De acuerdo con datos de la Secretaría de Salud (SSA) estatal, en Puebla aumentaron un 74 % los suicidios: la cifra pasó de 144 en 2022 a 251 en 2023, donde por cada muerte de suicidio de una mujer, hay cuatro más de hombres.
De manera crítica, el suicidio ha despuntado en infantes de cinco a catorce años de edad, un dato alarmante que nos advierte sobre un fenómeno que no discrimina.
Marx advierte sobre tres salidas posibles ante el sinsentido de la vida: la religión, el suicidio y la actividad revolucionaria.
Esta situación ha ido creciendo constantemente y la sociedad se encuentra en una disyuntiva al encontrar en este acto una contradicción, donde el victimario es la misma víctima, por tanto, es inconcebible y se señala indiscriminadamente como una debilidad humana; sin embargo, esto no es más que el resultado de una descomposición en el tejido social en el que el hombre recurre a preguntarse sobre el sentido de su existencia, ante el abatimiento moral, social y económico que atraviesa.
Para nadie es ajeno que el sistema capitalista ha despojado al hombre de los medios de producción y lo ha sometido al trabajo que servirá para sobrevivir, volviendo su fuerza de trabajo en mercancía que se vende y se compra, lo que vuelve más extenuantes y largas sus jornadas de trabajo y los margina a una vida que sacia únicamente sus instintos animales de comer, dormir y el acto sexual; volviendo su vida en algo penoso e indigno.
Y a esto no queda más que agregarle la decadencia del salario, las condiciones laborales, la inseguridad, el desempleo, la falta de vivienda y los servicios públicos más elementales como el agua potable, luz y drenaje.
Pero no sólo es eso: también intervienen la moral burguesa donde el patriarcado somete a la mujer como objeto y pertenencia del hombre, donde su autonomía se ve inhibida y es presa de la opresión dictada por las relaciones de género ya preestablecidas.
Y si acaso intenta desafiar estos límites, será víctima de violencia y humillación no sólo por parte del hombre, sino también de otras mujeres. Y el hombre no se salva.
También sujeto a estas normas, el hombre debe ser proveedor y responsable de la manutención de su familia, misma presión que se vuelve asfixiante al verse envuelto en las limitaciones impuestas por la miseria económica y la imposibilidad de cumplir con lo que se considera su deber moral.
El desaliento y la desesperación que aparecen como fatalidad, restringen el poder de acción y decisión, que no dejan otro camino que el suicidio.
Y ante esto, ¿qué se hace? Se limita al suicidio como un problema de salud pública que da como paliativo la intervención psicológica o psiquiátrica, buscando reequilibrar las funciones fisiológicas cerebrales en lugar de reestructurar y modificar las deficiencias de nuestro entorno social.
¿Y qué queda por hacer? Marx advierte sobre tres salidas posibles ante el sinsentido de la vida: la religión, el suicidio y la actividad revolucionaria.
La religión que promete una salvación y una vida futura mejor que la actual, adormeciendo así al pueblo trabajador con la enajenación y el sometimiento a la miseria mediante su aceptación; el suicidio como una salida individual.
Darle fin a la realidad existente sin la más mínima resistencia a los factores que la provocan; y la actividad revolucionaria que le devolverá el sentido a la vida bajo el capitalismo, con un cuestionamiento ante las condiciones de la explotación al proletariado mediante la lucha económica y política por mejorar las condiciones de vida y derribar el orden vigente.
Ante esto, la vía es una sociedad sin opresión que devuelva la dignidad humana y le permita realizarse como hombre libre. Esto logrará derrumbar la cuestión si la vida misma vale la pena vivirla.
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