Las lluvias que apenas hace tres o cuatro días han empezado a caer sobre la capital y otros puntos del territorio tabasqueño han venido a calmar la escasez que estábamos padeciendo y a disminuir un poco las elevadas temperaturas que caracterizan a nuestra entidad (que el año pasado y este ha tenido que soportar los veranos más calurosos de varias décadas); y, aunque las recibimos con mucha alegría y entusiasmo, los encharcamientos que inmediatamente provocaron hicieron surgir de nueva cuenta los temores de la gente, porque saben que dos o tres días consecutivos de precipitaciones no se soportarían, ya que inmediatamente el agua empieza a subir de nivel y a meterse a las viviendas.
Es cierto que en las calles todo mundo se veía feliz porque, pasado el bochorno que genera el vapor que se eleva al chocar el agua fría de la lluvia con lo caliente del pavimento y de todo lo que toca, sabían que más tarde llegaría la frescura de la noche y “ahora sí todos dormiremos bien”, se decían.
Ya existen los conocimientos necesarios para diseñar grandes obras de infraestructura que permitan que el agua de la lluvia fluya correctamente hacia las presas, los ríos y demás afluentes.
Sin embargo, al ver que pasaban los minutos y seguía lloviendo, la alegría se convirtió inmediatamente en preocupación.
A la gente no se le olvida que 2007, 2010 y 2020 fueron años complicados para los tabasqueños porque padecieron las peores inundaciones y perdieron estufas, refrigeradores, camas, colchones y otros enseres domésticos.
Hace cuatro años, ya con este Gobierno y ya sin el Fondo Nacional para Desastres Naturales (Fonden), se pretendió aminorar los efectos de la devastación regalando aparatos electrónicos a los damnificados.
Pero eso no fue lo único que perdieron, porque mucha gente se quedó sin sus cultivos y algunos animalitos de patio que tenían para el consumo familiar; también se perdió en algunos casos ganado mayor y hasta fuentes de empleo. Nada de eso se pudo recuperar.
A veces causa admiración la resistencia de la gente ante la adversidad, pero no es resistencia, más bien es resignación a algo que creen inevitable. Resiliencia le llaman ahora.
¿Qué pasaría si supieran que las inundaciones se pueden evitar? Es cierto que no hay poder humano, hasta ahora, que pueda contra la fuerza de la naturaleza, pero a partir de que el hombre ha comprendido el funcionamiento de los fenómenos a través de la ciencia y la técnica, ha aprendido también a domeñarla.
Por eso ahora, los diferentes sistemas meteorológicos nos pueden informar de los ciclones, huracanes y tormentas que se empiezan a formar en el cielo mucho antes de que toquen tierra, para que nos dé tiempo suficiente de tomar las debidas precauciones, y que ya no nos agarren por sorpresa.
Por otro lado, también existen los conocimientos necesarios para diseñar grandes obras de infraestructura que permitan que el agua de la lluvia fluya correctamente hacia las presas, los ríos y demás afluentes.
Todo eso no evita los desastres naturales, pero sí disminuye sus efectos. ¿Qué hace falta entonces? Lo que hace falta es un Gobierno comprometido con las necesidades de la gente, que asuma su responsabilidad de salvaguardar la integridad de sus gobernados y busque con ellos proporcionar las condiciones necesarias para una existencia estable.
Estamos hablando, en el caso de Tabasco, de la existencia de un proyecto de gran envergadura que contempla puentes, pasos a desnivel, muros, diques, canales; todo eso para evitar que el agua cause estragos entre los habitantes que vivimos en zonas de riesgo. Se trata de un proyecto hídrico integral que fue elaborado hace varios años y que por sus elevados costos, los gobernantes prefirieron dejarlo para otra ocasión.
Entre las autoridades gubernamentales prevalece la idea de que las obras de drenaje y alcantarillado, además de que son muy caras, no lucen, porque son “estructuras subterráneas o tubos enterrados” que quedan ocultos a la vista de la gente; por tal motivo prefieren, en el mejor de los casos, construir un malecón, remodelar un parque, arreglar el alumbrado público, pavimentar una calle, pintar una fachada y muchas cosas por el estilo, que son más económicas y además se pueden presumir y fotografiarse con ellas; o también, entregar el dinero en programas de transferencia monetaria directa, que no acaba con la pobreza pero sí acarrea votos.
Lo cierto es que en todos los casos, las grandes obras que resolverían grandes problemas, como las recurrentes inundaciones de ciudades completas, no se realizan nunca y la gente sigue padeciendo periódicamente los mismos problemas.
Creo que si los afectados por los fenómenos meteorológicos nos organizamos para exigir al Gobierno que ejecute el plan hídrico integral por más costoso que sea y nos hace caso, todos saldremos ganando, por más que se piense lo contrario.
El Gobierno de la 4T ha tenido la virtud de, una vez convencido de las bondades de algún proyecto, llevarlo adelante, por más opositores que tenga. Bajo ese criterio se han realizado millonarias obras como el Tren Maya, la Refinería Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles, entre otras.
Lo único que hace falta es que entre todos nos hagamos cargo de que se convenza de que el proyecto hídrico integral nos conviene a todos; de lo contrario, estamos condenados a seguir padeciendo por los siglos de los siglos.
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