MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La noche triste o la noche victoriosa

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A la sombra de un granado pueden suceder muchas cosas, tal vez inolvidables, para las personas. Por ejemplo, bajo su sombra rojiza y primaveral podría haber ocurrido la caricia primera del amor o la confidencia de alguna pena que atormentara el alma. A la sombra de un granado pudiéramos sentarnos para contemplar el majestuoso tránsito del universo en su expansión infinita de pléyades titánicas, o admirar la dolorosa procesión humana ascendiendo vehementemente por los ásperos y duros riscos de su destino. A la sombra de un granado tal vez podríamos encontrar la tranquilidad de un descanso otoñal, o el sobresalto de una repentina contienda bélica en cualquier época del año. O en fin, escuchar los ensueños de un amistoso contador de historias orientales. 

Pues así, en una novela con ese título: “A la sombra de un granado”, reunidos espiritualmente en torno a ese tutelar árbol arábigo, el escritor pakistaní, Tariq Ali, nos cuenta una historia ocurrida en la época postrimera de la España Musulmana, narra la tragedia de la familia de Umar bin Abdallah, un buen señor perteneciente a la nobleza árabe que ve derrumbarse toda la grandeza cultural edificada durante siglos sobre la tierra Ibérica. Hasta su sobria mansión, circundada por un apacible patio con huertos y corrientes cristalinas, irrumpe la guerra de exterminio contra su raza; el perfumado jardín se tiñe de rojo pero no por las flores caídas del granado, sino por la sangre musulmana derramada. 

El pequeño hijo de Umar, convirtiéndose en hombre en tan solo unas horas, se levanta sobre su dolor infantil y dirigiéndose al capitán español que ha masacrado a su familia, siguiendo el ejemplo del padre se muestra generoso con el feroz cristiano, aunque sea su adversario, pero aquel interpretando la desenvoltura infantil como una afrenta termina con la vida del infante; la reacción y conducta del capitán español es tanto más sorprendente cuanto que es también casi un niño pues no tendría más de dieciséis años, era grueso de complexión, bajo de estatura y pelirrojo. Veinte años después, según este relato, el mencionado capitán adolescente, ya en su pleno esplendor, considerado uno de los más experimentados jefes militares del reino católico de España, arribaba para cumplir un presagio funesto a la gran Tenochtitlan, tal era el Capitán Hernán Cortés.   

Pero alejándonos un poco de la historia novelada, encontramos otras fuentes que nos hablan del Cortés adolescente, regresando a casa de sus padres después de haber abandonado sus estudios en la Universidad de Salamanca donde se destacó por su vida disipada plagada de riñas amorosas. El hábito que portaban los estudiantes de su tiempo no era de su agrado, él aspiraba a portar el uniforme militar. Con la contrariedad del padre y enojo de la madre, consigue le permitan seguir el camino de las armas, ya que el de las letras y el de la iglesia que eran los otros dos caminos que se abrían en aquella época para labrarse un futuro, no los consideraba dignos de un español de sangre pura. Resuelto se dirige a alistarse en “los tercios del  rey”, que por aquellos días eran la fama y la gloria española, cuyos victoriosos estandartes ondeaban sobre las campiñas itálicas, al mando del insigne capitán Gonzalo Fernández de Córdoba.  

En contraste con el sanguinario capitán adolescente que nos pinta en su novela Tariq Ali, éste Cortés prófugo de la Universidad de Salamanca, ya desarrollado de cuerpo, pero aún imberbe, resulta un desencanto para él mismo en sus aspiraciones militares; el acta oficial, suscrita en la sala de armas del ayuntamiento de Valladolid, oficina de reclutamiento, para seleccionar a los voluntarios para los “Viejos Tercios”, dice: “Hernán Cortés Pizarro”, oriundo de Medellín. Hijo de Martín Cortés y Catalina Pizarro. Valor: se le supone. Presencia: Aceptable. Capacitación: Ninguna.” Y con estas parcas razones el muchacho que desde su tierna infancia se emocionaba al oír contar las historias épicas con que se traían a la memoria los hechos de armas acaecidos entre moros y españoles, que se entusiasmaba con las noticias que llegaban surcando el Mediterráneo y que hablaban de las hazañas de Fernández de Córdoba y los “Viejos Tercios”, quedaba excluido de la vida militar.   

