Partamos del siguiente punto, la economía de libre mercado ha mostrado una tendencia inevitable a la exorbitante concentración de la riqueza, esa ha sido la tendencia durante los últimos treinta años, para ser más claros desde el colapso del rival más cercano de la hegemónica nación de las barras y las estrellas, la Unión Soviética. Esta inclinación es irrefutable y ha quedado aún más matizada durante el último año y medio, desde la aparición de la pandemia del coronavirus.
Según el informe presentado por el Institute for Policy Studies (IPS) los milmillonarios estadounidenses han visto aumentar su riqueza en mil tres millones de dólares, un crecimiento de casi un 45 por ciento en general, pero en algunos casos es una multiplicación de su fortuna de hasta un 600 %. Viene a mi mente lo cierto que fue la expresión del presidente mexicano al referirse a que esta pandemia nos había caído “como anillo al dedo”, claro, sobre todo si es que te llamas Elon Musk, Jeff Bezos, Bill Gates, Mark Zuckerberg o Warren Buffet, la suerte por desgracia no favoreció de la misma manera a la gran mayoría de la población mundial. Según reportes de la Organización de las Naciones Unidas, “se estima que durante el año y medio que ha durado la pandemia, 100 millones de personas más han caído en la pobreza extrema, alrededor del 80% de ellas provienen de los países de ingreso mediano. Se han perdido millones de empleos, y han aumentado la informalidad, el subempleo y la inseguridad alimentaria”. La otra cara de la moneda aquí resulta ser no solo una muy distinta, sino más bien, una opuesta.
En uno de los peores momentos que ha enfrentado la raza humana, el modelo económico imperante muestra una tendencia ha empobrecer cada vez más a los más pobres y enriquecer más a los más ricos, una alerta que a pesar de que hoy se ve más acentuada que nunca, ha sido enunciada ya en múltiples ocasiones. Desde 2012, algunos peritos en economía han alertado sobre los riesgos a los que está sujeta la sociedad al continuar en un modelo tan injusto como el neoliberalismo, Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de economía y autor del libro “El precio de la desigualdad”, ha enunciado en su obra no solo el grave riesgo al que se enfrentan las naciones en desarrollo al estar condenadas a un dique que no permita su florecimiento, sino el riesgo de las grandes naciones ante la fragilidad de las grandes economías al estar sujetas a un desarrollo conseguido con base en el sometimiento de la gran mayoría de la población, de la sobre explotación de los recursos naturales y la corrupción de las instituciones que se supondría que sirven para garantizar la justicia.
El modelo de la economía neoliberal ha privilegiado el absurdo enriquecimiento de unos cuantos gracias a que ellos mismos han sido quienes han confeccionado sus garantías en contubernio con los gobiernos de sus respectivos países. Naomi Klein por ejemplo, habla delas absurdas medidas con que algunas marcas promotoras de comida chatarra o ropa juvenil entran a las escuelas públicas norteamericanas con la intención de afianzar en el interior de las aulas a sus próximos clientes, un modelo no muy lejano a lo que por ejemplo Zuckerberg quería implementar en sus redes sociales. Por desgracia para el cocreador de Facebook, en recientes fechas han salido a la luz una serie de documentos que ponen en tela de juicio la ética de algunas de las decisiones que el multimillonario monopolio de redes sociales ha instrumentado a lo largo de la última década, entre la información más alarmante publicada por el Wall Street Journal se encontró por ejemplo: la asociación de ideas suicidas en un 0.5% en los menores de edad que usan Instagram, la injerencia de la plataforma de Facebook en la propagación de la polarización social que más adelante influyó en las elecciones de algunos países o el irremediable daño psicológico que el uso de las redes ha ocasionado en ocho de cada 10 usuarios. No está de más recordar que esta información no solo era conocida por los desarrolladores de estas redes sociales, sino que fue investigada por ellos mismos. “Solo Dios sabe lo que se está haciendo con el cerebro de los niños”, declaraba Sean Parker, uno de los primeros desarrolladores de Facebook hace ya casi 10 años, al hablar de las implicaciones que llevaba desarrollar un botón de “me gusta” para captar la atención mediante descargas de dopamina.
Hace tiempo esos comentarios parecían solamente un rumor de pasillo, pero adquirieron mayor contundencia con los datos recientemente liberados, Frances Haugen, una de las ex empleadas que han ganado mayor visibilización tras la constante denuncia que se ha hecho en las investigaciones de crítica al monopolio de las redes sociales. A ella podemos atribuir de algún modo, el freno que se tuvo a la iniciativa de crear un “Instagram Kids” que ya prácticamente se hallaba en fases finales para su ejecución. Sin embargo, como era de esperarse, el gigante de las redes sociales no se quedaría callado ante la ola de críticas a las que se enfrentaba, y a manera de respuesta hemos tenido el anuncio del nuevo nombre de Facebook, META, esto añadido a las intenciones de esta nueva plataforma, la inmersión de sus usuarios a una realidad confeccionada a su medida para ofertar todos los productos posibles para sus usuarios. Poco importaron las críticas, audiencias y condenas internacionales a las peligrosas prácticas del ahora META, pues con el anuncio de su rebautizo lograron cambiar el hilo de su conversación, esto, desde luego, respaldado por la comunidad de los monopolios, pues oh sorpresa, adivinen quienes fueron los principales interesados en incorporarse al nuevo metaverso de Zuckerberg, así es, ni más ni menos que Nike, la industria de la palomita que incluso antes de que el mundo tenga claridad sobre cómo funcionará esta nueva interfaz virtual, ya apartó su lugar para promocionar sus productos. Aquí es donde reside la nueva fase del posicionamiento de marcas, en puntos irreales que van más allá de lo que nos podríamos haber imaginado, hoy la conversación de las marcas trata no solo de hacer a los consumidores partícipes de la experiencia real, sino además extraerlos por completo de su realidad o de su mundo, tal como en el caso de Musk, pues qué necesidad habría en desarrollar la tecnología necesaria para realizar un viaje espacial con la simple y sencilla intención de enviar a un automóvil para promocionar su marca como la primera en enviar un vehículo fuera de nuestra órbita, como si en nuestro mundo no hubiera temas más importantes, como el cambio climático o la monstruosa desigualdad a la cual la humanidad, incluidos los mismos multimillonarios, debieran de voltear a ver con mayor ánimo. Por desgracia para el 90% de la población mundial, la realidad no vende.
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