La determinación del carácter de la revolución debe ser el resultado del análisis de las tendencias específicas de la lucha de clases. El análisis permitirá determinar las clases revolucionarias y las etapas por las que deberá pasar el proceso revolucionario en cada país, así como su ritmo y temporalidad.
Desde el siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XIX, el proceso de la revolución democrática determinaba el carácter de cualquier lucha revolucionaria. El proletariado, recién despierto a la lucha política, no tenía otro objetivo inmediato que conquistar, por los métodos más radicales, las reivindicaciones de una sociedad democrática e igualitaria, tal como la proponían los pensadores burgueses más avanzados.
Con el fracaso de las revoluciones de 1848, en el cual se define la tendencia conciliadora de la burguesía con sus viejos enemigos feudales, por temor a la radicalización de la lucha democrática en la que los proletarios participaban con entusiasmo creciente, se abre una nueva etapa revolucionaria. En ella, la clase obrera empieza a introducir sus propios objetivos dentro de la revolución democrático-burguesa, buscando radicalizarla y llevarla a sus últimas consecuencias hasta convertirla en revolución proletaria. Esta estrategia alcanza su punto máximo durante la Comuna de París, en 1871, cuando la lucha del proletariado parisiense para defender la república se convierte en el punto de arranque para instaurar el primer gobierno proletario, que dura dos meses de intensa inventiva social. Después de 1871, van cambiando progresivamente las condiciones internacionales de la lucha de clases. Se empieza a gestar y prácticamente a imponerse la etapa imperialista del capitalismo, en la que la revolución burguesa deja de ser el factor dominante de la historia mundial.
La política reformista de la burguesía se convertirá en el elemento dominante del periodo, y la organización del movimiento obrero en grandes partidos de clase pasa a ser el corolario estratégico. En esas nuevas condiciones, la lucha de masas legal se convierte en la forma de lucha fundamental hasta que la legalidad burguesa no pudiera ya contener el avance de las organizaciones obreras y hasta que las conquistas obreras entrasen en contradicciones con el funcionamiento normal de la acumulación capitalista.
La etapa imperialista no se caracteriza solamente por la extensión a escala mundial del intercambio de mercancías y del capital dinero que se había desarrollado entre los siglos XVI al XIX, sino que, en esta etapa, es el propio modo de producción capitalista el que penetra y hegemoniza las economías nacionales, constituyéndose en el modo de producción dominante a escala mundial. Esta dominación se funda en el desarrollo de la concentración económica y en la centralización del capital.
En consecuencia, se agudiza la competencia entre los grupos capitalistas dominantes en cada país, así como entre los monopolios, a escala mundial; y se agudiza la lucha entre las naciones y los bloques de naciones para controlar las fuentes de materias primas y los mercados de inversión. La expansión de la exportación de capital permite ampliar, a escala mundial, las fuentes de fuerza de trabajo explotadas por el capital monopólico. Permite también generar ganancias extras en el exterior, con las cuales se propicia el surgimiento de una aristocracia obrera que tiende a hegemonizar el movimiento obrero en los países dominantes y a apoyar la política expansionista de sus burguesías. Se refuerzan en consecuencia, los factores que llevan al enfrentamiento entre sí de las naciones capitalistas y a la solución militar de las contradicciones. La guerra mundial de 1914-18 aparece como una necesidad histórica del capitalismo para resolver la crisis que nace de su etapa imperialista.
Se plantea así la posibilidad, para la clase proletaria, de explotar estas contradicciones interburguesas en un sentido revolucionario; la revolución socialista se pone al orden del día como la única forma de evitar los retrocesos sociales y la destrucción de las fuerzas productivas que resultaría del enfrentamiento militar. La victoria de la revolución en Rusia, en octubre de 1917, inaugura una nueva era de la revolución mundial. Ésta se caracteriza por la construcción del socialismo en un solo país y posteriormente en un grupo de países; por la crisis del imperialismo, marcada por la intensificación de la lucha de clases en los países adelantados; y por la aparición del fascismo como forma de contrarrevolución burguesa. Por otra parte, se caracteriza por la emergencia de las luchas de liberación nacional en las colonias y su progresiva inserción en la etapa de la revolución socialista, realidad que encontró su primera expresión completa en las revoluciones de china, indochina y coreana.
Al tenor de estos hechos históricos, con apego al marxismo-leninismo, la política socialista con características chinas es el desarrollo de la política democrática socialista bajo el liderazgo del Partido Comunista de China y sobre la base de que el pueblo es el dueño del país, gobernando el país de acuerdo con la ley, producto de socialismo científico.
El socialismo con características chinas nos ha demostrado con obras contundentes, que estos han profundizado en el materialismo histórico e interpretado de forma correcta su realidad nacional e internacional. Una nueva forma de la aplicación del socialismo vive y florece: “Hemos completado la ardua tarea de erradicar la pobreza extrema” Xi Jinping, en una ceremonia en Pekín, el cual afirmó, que en los últimos 8 años 100 millones de personas han dejado la pobreza extrema (febrero 2021); en el escenario velico de Ucrania, ha bastado la diplomacia de China como factor determinante, para marcar un límite a Estados Unidos y la OTAN. ¡Adelante con China! ¡Adelante con la educación y organización del pueblo!
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