El domingo primero de mayo se registraron 112 homicidios dolosos en todo el país, con este número, el día se convirtió en el más violento del sexenio.
Al corte del 28 de abril, el total de crímenes intencionales, en lo que va del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, fue de 120 mil 499, con lo cual rebasó la estadística sexenal de su predecesor, que topó en 120 mil 463. Con estos números, López Obrador pasó a ser el presidente con los peores resultados históricos en materia de seguridad.
Al caso de Debanhi Escobar Bazaldúa, hay que sumar los asesinatos, masacres, feminicidios, abusos de militares que a diario vemos en las noticias. Eso es ejemplo de la obsesión de López Obrador para demostrar que su estrategia de no combatir al crimen organizado y resolver la violencia mediante programas sociales para atacar las causas que la producen, ha resultado en un monumental fracaso.
No fue por un problema de diagnóstico, porque efectivamente la pobreza es caldo de cultivo para el reclutamiento de las organizaciones delincuenciales, sino de ingenuidad. Atacar las raíces del problema sin acompañarlas de incentivos para que abandonen las actividades criminales, es desconocer por completo la naturaleza del narcotráfico, que es un negocio.
La prueba se dio el domingo. Los datos reportados por las fiscalías del país y que dio a conocer el propio Gobierno federal revelaron el día más violento del sexenio, y en sólo nueve estados, poco menos de una tercera parte del país, no se registró ningún homicidio doloso.
Los estados más violentos fueron el Estado de México (16), Guanajuato (15), Michoacán (11), Jalisco (8), Puebla y Chihuahua (7 cada uno). Pese a que el gobierno quiera disminuir la gravedad del problema al señalar que son solo 6 estados donde se concentran estos actos violentos; lo cierto es que los 42 millones de habitantes de estas entidades, viven bajo el terror.
La ignorancia, la soberbia y los prejuicios de López Obrador y su equipo, los hundieron todavía más. Su frase de "abrazos, no balazos", que usa para definir lo que está haciendo para reducir la violencia, se ha vuelto objeto de risa y ha servido para ridiculizarlo.
En privado, la falta de una autocrítica verdadera sobre el desastre de su estrategia, combinado con su obsesión narcisista de que necesita bajar los números de homicidios dolosos, lo ha llevado a tomar decisiones excepcionales, por no decirles disparatadas, pero en las calles mexicanas se agota y anula el discurso de López Obrador sobre la violencia de pasados presidentes y cierra sus márgenes de maniobra.
Cuando una pandemia amenazaba al mundo, en marzo de 2020, y la gente comenzaba a encerrarse en sus casas y a preocuparse por la falta de capacidad de los hospitales, en México en esos 31 días fueron asesinadas 4 mil tres personas. Las estadísticas indican que en México no se ha dejado de matar de una forma feroz, independientemente de los meses. Que en México mueren asesinadas, según la media de este año,112 personas al día.
Funcionarios federales revelaron que el presidente dio instrucciones para contratar los servicios de consultores y expertos externos para que le digan qué hacer y reducir la tasa de homicidios dolosos para lo que resta de su sexenio. Las órdenes para buscar quién le resuelva el problema han provocado sorpresa entre sus colaboradores, por pensar que afuera encontrará, a estas alturas del sexenio, quien pueda resolver el fenómeno de la violencia, porque esa instrucción significa que el gabinete de seguridad ha sido desfazado y que sus integrantes son corresponsables directos del fracaso.
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