Desde finales de la década de los ochenta hasta la actualidad, el desarrollo del capitalismo a escala ha generado en la agricultura un “régimen agroalimentario imperialista”, es decir, un conjunto de normas que organizan la producción, la comercialización, la distribución y el consumo de alimentos y productos agropecuarios a escala mundial en favor de los intereses socioeconómicos y políticos de los países ricos o desarrollados, en detrimento de los países en desarrollo.
Además, dicho régimen se lleva a cabo bajo el dominio monopólico de agrocorporaciones privadas ligadas a los intereses de estas potencias mundiales. El objetivo de este régimen es impedir que los países emergentes logren un desarrollo agrícola autosustentado que les permita convertirse en rivales comerciales independientes. Recientemente, China es el único país que ha logrado “salir” de este orden.
Para la consolidación del régimen, la Organización Mundial del Comercio (OMC) y los Estadosnación de carácter neoliberal coadyuvaron activamente mediante la expedición de políticas y legislaciones desreguladoras sustentadas en el principio del “libre mercado”. Esta idea emana de la teoría neoliberal del comercio y sostiene que el intercambio internacional genera una “exitosa” experiencia de desarrollo en el contexto de la globalización.
Con esta creencia, diferentes países llamados eufemísticamente desarrollados y en desarrollo justificaron la implementación de acuerdos regionales de comercio y de inversión, en los cuales, en realidad, los países en desarrollo son obligados a abrir sus economías al comercio internacional mediante tratados de libre comercio, lo que las expone a la introducción de mercancías agrícolas abaratadas (artificialmente mediante subsidios), y desestabiliza su producción agrícola interna, puesto que no pueden competir en costos con tales mercancías. Éste es el caso de los Estados Unidos, Canadá y México, que en 1994 firmaron el TLCAN con el fin de conformar un gran bloque comercial y económico, el cual contribuiría al “desarrollo armónico” de la región de Norteamérica.
Esta misma perspectiva crítica es retomada por Blanca Rubio en su libro Explotados y excluidos. Los campesinos latinoamericanos en la fase agroexportadora neoliberal, donde destaca que el rasgo central del nuevo régimen alimentario es una forma de dominio excluyente de los países desarrollados sobre el resto del mundo, la cual se encuentra sustentada en la desvalorización de los bienes alimenticios en el ámbito mundial.
La autora sostiene que en el neoliberalismo (la forma de dominio de los países hegemónicos, principalmente los Estados Unidos) consiste en abaratar los alimentos básicos al fijar el precio de los productos por debajo del costo de producción mediante subsidios a un selecto grupo de productores.
De esta forma, la exportación de productos agropecuarios procedentes de los países desarrollados hacia los subdesarrollados constituye un mecanismo particular de dominio imperialista, ya que significa una competencia desleal denominada dumping. El efecto de esto es que, al permitir la libre entrada de dichos productos, los precios internos se ven presionados a la baja. De tal suerte, el abaratamiento artificial y extraeconómico de los productos básicos tiene la función de competir y quebrar las agriculturas de los países que contiendan por la hegemonía.
Para esta misma autora, lo relevante es que los pequeños productores y campesinos han pasado de ser explotados a ser excluidos. Esto es producto de que aquellos agricultores incapaces de competir con el poder de los mercados subsidiados y monopolizados sufren el desplazamiento y el despojo del sistema.
En este sentido, se puede afirmar que el imperialismo alimentario se define como un conjunto de mecanismos políticos y económicos coercitivos no comerciales diseñados para evitar que los productores del Sur global compitan en el comercio mundial. Si alguna vez pudieran hacerlo, los precios en el Norte se dispararían, el valor del dinero en las economías capitalistas industrializadas se destruiría y el sistema del capital se derrumbaría. La dominación imperialista sobre la agricultura del Sur global es, por lo tanto, una condición necesaria para la reproducción del capital.
En el caso de la agricultura mexicana, el imperialismo implica que la toma de decisiones sobre su funcionamiento se deja en manos de los capitalistas de los Estados Unidos de América. Es decir, las decisiones más importantes en los sectores de la agricultura mexicana no se toman en México sino en EE. UU o, en su defecto, los toman los capitalistas norteamericanos residentes en México y con bases comerciales en el país vecino.
Por ello no puede llamarse “proyecto de nación” a una propuesta que no esté basada en la estrategia de desarrollo autocentrado, pues ya ha quedado claro que la actual globalización representa para el desarrollo de México -y del tercer mundo en general- un ámbito mucho más hostil, considerando que, sin respetar las asimetrías entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado, se somete a este último a competencia e intercambio desigual, en los que obviamente los beneficiados son los países desarrollados.
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