Usted,
compañero,
es de los de siempre.
De los que nunca
se rajaron,
¡carajo!
De los que nunca
incrustaron su cobardía
en la carne del pueblo.
De los que se aguantaron
contra palo y cárcel,
exilio y sombra.
(Fragmento de la poesía del revolucionario guatemalteco Otto René Castillo)
La represión, según la Real Academia Española (RAE), se refiere al “acto o conjunto de actos, ordinariamente desde el poder, para contener, detener o castigar con violencia actuaciones políticas o sociales”. Pues bien, entendida así la represión, en el ámbito político, se refiere a una acción por parte de un órgano de gobierno ya sea estatal, municipal o federal que consiste en controlar a la ciudadanía mediante la fuerza con el propósito de restringir el ejercicio de los derechos civiles y de libertad política, para inhibir su capacidad ciudadana de tomar parte activa en la vida política de una sociedad y reducir así su posición respecto a sus gobernados, ejemplos de ello hay muchos.
La represión política pudiera decirse que es la intolerancia política, ideológica, religiosa o social que se ejerce desde el poder, y que se manifiesta o se instrumenta a través de la violación de los derechos humanos y constitucionales, brutalidad policial, prisión, exilio o en el peor de los casos con la desaparición forzada instrumentada desde las cúpulas del poder político y económico.
Desde su nacimiento, el Movimiento Antorchista ha sufrido la represión política de diferentes gobiernos y partidos políticos. Recientemente, por ejemplo, en el estado de Hidalgo, cuyo gobierno, hasta hace algunas semanas, fue encabezado por el priista Omar Fayad Meneses quien desde su toma de posesión, el cinco de septiembre de 2016, empezó a desplegar su política represiva. A unos cuantos meses de iniciada su administración, el Movimiento Antorchista Hidalguense entregó su pliego petitorio para que se atendieran las necesidades más apremiantes de los habitantes más humildes de aquella entidad, pero Fayad Meneses imitó las políticas del presidente Andrés Manuel López Obrador, es decir, acabar con Antorcha Campesina.
Fayad no escatimó en gastar recursos económicos del erario, usó la fuerza pública, intentó amedrentar las manifestaciones, compró conciencias, golpeó a integrantes del Movimiento Antorchista y encarceló a muchos hidalguenses, entre ellos a Domingo Ortega Butrón, todo con el fin de no solucionar las peticiones que el pliego petitorio contenía.
En un acto ruin y despreciable le tendieron una emboscada a Domingo Ortega, líder de los transportistas hidalguenses. Todo comenzó el 14 de junio de este año, cuando un grupo de estudiantes de escasos recursos económicos, acompañados por sus profesores, fueron a Palacio de Gobierno de Hidalgo para solicitar, nuevamente, apoyos para las Casas de Estudiantes y solución al pago de salarios de los maestros que, por más de dos años, han laborado sin retribución alguna.
En ese pequeño mitin hubo un programa cultural con bailes folclóricos, música y poesía, presentado por los propios moradores de los albergues estudiantiles, sin embargo, lo que encontraron fueron oídos sordos por parte del gobernador. Sin hallar solución, los manifestantes decidieron marcharse, pero en su camino de regreso fueron interceptados por la Policía Estatal enviada por el propio gobierno: con el uso de la fuerza pública fueron reprimidos profesores, estudiantes y hasta los choferes del transporte que se solidarizaban con los manifestantes. El saldo de la represión fue de dos detenidos, varios golpeados y dos unidades del transporte secuestradas por los perros del gobierno en turno.
Tres días después, es decir, el 17 de junio, las autoridades mandaron a llamar al líder de los transportistas, Domingo Ortega Butrón, a la Secretaría de Movilidad, para que recogiera las unidades secuestradas. Sin embargo, quien verdaderamente lo esperaba era la cárcel, pues agentes ministeriales de la Procuraduría del estado de Hidalgo lo esperaban para llevárselo detenido, acusado de obstruir las vías de comunicación y, sin prueba alguna, fue enviado directamente al Cereso.
Este acto de represión que sufrieron estudiantes, profesores, choferes y su líder no fue más que una acción desde el poder para silenciar las voces que protestaron ante el mal gobierno.
Afortunadamente, los antorchistas de Hidalgo y de todo el país estamos preparados para este tipo de acontecimientos. Aprovecho este espacio para destacar y reconocer la valentía de nuestro compañero Domingo Ortega quien demostró ser de los de siempre, de los que no se rajaron, de los que nunca incrustaron su cobardía en la carne del pueblo, quien injustamente privado de su libertad estuvo cuatro largos meses tras las rejas.
Pero de este lado, lejos de dispersarnos y ser sumisos ante esta brutal represión del gobierno, los antorchistas de todo el país nos fortalecimos más, nos hermanamos más, nos unimos más que nunca, pues realizamos una serie de movilizaciones, protestas, denuncias públicas, una intensa campaña en redes sociales y una puntual defensa jurídica para lograr la liberación de nuestro admirable compañero Ortega Butrón, es decir, no lograron doblegar nuestra decisión de lucha, nuestra exigencia por que se resuelvan los problemas que sufre el pueblo pobre de Hidalgo, nuestra unidad ideológica y organizativa, como era la pretensión del gobierno priista-morenista en turno.
Lo sucedido nos enseña varias lecciones, entre ellas, la valentía de nuestros dirigentes ante situaciones adversas propias del trabajo organizativo que realizamos; la unión que hay entre los antorchistas de todo el país; la verdadera cara del gobierno, llámese como se llame y del color con que se pinte y disfrace, siempre ocupará el instrumento de la represión, en cualquiera de sus formas, para acallar las inconformidades existentes ocasionadas por su mal gobierno.
Por ello, llamo a todo aquel ciudadano que sufra cualquier tipo de represión e injusticia social y política, a sumar esfuerzos con el Movimiento Antorchista, pues es el único lugar donde podemos cobijarnos los más desprotegidos de nuestra patria en defensa de nuestros derechos más elementales.
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