El 3 de enero, el diario El Universal publicó una noticia sorprendente. En los últimos tres años escolares, la matrícula de las escuelas primarias públicas en México ha disminuido en más de 310 mil estudiantes. De ellos, aproximadamente 116 mil niños fueron transferidos a escuelas privadas y 193 mil abandonaron las aulas por completo.
La idea de que la educación debe evitar esfuerzos o exigencias de cualquier tipo va en contra del objetivo fundamental de la educación, que es enseñar a resolver problemas y afrontar desafíos.
Este fenómeno refleja una profunda crisis del sistema educativo público y, más allá de las cifras, revela una serie de deficiencias sistémicas que muchos padres ya conocen en su vida diaria.
Los datos han sido confirmados por expertos en la materia. El experto Fernando Ruiz señaló que tres de cada diez estudiantes ya no asisten a escuelas públicas. Según Ruiz, el motivo de estas filtraciones es la falta de confianza en la “Nueva Escuela Mexicana”, reforma educativa implementada durante el actual gobierno.
Pero las cifras por sí solas no pueden explicar la magnitud de la crisis. Detrás de este éxodo hay una serie de problemas estructurales, que van desde la falta de infraestructura básica hasta la creciente insatisfacción de los padres con la calidad de la educación brindada.
Claudia Sheinbaum, presidenta de la república, respondió y señaló este problema. La disminución de la matrícula en las escuelas públicas se explica en parte por la disminución de la población de niños de seis a doce años.
Sin embargo, esta explicación no parece resolver el problema fundamental. Aunque las tasas de natalidad han disminuido, la razón principal por la que los niños huyen a escuelas privadas y abandonan sus estudios son las condiciones de la educación pública, que los padres consideran inadecuadas y poco confiables.
La situación en las escuelas primarias públicas de México es terrible. Según datos de la OCDE, México gasta en promedio 3 mil 513 dólares por estudiante, muy por debajo de los 14 mil 209 que la OCDE asigna en promedio a los países miembros.
Estas pequeñas inversiones han resultado en una infraestructura escolar deficiente. Más de 56 mil escuelas primarias y secundarias no tienen agua corriente, más de 43 mil escuelas no tienen lavabos y más de 26 mil escuelas carecen de electricidad.
La falta de recursos básicos no sólo afecta el bienestar de los estudiantes, sino que también limita gravemente su capacidad de aprender.
Los padres también se quejan de los días escolares más cortos del mundo; de la calidad de la educación. Las citas suelen retrasarse y los grupos son tan grandes que es difícil conseguir atención individual.
A pesar de los esfuerzos de muchos docentes por mejorar las condiciones, los estudiantes no reciben inglés, computación, arte o deportes, que son esenciales para su desarrollo integral.
Lo que más preocupa a los padres es la calidad de la educación. Mucha gente cree que la educación en las escuelas públicas es inadecuada y que no se están logrando los objetivos básicos de la educación: la capacidad de leer, escribir correctamente, comprender texto, realizar operaciones aritméticas básicas y aplicar conocimientos a situaciones cotidianas.
En lugar de centrarse en estos factores, las reformas educativas actuales se centran en la “no presión” y la prevención del estrés; algo que ha sido criticado por muchos expertos.
La idea de que la educación debe evitar esfuerzos o exigencias de cualquier tipo va en contra del objetivo fundamental de la educación, que es enseñar a resolver problemas y afrontar desafíos.
En este contexto, los padres que deciden trasladarse a un colegio privado toman una decisión desfavorable. Algo sencillo. Es una respuesta voluble pero lógica a la falta de confianza en el sistema de educación pública.
Muchas personas optan por pagar matrículas más altas para que sus hijos puedan recibir una buena educación con más recursos, grupos más pequeños y una oferta educativa más completa.
Este fenómeno aún está en sus inicios, pero en México se necesitan reformas importantes en el sistema público. Sin embargo, esta no es una reforma que ignore la realidad de las necesidades de los estudiantes y de los padres.
Necesitamos urgentemente un modelo que garantice una educación pública de calidad a través de mayor financiamiento, mejor infraestructura y una formación académica integral que prepare a los estudiantes para enfrentar los desafíos del siglo XXI.
De lo contrario, la desigualdad educativa en México aumentará a medida que siga aumentando el número de deserción escolar y de abandono de escuelas privadas.
El país no puede darse el lujo de continuar por este camino. Es importante que el gobierno responda rápidamente a las necesidades de padres, profesores y, sobre todo, estudiantes.
La educación es la base del futuro de cualquier nación y México no puede seguir hipotecando el bienestar de las generaciones futuras.
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