Nos quedamos en que tendremos que dialogar con nuestros muertos, pero a un nivel cultural diferente, superior, en la esfera de una nueva conciencia social; habrá que, no tanto recuperar la tradición —porque a mi juicio los golpes que le ha dado la ideología burguesa a la Noche de Muertos que podríamos considerar más tradicional, son mortales, pues los propios pueblos indígenas de México han caído en la comercialización creciente de su propio ser—, sino desarrollarla a un nivel superior; habrá que volver a entramar la pedacería que nos está dejando el burgués depredador. Esa deberá ser tarea de los mexicanos más conscientes, interesados en elevar a nuestro pueblo a niveles más altos de espiritualidad, a ennoblecerlo, y entre ellos estamos los antorchistas.
Vuelvo con el ejemplo de Pacanda. Pasados algunos años volví a ver a Doña Estela vendiendo apurada atoles, café y té a la entrada del cementerio de su isla la noche misma de Muertos, ofreciéndolos a los ríos de turistas, sin dedicar a sus muertos tanto tiempo como antes: tal vez "Papá" y las demás ánimas de la señora purépecha estarían algo tristes y desilusionadas, no porque no les llevara de comer sino, como decimos ahora, por dedicarles menos tiempo de calidad. Igualmente vi una pequeña actividad comercial donde no la había antes: otras familias isleñas competían por vender lo mismo. Y por allí empieza la mazorca a desgranarse. No hay duda de que el capitalismo es el más efectivo aniquilador de tradiciones y es imposible definir cuándo ésta podría ser declarada Patrimonio Muerto de las Humanidad o en qué se transformará, pero hoy es evidente que el insolente mercado le está ganando la carrera. De la fortaleza de los pueblos indígenas depende la suerte de sus tradiciones, no tanto de que desde afuera de ellos se acuda en su "rescate" y, la verdad, más allá de toda la propaganda gubernamental, tanto los lenguajes como hábitos, costumbres y tradiciones indígenas están siendo vapuleadas por el neoliberalismo depredador. Y, por su parte, los mestizos están siendo penosamente aculturados con basura holliwoodesca y oropel mortuorio con cempasúchil de papel crepé.
Propongo que en este combate ideológico el pueblo humilde organizado de México, apoyado por los intelectuales honestos, los empresarios nacionalistas y los empleados y profesionistas patriotas, incorpore viejas y nuevas armas a su arsenal, que rechace los términos en que está planteada esta guerra de lento pero efectivo exterminio e imponga sus propias condiciones blandiendo armas culturales superiores. No hay otra forma de salir de este pantano en que nos tiene atrapados el mercado: sólo aprendiendo a volar y alto, con muy elevadas miras, puede el pueblo recuperar la dulzura de su alma y dejar atrás la rudeza. Pero eso lo hará sólo consciente y organizado, ya lo empieza a hacer; urge apurar el paso, ya es demasiada la manipulación infame que la muerte, parte más sensible de la vida, está sufriendo a manos del capital. Nuestros muertos reclaman que los vivos se organicen y luchen.
Grandes escritores y poetas de México y del mundo han dedicado al tema de la muerte profundas reflexiones que merecen ser recordadas, revividas, comentadas y reflexionadas de muchas maneras en esta época en que el ambiente lo amerita. Con la ayuda de ellas podemos encaminar poco a poco al alma de nuestro pueblo a retomar el camino de una cada vez más elevada sensibilidad; luchar por ella, en esta época de oscurantismo con luces de neón, es un acto revolucionario. Las elegías por la muerte de seres queridos o admirados, por ejemplo, de Miguel Hernández, de Federico García Lorca, de Jaime Sabines u Octavio Paz y las Coplas de Jorge Manrique son una buena manera de motivar la reflexión. Tenemos un "Solo la muerte", de Pablo Neruda, estremecedor. Hay arquitectura funeraria en cada ciudad, de la que seguramente se puede comentar algo interesante; sus breves epitafios son cápsulas de vitaminas para el espíritu; hay tradiciones y leyendas relativas en cada pueblo y en cada ciudad que críticamente comentadas y mejor contadas pueden dejar buenas enseñanzas; o cuentos como "Macario" de Bruno Traven. En las burlonas "calaveras" de José Guadalupe Posada y en la casi olvidada costumbre de hacer versos satíricos principalmente a funcionarios y gobernantes, dándolos por muertos antes de que mueran, tenemos una inagotable fuente de creatividad, cuya sola lectura en voz alta captura la inteligencia del escucha; se trata de una sana costumbre que nuestro pueblo debe volver a practicar masivamente. Hay discursos ante la tumba de grandes seres humanos, hay canciones mexicanas tristes que hablan del dolor de la pérdida, o bien canciones chuscas y divertidas; están las últimas palabras de personajes ilustres.
