Mientras en la Ciudad de México empeora el problema de la seguridad que agobia hasta la saciedad a los casi nueve millones de habitantes, la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum a sacado a la calle a los empleados, oficinistas de su administración a servir de muro para contener a los violentos grupos anarquistas, que en cada marcha o manifestación de descontento popular que ocurre en esta gigantesca y complicada urbe, se toman el derecho de agredir, pintarrajear y destruir el mobiliario público, monumentos históricos, edificios de gobierno, y de paso, hacer víctimas de igual destrucción a negocios de propiedad privada.
Dos días antes de la tradicional marcha estudiantil del 2 de octubre, la Jefa de Gobierno en conferencia de prensa, en relación expresa a este acontecimiento declaró que hacía un llamado a los asistentes a esta movilización que no permitieran las infiltraciones de los provocadores anarquistas, y que ella, por su parte, estaba preparando el despliegue de "un cinturón de paz alrededor de los manifestantes, compuesto de civiles, de compañeros del gobierno..." que con la policía y los propios manifestantes tendrían por cometido evitar actos de vandalismo de grupos ajenos a los que ese día marcharían. Respecto a los anarquistas, viejos conocidos de las autoridades, dijo que no entendía por qué están generando estas condiciones de violencia y de agresión en la ciudad. A esto, cualquiera respondería: si ella que es la autoridad máxima de la capital no lo sabe, el ciudadano de a pie, menos.
El día de la marcha, su brillante idea del cinturón de paz estuvo compuesto por cientos o miles -no se sabe realmente cuantos pues nadie los contó- de personal burócrata acarreado de diferentes oficinas del gobierno citadino y que iban a ser la salvaguarda de los manifestantes el 2 de octubre ante las posibles agresiones de los anarquistas, a estos realmente no les sirvió para nada el famoso cinturón de paz, ya que conociendo el adiestramiento profesional que tienen, solo de verlos en su acción incontrolable de destrucción, los buenos y forzados a estar ahí, trabajadores del gobierno, corrieron despavoridos al sentir en grave riesgo sus vidas, quitándose desaforadamente las camisetas blancas con las que sus jefes superiores los uniformaron para tal encomienda. Así de risa pasó tal cual lo consignaron ese mismo día los periodistas presentes del tan cómico como trágico espectáculo del cinturón. Los anarquistas hicieron lo que quisieron, lo que les dejan a hacer al gusto: destruir e intimidar a los manifestantes.
Lo que llama más la atención a los medios de comunicación y a la gente preocupada por el destino incierto de nuestra histórica ciudad, hoy como desde ayer con tantos problemas que crecen como hongos, es la patética idea de llevar gente forzada a una batalla, en funciones de muro contra enemigos dispuestos a todo, a inermes masas de trabajadores subalternos como los empleados en la escala baja de la burocracia, desconocedores del grave riesgo a que los exponía la idea llevada a la práctica de su jefa superior. El hecho rememora al régimen corrupto y en etapa terminal de Porfirio Díaz, que capturaba y secuestraba con su ejército de siniestros soldados, a descuidados e inermes ciudadanos en muchos lugares del territorio nacional, en la famosa y temible "leva", para uniformarlos y llevarlos como carne de cañón ante las victoriosas tropas del pueblo mexicano en armas en la Revolución Mexicana.
Nadie en su sano juicio, y menos a la Jefa de Gobierno se le puede y debe permitir tamaño desaguisado que linda en lo anticonstitucional: exponer a la furia asesina de bandas de encapuchados, a sus empleados, ordenándoles contener a los violentos y dar seguridad a manifestantes: esas son funciones que no les corresponden, esa son obligaciones que no están regidas y que no aparecen en su Contrato Colectivo.
El gobierno de la Cuarta Transformación, con su jefe nato, el Presidente de la República, está ofreciendo a ojos del país a lo largo y ancho, cómo no se debe gobernar.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario