Este trabajo, escasos y pacientes lectores, lo realicé en las últimas horas del último día del ya casi extinto 2022, cuandoa más de uno metido y sumamente atareado, en el ambiente y los preparativos de la esperada y tradicional festividad familiar de fin de año; por lo que no creo que la lectura haya sido, en ese momento, una prioridad. A otros, que quizá serán por una mayoría, los encontrará el mensaje tal vez melancólicos, esperando el nuevo lustro, soportando y sufriendo hasta el último segundo su común y cotidiana vida doméstica y trabajadora, sólo que, agravada ahora por las promesas aquellas de bienestar social, que nomás no llegaron. Y como la nostalgia tampoco es proclive a la lectura, el mensaje pues, quedará para otro momento.
Entendiendo entonces que, lo que yo diga aquí hoy será leído post festum casi por la mayoría, me referiré pues al 2022 como el año pasado, y al 2023 que comienza, como el año actual.
Siempre he creído fácil, seguro y barato desear felicidad al infeliz o prosperidad al que no fue próspero, desear salud al enfermo y larga vida al anciano; pero, ¿qué acaso no fue eso mismo lo que deseamos el año pasado, y el pasado y el pasado? Por eso yo considero que, desear sólo un ¡feliz año! así, sin más, no dejará nunca de ser una simple frase ocasional de moda, o un escueto formulismo social con el que salimos al paso en esta época. Fue por eso entonces que mis mejores deseos, aquellos que salieron de lo más profundo de mi insignificante humanidad y capacidad intelectual, no se limitaron nunca a una ocasión ni formulismo social alguno. Con cada una de las críticas sociales que formulé en mis artículos semanales desee siempre, así lo confieso ahora, la felicidad y la prosperidad que nos negó y nos niegan las clases políticas y económicas dominantes, para todos y todas las familias de los trabajadores del mundo entero.
Hoy, aseguro que terminé pues el año como empecé hace nueve; embozado y animoso en mi trinchera de batalla de las ideas, en la búsqueda de un mundo mejor y más justo para todos los seres de buena voluntad. Deseo que este año que recién comienza, nos encuentre a los pobres y necesitados más unidos que antes, solidarios y mejor organizados, para exigir a los que nos lo niegan todo, todo aquello por lo que luchamos sin descanso a diario para nuestros hijos. Que nadie goce pues de lo superfluo, mientras haya en el mundo quien no dispone ni de lo indispensable para vivir.
En Colima, dos estigmas nos marcaron en los dos años recientes pasados: la pandemia y la violencia; y un solo fatídico resultado: la muerte. Y, sería ingenuo esperar que con un simple y ferviente deseo de fin de año, cambie nuestro fatal destino. La experiencia, que todo lo descubre a su debido tiempo, nos dice a gritos que ya es hora de que el pueblo hable fuerte y actúe; pero hoy la organización y solidaridad serán, más que nunca, indispensables.
Comencemos por las muertes por pandemia. El 12 de diciembre pasado, un medio local lo dijo así en su primera plana: “Van 3 mil 147 fallecimientos por coronavirus en Colima”. La nota informó que los datos los obtuvo del documento llamado “Exceso de mortalidad por todas las causas durante la emergencia por Covid-19, México 2020-2022”, elaborado por la Secretaría de Salud del Gobierno Federal.
El documento refiere, que para el periodo analizado se esperaban 14 mil 582 fallecimientos por todas las causas; sin embargo, en realidad se presentaron 18 mil 329 muertes entre 2020 y 2022. Es decir, un exceso de 3 mil 747 decesos, un 25.7 por ciento más, de lo esperado por las autoridades sanitarias; este exceso de mortalidad fue identificado con muertes asociadas con el Covid-19, hasta el día 10 de marzo de 2022. Y algo relevante que conviene señalar aquí, es, que el documento oficial precisa, que la cifra ya señalada de muertes por pandemia, representa 701 fallecimientos más, que los 2 mil 446 reconocidos por las autoridades de salud local, hasta el 24 de octubre pasado, a través de sus comunicados oficiales. ¿Qué pasó aquí? ¿Por qué esconder las verdaderas cifras de nuestro pésimo sistema de salud estatal? Ya con esto, ¿es válido desear felicidad y bienestar a las víctimas directas e indirectas, del exceso de mortalidad producido por la pandemia? Pero, además, ¿qué decir de la pobreza, desolación y tristeza, que dejó esta estela de muerte por casi todo el Estado?
Y ahora, las muertes y sus consecuencias del estigma del año que recién terminó. Aquí, se dice, que las cifras de muerte violenta no tienen comparación alguna en la historia del Estado. La revista nacional Proceso lo dijo así en una nota del 16 de diciembre pasado: “Del 1 al 15 de diciembre se registraron 848 asesinatos en Colima, con lo que 2022 se convirtió en el año más violento desde que se tiene registro en la entidad”. Los datos los dio a conocer el Vocero de la Mesa de Coordinación Estatal para la Construcción de la Paz y la Seguridad, Francisco Javier Almazán Torres; y el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), precisó que, en esta materia, el 2022 superó al año 2017, cuando ocurrieron un total de 817 homicidios.
Y aquí, ningún gobierno municipal escapa a su responsabilidad. La nota que refiero dice que, del total de homicidio del 2022, el 64.85% (550), se cometieron en la zona conurbada de la capital, que incluye a Colima y Villa de Álvarez; el 19.80% (167), en Manzanillo; el 3.18% (27) en Comala; el 3.06% (26), en Coquimatlán; el 2.83% (24) en Armería; 2.59% (22) en Tecomán; y el resto en los demás municipios.
Además, como ya referí en un artículo anterior, también sufrimos en el año que recién terminó, 645 desapariciones forzadas; 102 homicidios violentos de mujeres; y la desagradable noticia de los 110 cuerpos localizados en 100 fosas clandestinas encontradas. Sin embargo, las autoridades no paran prodigarnos buenos deseos. Y tal como en la antigua Roma: a falta de buen gobierno, Pan y Circo para el pueblo. La insolencia de ahora tampoco tiene comparación.
Pero ya dije, el pueblo trabaja por su emancipación; lento, pero trabaja. Y por ahora, diré aquí como dijo Luis G. Urbina en su poema "Los Sembradores":
Está bien; el reposo del sembrador es justo
después de la fatiga; que el ademán augusto
con que a la tierra arroja, serenamente, el grano,
es bello; mas, a veces, llega a cansar la mano.
Está bien; un instante de calma reflexiva,
no de abandono inútil ni de pereza altiva.
Que no nos cance la lucha, ni desmayemos a mitad del tortuoso camino. Nunca, que lo recuerde la historia, hay mal que dure para siempre. Y nos veremos, como siempre en la batalla. Hasta pronto.
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