La situación del transporte público en nuestro país, y particularmente los problemas del metro de la Ciudad de México, en los últimos días, ha sido el centro de las discusiones en los más importantes medios de comunicación y de los debates más resonados. Los accidentes que tuvieron lugar a inicios del año han sido la causa de que regrese a la discusión pública este tema. Y las posturas que circundan la discusión han tomado un tono rayando en el delirio.
Si en un contexto distinto, la discusión no se hubiera trastornado tanto, uno pensaría que hasta es ridículo, pero no. Ya dejó de ser ridículo y pasó a ser peligroso. Nuestras autoridades están mintiendo deliberadamente a la gente. Y no es la mentira piadosa, sino la simulación esquizofrénica.
La estrategia de la doctora Claudia Sheinbaum para eludir la responsabilidad de presentar cuentas claras ha sido elegir el camino más grotesco: el culpar a fuerzas externas, a una conspiración subterránea para atacar deliberadamente las políticas de la Cuarta Transformación.
Pero no nos engañemos, detrás de esto hay un cálculo político, en estos términos, París bien vale una misa, la presidencia de la República bien vale la Ciudad de México. Porque Morena no va a actuar en consecuencia: no habrá más inversión para el Metro, ni un plan de movilidad nuevo que comporte la modernización de las vías o los trenes: no hay ni tiempo ni dinero. Y en esta encrucijada lo mejor, es conjurar a los fantasmas de la conspiración. No pueden hacer nada por el Metro, pero sí pueden poner militares, porque hay. Es una cuestión de pragmatismo.
Hay algo, sin embargo, que no cuadra con la estrategia de simulación emprendida por la facción de Morena en la Ciudad de México: la respuesta de los usuarios del metro. Las declaraciones victimistas de las autoridades, los golpes de pecho públicos, el dedo flamígero acusador extendido y las vociferaciones de sabotaje han dejado indiferentes a todos los millones de personas que usan cotidianamente el metro. Por eso el trabajo de la policía y de la Guardia Nacional para vigilar y perseguir; para castigar a los anónimos saboteadores de la red de transporte metropolitana es inútil. No existen esos saboteadores y la gente lo sabe. No hay un plan conspiratorio que atente contra el funcionamiento cotidiano del Metro; y aunque lo hubiera, ese no sería el problema.
Situémonos, durante un instante, en la ficción que nos propone la doctora Sheinbaum y su camarilla. Convengamos que existe un grupo de saboteadores que, sistemáticamente atacan el funcionamiento de las vías y los trenes. Una fauna sublunar que, en las madrugadas, con antifaces y pasamontañas, ataca las vías del tren y los trenes, como luditas contemporáneos mientras sonríen maquiavélicamente por haber afectado los grandes logros de la Cuarta Transformación. Aun así, con estos conspiradores en nuestra ecuación, el problema del Metro seguiría existiendo. El mal funcionamiento, el desgaste, la falta de inversión, de reparación, de vigilancia no se explican desde la narrativa conspiranoica de nuestras autoridades
No hay sabotajes, no hay conspiraciones. Solo hay cálculo político. A Morena no le importa, como a ninguna de nuestras autoridades políticas, el mejoramiento de la vida de las personas: la creación de infraestructura pública para hacer más digna la vida de las ciudades. No es eso lo que se persigue; se persigue continuar el poder. Pero la buena noticia de todo esto es que nos estamos desengañando paulatinamente.
Ni los unos ni los otros.
Esta es la terrible paradoja; si queremos un transporte público de calidad, acompañado, claro, por el aumento del nivel de vida de las mayorías, la mejora del salario en general y por la distribución más justa de la riqueza, no basta con votar por la alianza opositora o por Morena: es necesaria la construcción de un sistema económico diferente.
Construid el socialismo y lo demás llegará por añadidura.
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