Para los antiguos griegos el trabajo, las actividades prácticas cotidianas, eran concebidas como algo degradante. Platón decía que existía un mundo ideal perfecto del cual el mundo material era solo una copia mal hecha, la división entre idea y materia era absoluta. A lo que se debía aspirar era a la contemplación y búsqueda de ese mundo ideal.
Aristóteles planteaba la división entre hombres que se dedicaban a las labores prácticas, los esclavos a quienes se denominaba como “instrumentos vocales” y aquellos que realizaban labores intelectuales, que habitaban las polis, lugares donde los ciudadanos podían tener una vida buena y dedicarse a la contemplación.
Esta concepción se mantuvo prácticamente intacta a lo largo de la Edad Media, contraponiendo la vida secular, contemplativa y dedicada a Dios contra el trabajo, castigo con el que carga el hombre en esta vida terrenal.
No es hasta el siglo XIX que Hegel, reivindica el trabajo como la actividad esencial del hombre quitándole el cargo de fardo y castigo. Planteó que la única manera en que el hombre puede “objetivarse”, de transformar en objeto la idea o voluntad del hombre es a través del trabajo, reflejando así su esencia humana en un objeto, fuese ese una herramienta, una pieza artística u alguna otra cosa. Así, reconocía el lado creador del trabajo y la necesidad de que la idea se materialice. Sin embargo, no concluye consecuentemente su pensamiento. Sostiene un idealismo objetivo, en la que este proceso solo es una fase, para que la idea se conozca asimisma pero no hay posibilidad de transformación en el mundo material.
Para transformar el mundo es necesario “emancipar el trabajo”, quitarle las cadenas de enajenación y explotación que le impone el capitalismo. Debemos educar a los trabajadores, darles conciencia de clase y la idea de que es necesario invertir las condiciones que hacen al trabajo enajenante.
Más adelante, Feuerbach realiza una crítica a Hegel y se posiciona como materialista; sin embargo, era un materialismo contemplativo que no incluía la interacción dialéctica entre el hombre y la naturaleza, en el proceso de la cual el propio hombre cambia. También realiza una crítica al carácter enajenante de la religión, pero solo ve la enajenación de la idea donde el hombre cede todos sus atributos buenos a un Dios. Ataca la idea, pero no ve qué condiciones sociales hacen que sea necesaria.
Marx busca el proceso donde se da esa enajenación en la actividad esencial del hombre. Reconoce el lado creador del trabajo planteado por Hegel y también el lado negativo y social del trabajo en el capitalismo y los modos de producción donde existan relaciones de producción de explotación.
Demostró que en las relaciones sociales de producción existentes (en el capitalismo), el hombre es una herramienta más, su fuerza de trabajo (que es una mercancía) se destina a producir mercancías que no le pertenecen, el producto de su trabajo le es ajeno. En este proceso Marx, encuentra la enajenación del hombre: si el trabajo define al hombre una vez que esté no le pertenece, el hombre deja de pertenecerse para pertenecerle a alguien más. Es en el capitalismo dónde está enajenación se puede “descubrir”, ahora el trabajo que humaniza al hombre, lo somete, destruye y animaliza.
Para transformar el mundo es necesario “emancipar el trabajo”, quitarle las cadenas de enajenación y explotación que le impone el capitalismo. Debemos educar a los trabajadores, darles conciencia de clase y la idea de que es necesario invertir las condiciones que hacen al trabajo enajenante.
Entender la necesidad histórica de la desaparición del capitalismo y su reemplazo por un régimen de propiedad social sobre los medios de producción, eliminando la propiedad privada por ser la fuente de toda explotación, tal es la transformación del mundo que necesita la sociedad en los tiempos del capitalismo predominante. El proletariado es el único que tiene en sus manos la posibilidad de realizar este cambio estructural.
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