El sistema educativo en México se encuentra en una encrucijada histórica. Durante décadas, ha enfrentado desafíos que van desde la falta de recursos y la inadecuada infraestructura hasta las profundas desigualdades sociales que se reflejan en las aulas. Como si esto fuera poco, el mal llamado segundo piso de la 4T, encabezado por la virtual presidenta Claudia Sheinbaum, ha decidido colocar al frente de esta importante tarea a quien fuera el dirigente de Morena desde noviembre de 2020, Mario Delgado, un político sin capacidades ni formación para dirigir la educación de nuestro país.
En México, la educación ha sido moldeada por las relaciones de poder y las condiciones materiales predominantes en diferentes momentos históricos. Desde la época colonial, cuando la educación estaba reservada para las élites, hasta la actual etapa neoliberal, el acceso y la calidad de la educación han estado ligados a la clase social y al poder económico.
No podemos seguir viendo a la educación como una simple herramienta para la inserción laboral; debe ser entendida como un medio para la emancipación social, el desarrollo integral del ser humano y la construcción de una sociedad más justa.
Hoy en día, la brecha entre la educación pública y privada es un reflejo directo de las desigualdades socioeconómicas en México.
Las escuelas públicas, que atienden a la mayoría de la población, carecen de los recursos necesarios para ofrecer una educación de calidad. Aulas sobrepobladas, falta de materiales didácticos, maestros mal remunerados y una infraestructura en decadencia son problemas recurrentes en nuestro sistema educativo.
Este panorama no es casual, sino resultado de un sistema económico que prioriza el lucro sobre el bienestar social y la equidad.
La educación, vista como un bien de consumo, ha dejado de ser un derecho universal en la práctica. Las reformas educativas impulsadas en las últimas décadas, en lugar de abordar las necesidades estructurales del sistema, han profundizado la mercantilización de la educación, dejando a las comunidades más vulnerables a la deriva.
Sin un sistema educativo robusto que garantice igualdad de oportunidades para todos, la movilidad social se convierte en una quimera, perpetuando así las condiciones de pobreza y marginación.
Es en este contexto que se hace urgente un replanteamiento de la educación en México. No podemos seguir viendo a la educación como una simple herramienta para la inserción laboral; debe ser entendida como un medio para la emancipación social, el desarrollo integral del ser humano y la construcción de una sociedad más justa.
Esto requiere no sólo una mayor inversión en educación, sino también una revalorización de los maestros, quienes son los pilares de cualquier sistema educativo.
Asimismo, es fundamental que los jóvenes asuman un rol protagónico en esta lucha. La historia nos enseña que los grandes cambios sociales no se han dado por concesiones de las élites, sino por la presión de los sectores más afectados.
Los estudiantes, como futuros ciudadanos y líderes, tienen la responsabilidad de exigir una educación de calidad que no solo los forme como profesionales, sino como individuos críticos y comprometidos con la transformación de su realidad.
En conclusión, México necesita con urgencia un sistema educativo que esté a la altura de los desafíos del siglo XXI, uno que cierre las brechas de desigualdad y forme ciudadanos conscientes y activos.
Para lograrlo, es imprescindible un enfoque que tome en cuenta las condiciones materiales y las luchas históricas que han moldeado nuestro presente. Esto no lo hará Mario Delgado; lo debemos hacer nosotros, los jóvenes antorchistas.
Sólo así podremos construir un futuro en el que la educación sea verdaderamente un derecho para todos y no un privilegio para unos pocos. Jóvenes de México, la historia está en nuestras manos: exijamos la educación que merecemos.
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