Personajes históricos como Hernán Cortés, siempre son y serán objeto de polémica, sus biografías no serán simples ni lineales, sino contradictorias y plagadas de luces y sombras. ¿Fue un simple carnicero, de apetito voraz por el oro y las mujeres? O fue un empresario nato y con clara visión del futuro. ¿Fue un destructor abominable o un constructor admirable?, ¿fue un gris arribista o fue un político audaz?, pues sea lo que fuere, si durante su adolescencia no era apto para la carrera de las armas en el año de 1519 lo vemos ya dirigiendo una campaña militar exitosa que lo llevaría a conquistar el gran imperio Azteca, para lo cual tuvo que enfrentarse contra sus mismos compatriotas dentro de las propias filas de su ejército, como contra los que fueran enviados desde Cuba para aprehenderlo acusado de insubordinación. 

La historia es muy conocida, tras de hacer la guerra, recibir regalos y establecer alianzas, llega hasta la gran Tenochtitlan. Somete al emperador Moctezuma a una especie de prisión domiciliaria obligándolo a vivir en el cuartel español habilitado en el mismísimo centro de Tenochtitlan. Vuelve sobre sus pasos para hacer frente a la expedición enviada contra él por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez. Cortés al frente de pocos hombres derrota a un ejército numéricamente superior que comanda Pánfilo de Narváez y puesto que son sus propios compañeros y antiguos conocidos, los invita a unírsele y regresa con un ejército más numeroso a la capital Mexica, donde encuentra sublevados a quienes había dejado pacificados. Cortés al percibir la superioridad numérica y sobre todo la firme decisión del pueblo mexica a no dejarse someter, les propone la paz, pero sus propuestas son varias veces rechazadas no solo de palabra sino también de hecho, pues los aztecas no dan un solo día de tregua y sus asaltos al cuartel español son cada vez más furiosos. 

Ante la creciente belicosidad de los aztecas, Cortés y sus aliados organizan una retirada forzosa aprovechando la oscuridad y entonces entre el 30 de junio y 1 de julio de 1520, se da lo que los historiadores registraron como “la noche triste”, noche en que el gran capitán don Hernán Cortés lloró bajo la fúnebre sombra nocturna de un ahuehuete encontrado por el camino de Tacuba. Y se dice que Cortés el intrépido conquistador lloró como lloran los varones esforzados, debido a la gran pérdida de hombres que entre españoles y aliados sumaron no menos de dos mil combatientes.

Se dice también, que cada época histórica produce a los hombres que necesita y Cortés fue eso, un hombre necesario para su época; su época se llamó “El Renacimiento”, porque durante ella renació el espíritu del mundo antiguo, el pensamiento de la antigüedad griega y latina que había sido enterrado por el oscurantismo de la edad media. Desde el punto de vista de la economía política esa época fue la transición entre el feudalismo y el capitalismo.  Cortés nació en cuna de hidalgo no muy acomodado, siete u ocho años después del descubrimiento de América, en Medellín, lugar que fue a través de su historia una plaza ocupada por romanos, visigodos y árabes respectivamente.  

En 1492 gracias a la audacia de Colón, otro hombre del renacimiento, se agranda el mundo y se crean las condiciones para la expansión del mercado; en ese mismo año los moros son expulsados de España por la espada de “Los Reyes Católicos” Fernando e Isabel y unificada España, se enfila hacia lo que llegó a ser el Imperio Español o La Monarquía Universal Española, donde el “sol nunca se ponía”. Hernán Cortés y su primo Francisco Pizarro, quien también llegó a ser conquistador en este caso del “Gran Imperio Inca”, nacieron y se desarrollaron en un caldo de cultivo social en el que la audacia y la temeridad jugaban un papel decisivo, pero también lo jugaban las rescatadas letras de la antigüedad; Colón tuvo que documentarse para lograr su hazaña de encontrar la otra mitad de la esfera terráquea y Cortés pese a su desprecio por la vida estudiantil, tuvo que haber leído por lo menos “La guerra de las Galias”, de Julio César, de donde probablemente se inspiró para actuar como lo hizo al llegar a nuestras tierra; sus “Cartas de relación”, demuestran que no era un iletrado. 

