Fue llamado “Cristo Rojo de los Indios Mayas”, “Dragón Rojo de los Ojos de Jade”, “Apóstol del Socialismo en Yucatán”, hoy se le recuerda como el “Mártir del Proletariado Nacional”. Después de su muerte, la derecha yucateca que arteramente lo asesinó, trató inútilmente de borrar su nombre del libro de la historia, pero éste perdura junto con su obra en la memoria y vida del pueblo yucateco al que tanto bien le hizo.
Felipe Carrillo Puerto nació el 8 de noviembre de 1872 en Motul, Yucatán. Se desempeñó como político, grande estadista y líder revolucionario; desde muy joven aprendió la lengua y la cultura maya, con el tiempo traduciría a esa lengua la Constitución Política para dar a conocer a los indígenas sus derechos, se comprometió con ellos y los defendió de las injusticias.
Después de su muerte, la derecha yucateca que arteramente lo asesinó, trató inútilmente de borrar su nombre del libro de la historia, pero éste perdura junto con su obra en la memoria y vida del pueblo yucateco
Fue un hombre que hizo su vida congruente con sus ideas, se afanó y perseveró a lado de los mayas pobres de su tiempo y caminó junto a ellos defendiéndolos con bravura. Muchas páginas se han escrito sobre su vida y su obra; algunos han hablado a favor, otros en contra, pero nadie podrá negar que la vida de este héroe yucateco, prolífera como pocas, estuvo al servicio de los más necesitados; por eso, se dice que momentos antes de su cobarde asesinato, no pidió un sacerdote, pidió como último deseo: “no abandonéis a mis indios”.
Desde temprana edad, “Yaax Ich” -ojos verdes-, como lo apodaban cariñosamente, defendió siempre a los indígenas, antes de cumplir la mayoría de edad, fue encarcelado por exhortar a los mayas a derribar una cerca construida por los hacendados para impedirles el paso; Felipe Carrillo Puerto supo hablarle al indio, lo hizo su hermano en la aflicción, le habló y le dijo: “hermano, abre los ojos, dame las manos, levántate y anda hacia la vida; allí donde se sufre y se lucha, pero se tiene conciencia de que se vive y de que se es libre”. (La tierra enrojecida, Antonio Magaña Esquivel).
Para este gran hombre, en su alma no hubo instante de mayor angustia, de mayor amargura y de más hondo desconsuelo, que cuando dirigía la mirada hacia los campos y contemplaba la esclavitud ignominiosa en que se encontraba sumida la raza indígena; cuando contemplaba al paria miserable y hambriento, sin libertad, sin conciencia y, lo que era más triste, sin entender las razones de su esclavitud; jamás sintió más ansias de rebeldía, que cuando presenció la explotación del trabajador, misma que se basaba en la ignorancia, el fanatismo religioso y el alcoholismo.
Durante su gestión como gobernador constitucional del estado, -que duró veinte meses- realizó una intensa actividad en beneficio de los sectores más desposeídos: luchó contra las injusticias, contra la discriminación, instituyó la igualdad de género, promovió reformas culturales, legales, económicas, políticas y administrativas; en el alma no llevaba más motivación que hacer el bien, contribuir con todas sus fuerzas y entusiasmo a conseguir la redención de los trabajadores y, en primer término, la emancipación y felicidad de la raza indígena.
No obstante, la clara visión ideológica y programática de Carrillo Puerto, pues fue un hombre adelantado de su tiempo, su lucha no triunfó, porque los altos ideales y la buena fe no coinciden con los intereses del poder económico y político del sistema vigente, es más, chocan abiertamente. Para triunfar, necesitaba de la unidad orgánica e ideológica de las grandes mayorías, pues sin la presencia real y activa del pueblo en la lucha por su emancipación, la acción aislada, resulta indiferente para la mayoría de la sociedad. Por tanto, no basta estar inconformes y sentir la injusticia; no basta tener razón y voluntad, se necesita, además, de la participación organizada y consciente del pueblo trabajador dirigido por un partido de su propia clase.
Con todo, el “Mártir del Proletariado Nacional” nos dejó un legado de compromiso, lucha y ejemplo de que hasta su último suspiro pensó en los más indefensos; no suplicó por su vida ni por la de sus hermanos que corrieron la misma suerte que él; mostró un camino de lealtad con los mayas explotados, nos demostró que el amor al prójimo, si es verdadero, incluye el sacrificio de la propia vida.
El pueblo mexicano debe conocer la obra de Felipe Carrillo Puerto, compartir su amor por el pueblo y luchar por una patria más justa y generosa con todos sus hijos. Quienes militamos en el Movimiento Antorchista Nacional, consideramos que las acciones de hombres de esta estatura histórica, nos llaman a tomar su ejemplo, emulándolos en su tarea revolucionaria y transformadora, por eso a lo largo y ancho del país, desde Yucatán hasta Baja California, el pueblo organizado ondea sus banderas pugnando por una sociedad más humana y bondadosa para todos los mexicanos.
Luchamos porque en el presupuesto de los diferentes niveles de gobierno estén consideradas las soluciones a las necesidades del pueblo trabajador: vivienda, salud, educación, servicios básicos, obra cultural y deportiva; es decir, que se reoriente el gasto social que realiza el estado. En Yucatán, también los antorchistas demandamos a las autoridades en turno resuelvan las demandas de carácter social y productivas de campesinos, colonos, profesionistas y estudiantes organizados en nuestras filas.
La deuda con los mayas por los que luchó y defendió Felipe Carrillo Puerto, sigue pendiente de resolver, urge pues, un verdadero renacimiento de la otrora gloriosa raza maya. Los antorchistas tenemos que hacer la parte que nos toca tomando la estafeta histórica que nos legó el “Apóstol del Socialismo en Yucatán”. La historia demuestra que la única fuerza capaz de frenar los abusos del poder y de defender a toda costa los intereses de los campesinos, de los obreros, de las mujeres, de los estudiantes y del pueblo en general, es, justamente, ese mismo pueblo, organizado y concientizado.
Como Felipe Carrillo Puerto, los luchadores sociales de hoy, creemos que un mundo mejor para los pobres es posible. Queremos una sociedad justa y humana y por ella luchamos y colaboramos en su construcción con nuestra actividad diaria, los antorchistas.
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