desconocida la situación actual de nuestro país, con una economía débil, un alto índice de pobreza, delincuencia, inseguridad y la constante incertidumbre de saber qué va a pasar mañana. Con esta duda viven a diario millones de mexicanos.
La tarea de reparar los daños del sistema ha recaído injustamente en los docentes, a quienes se les exige resolver problemas estructurales sin los medios ni el respaldo necesarios.
Es importante reconocer que, mientras la pobreza se agudice, crecerán la delincuencia, la inseguridad y la desesperación de una sociedad empobrecida a consecuencia de las improvisaciones de políticas sociales. Para justificar dichos errores, se crean chivos expiatorios; un ejemplo claro son los maestros.
Cada sexenio, el sistema educativo mexicano es manipulado. A dicha manipulación le llaman “reformas”, y suenan prometedoras para solucionar todos los males que aquejan a los millones de estudiantes.
Es común escuchar sofismas de reformas, principios y normas que supuestamente funcionarán en nuestro país, solamente porque funcionaron en otro. Pero no es así: nuestras condiciones son diferentes a las de cualquier otro país, donde —por lo menos— se le invierte a la educación.
En México, los docentes tenemos la tarea de reparar los daños colaterales del sistema en que vivimos. Por ejemplo, si un alumno abandona sus estudios, si una alumna termina embarazada, si un alumno se droga, etcétera, el docente debe tener la solución para combatir estos problemas, lo cual implica el llenado de formularios, la elaboración de esquemas y el seguimiento de procesos burocráticos.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha tenido buenas intenciones en el ámbito educativo. En sus cien compromisos para el segundo piso de la Cuarta Transformación menciona, en el número 26, que sigue la Escuela Mexicana; en el 27, que desaparece el Usicamm; en el 28, que “La Escuela es Nuestra” se ampliará a nivel medio superior; en el 29, que las primarias extenderán sus horarios para incluir deportes y artes; en el 30, que las escuelas serán espacios de prevención de la salud; en el 31, que se aumentarán los espacios de educación media superior, por mencionar algunos.
A pesar de que el gobierno ha incluido ciertos aspectos para mejorar el ámbito educativo, falta mucho por hacer para que los aprendizajes sean verdaderamente efectivos. La Nueva Escuela Mexicana ha repetido hasta el hartazgo ser la panacea de la transformación que México necesita para salir del atraso; sin embargo, los resultados hasta ahora son nulos.
Para justificar estos resultados, los gobiernos “de izquierda” han optado por la no aplicación de instrumentos de evaluación a los estudiantes de educación básica. México ha dejado de aplicar pruebas de medición que permiten la comparación con los resultados de otros países integrantes de la OCDE, donde nuestro país suele ubicarse entre los últimos lugares.
Nos podemos preguntar: ¿qué falta para que las escuelas sean el impulso que requiere nuestro país para mejorar sus condiciones sociales? Sin duda, un modelo integrador, donde el estudiante sea tratado como ser humano, donde se le brinde atención académica y esta se complemente con actividades deportivas y artísticas, donde se brinde capacitación efectiva a los maestros y se mejoren sus condiciones de vida y de salud, donde los padres de familia conozcan e impulsen a sus hijos y les enseñen que el trabajo colectivo es lo que nos puede sacar adelante.
Desgraciadamente, hoy vemos escuelas con pocos maestros, varios de ellos con pocas horas por semana; en consecuencia, un salario raquítico con el cual no resuelven sus principales necesidades familiares. Por ello, muchos docentes optan por un trabajo extra que les ayude a mitigar sus insuficiencias.
Como respuesta a esta situación, el magisterio debe organizarse, educarse e impulsar una lucha en unidad con otros sectores sociales, que luchen por mejorar sus condiciones familiares y escolares, además de luchar por un país más equitativo en el reparto de la renta nacional, donde los salarios cubran las necesidades básicas de salud, alimentación, vestido, calzado, preparación profesional y esparcimiento. Es precisamente esta forma de unirse y luchar a la que te invita Antorcha Magisterial, a que juntos seamos artífices en la construcción de una nueva nación que heredarán nuestros hijos.
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