Engels dice que los hombres del renacimiento eran hombres completos, lo mismo combatían con la espada que con la pluma, un mismo individuo contaba en su personalidad con muchas cualidades, los hombres del renacimiento eran de todo, pero no eran los seres limitados que hoy vemos en las personas de los burgueses y pequeñoburgueses. Y ahora resulta que algunos de estos pequeños seres, revolucionarios de café, que se han acercado al conocimiento de la historia desde la rigidez inofensiva de un pupitre, pretenden cambiar la historia escrita hasta nuestros días. 

“La noche triste”, querámoslo o no, fue la noche triste, tanto para Cortés y los suyos, como para los antiguos mexicanos; se sabe, por ejemplo, que, entre los miles de muertos, fueron hallados los cadáveres de algunos descendientes de Moctezuma, que iban en calidad de rehenes y al ser descubiertos ya sin vida, fueron bañados por lágrimas aztecas. Y se sabe también que en su fuga las huestes cortesanas iban dando batalla y muerte a sus infatigables perseguidores. Al concluir la persecución es poco probable que los aztecas celebraran una victoria, ellos eran guerreros experimentados, no eran unos ingenuos y sabían que el enemigo no estaba acabado. Cortés perdió una batalla aquella noche, pero las propias leyes de la historia le tenían reservado el triunfo en aquella guerra, que era objetivamente, el choque de dos mundos con desarrollo desigual. 

Al día siguiente de aquella noche, el aciago destino de los aztecas quedó bien claro. Cerca de Otumba, los bravos perseguidores de Cortés le salieron al paso. Los restos de un ejército exhausto y desmoralizado se hallaron frente a un gran número de guerreros animosos y amenazantes; dio inicio la batalla cuerpo a cuerpo, Cortés mirando desde lejos el imponente penacho del líder Azteca, galopa hasta él y en choque mortal lo derriba, segundos después uno de sus capitanes le pone en las manos el magnífico penacho cual si fuera un trofeo de guerra.  Al ver a su líder caído y la insignia militar en manos del español, en las huestes mexicas cunde el desánimo y se retiran del campo de batalla dejando libre el paso a sus enemigos, aunque no sin antes haber abatido a varios de ellos que derribados mordían la tierra ensangrentada; a pesar de ello, Hernán Cortés hace su arribo a Tlaxcala, no derrotado, sino más bien victorioso. Un año después tras una heroica resistencia, cae la gran Tenochtitlan, en poder de Cortés y sus aliados. 

Y así, también después de una gran resistencia heroica, el nuevo pueblo mexicano, ha ido forjando una nueva nación, creada con un torrente de sangre europea, americana y hasta asiática y africana. Hoy no es el momento de sentarnos a rumiar antiguos agravios, hoy es momento de ponernos de pie sobre nuestro glorioso pasado, para construir el presente de una prospera nación. Pretender cambiar el curso de la historia, cambiando solo el nombre de los capítulos en un libro, es por lo menos una ingenuidad. Un gobierno que se precie de ser del pueblo y para el pueblo, debe preocuparse del contenido y no únicamente de la forma, apartándose de la demagogia debe dar pasos en concreto en el terreno de los hechos, para escribir, entonces sí, sobre el conocimiento y la transformación de nuestra realidad, la nueva historia de México. 

Por lo pronto, no olvidemos los buenos ejemplos de nuestros esforzados abuelos y, hagamos votos porque el brío del caballo español y el espíritu del águila legendaria, nazcan y se desarrollen en el corazón de los nuevos hijos de la nación mexicana. 

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