Obras de Shakespeare, Cervantes y Fernando de Rojas que tratan este tema también pueden ser motivo de enriquecedores comentarios. También hay muchas obras de teatro y de cine con temas relacionados con la muerte, no sólo Don Juan Tenorio. Bien cuidados y escogidos comentarios a las endechas, a las sentencias y citas de grandes humanistas, de las costumbres funerarias antiguas y modernas, de los tzompantlis azteca, o bien..."¡Basta!", me gritará más de alguno, "todo eso no lo quiere la gente, es aburrido, la gente quiere más acción, cosas entretenidas, divertidas, esas cosas son de viejitos, hay que modernizarse, y a la gente hay que darle lo que quiere, o sea Los Locos Adams, Jason el de Viernes 13, muertos vivientes, It, fantasmas, cientos de miles de catrinas y un larguísimo etcétera". Y yo digo: pues allí está el combate ideológico, precisamente. La burguesía ha sabido robarle el alma al pueblo y que éste le agradezca y hasta le exija más del veneno dulzón que la carcome, y así, con su consentimiento, ha conducido a los mexicanos a la enajenación, a la superficialidad y al repudio de sí mismos, a rechazar indignados cualquier intento por recuperar la sensatez, la racionalidad y la espiritualidad basadas en la cultura propia y universal.
La propuesta para recuperarle la sonrisa a la dientona debe ser practicada con inteligencia y sabiduría. Los dirigentes del pueblo deben medir la profundidad de los cambios, administrar las dosis de una manera racionada y razonable; es necesario saber despertar el gusto por estas obras y acciones de la humanidad, evitar la banalización de la muerte; aquí deben actuar el amor al arte, a la fraternidad, así como la creatividad y el ingenio para ir incorporando paso a paso esta nueva cultura en el hombre más olvidado y a éste transformarlo en la materialización de aquélla. Los festivales y las ofrendas que los líderes populares se propongan impulsar, deben tender hacia esa meta cada vez más superior, aunque tal vez tengan que arrancar desde lo más común y corriente; poco importa mientras tengan, como las águilas, la vista fija en las estrellas. La muerte es misteriosa y verdaderamente sagrada. Es probablemente nuestro mejor maestro para vivir una espiritualidad plena. Es vital comprender la muerte. Y mientras más intensa y profunda sea la comprensión más entenderemos al otro, al que va a nuestro lado, al que va conmigo, al que es de mi clase social, al que muere conmigo, o al que es adversario del progreso humano y muere siendo una pesadilla para los pueblos del mundo. Bien morir es tan imposible para las mayorías empobrecidas, ello mata su afabilidad y sensibilidad. La despreocupación al morir, la superficialidad en el juicio que causan, por ejemplo, los narco corridos, que exaltan la muerte violenta insensata, son totalmente opuestos a los intereses superiores de la humanidad. Una comprensión más elevada de la muerte también tiene que crear ligas sociales superiores, no necesariamente religiosas, pero sí de un humanismo nuevo. Ese es el reto de las organizaciones populares, y a superarlo es la convocatoria de Antorcha.
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