Cierto grupo de columnistas de oficio, líderes de opinión y simpatizantes del gobierno actual han elevado al presidente Andrés Manuel López Obrador a la categoría de estadista de talla mundial, por sus discursos y “propuestas” en las cumbres de mandatarios latinoamericanos, por su participación en la tribuna del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas y, en estos últimos días, por la reunión trilateral con sus homólogos de Estados Unidos y Canadá, Joe Biden y Justin Trudeau. Desde esa visión, que ensalza las supuestas virtudes del mandatario, sus discursos han sido piezas oratorias excelsas, pues ha tocado temas nodales como la injerencia estadounidense en la política de América Latina y la desigualdad en el mundo, y ha defendido posiciones progresistas, de vanguardia, con una valentía jamás vista en los presidentes mexicanos de las últimas décadas.
Sin embargo, las cosas están así. No dudo que para algunos personajes y para cierto sector de la población, los discursos de López Obrador deban ubicarse en cuanto a su calidad junto a los de Ángela Merkel o los de Vladimir Putin, algo que definitivamente no comparto, aunque lo entiendo, porque calificar a los oradores puede ser una labor un tanto subjetiva, que depende de quién escucha la pieza oratoria y de qué tanto ésta coincide con sus intereses y su visión acerca de la realidad. Pero lo que sencillamente me parece un disparate es decir que las propuestas de nuestro mandatario no tienen parangón en la historia o que descubrieron el “hilo negro” de la política mundial, y menos que estén guiadas en el mejor espíritu de la izquierda progresista.
Veamos. En la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), celebrada en nuestro país en septiembre pasado, la propuesta medular de López Obrador fue la de impulsar un gran acuerdo comercial de los países miembros de este organismo con Estados Unidos y Canadá, para formar una especie de muro de contención contra la penetración económica de China en la región. Quién diría que un militante de izquierda de toda la vida estaría proponiendo, frente a los representantes de la castigada América Latina, que se unieran al amo imperial para frenar el avance chino; dicho sea de paso, el gigante asiático se ha mostrado más solidario con los países pobres de este continente que las mismas potencias norteamericanas.
Con respecto a la participación del presidente en el Consejo de Seguridad de la ONU, hace unas semanas, lo menos que podemos decir de sus propuestas es que son ingenuas y que ese no era el foro adecuado. De acuerdo con los medios de comunicación, a la propuesta mexicana de crear un plan mundial de fraternidad y bienestar, el representante de Rusia, Vasily Nebenzya, dijo que “ni la Comisión de Consolidación de la Paz ni el Consejo de Seguridad disponen de las herramientas para facilitar la formación de modelos económicos sostenibles e independientes”, posición secundada por el embajador Zhang Jun, representante de China ante las Naciones Unidas, quien comentó que para promover y garantizar la igualdad social se necesitan arreglos institucionales firmes en el proceso de la reconstrucción. En pocas palabras, ese no era el lugar indicado.
Así pues, lo único claro es que López Obrador ha salido al mundo a demostrar sus supuestas cualidades oratorias, pero nada más, dicho de otra manera, al frente de este país no tenemos a un estadista.
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