En días estoy leyendo con preocupación diversas noticias que muestran lo que para mí es una de las caras más tristes de esta crisis: su impacto en las oportunidades de los más jóvenes.
Recordemos el impacto de la crisis financiera de 2007-08, y desgraciadamente vuelve a ser uno de los sectores más afectados a la vista de los datos más recientes disponibles. Sí, históricamente los hijos solían vivir mejor que los padres.
Entonces, no hay más que ver el dato reciente de la tasa de desempleo o paro para constatar la cruda realidad. Mientras que del primer al tercer trimestre de 2020 la tasa de paro ha aumentado 1.85 puntos (hasta el 16,3%), en las personas de menos de 25 años el aumento ha sido de 7.5 puntos, hasta alcanzar el 40.5%.
O visto de otra manera: mientras que del primer al tercer trimestre de 2020 el número de ocupados ha caído un 2.6% (cifra que hay que interpretar con cuidado por los trabajadores contabilizados como empleados), en las personas hasta 25 años la caída casi se triplica hasta el 7.2%. Si ampliamos el foco de los jóvenes hasta los 30 años, concentran el 38% del empleo perdido en este periodo.
Si históricamente los hijos solían vivir mejor que los padres, esta regularidad se puede evaporar si el ascensor social solo va en picad
Este mayor aumento del desempleo en los jóvenes tiene mucho que ver con la precariedad en el mercado de trabajo que se manifiesta en forma de contratos temporales que se van encadenando y con salarios reducidos. Ya antes de la pandemia, el 53.2% de los jóvenes entre 16 y 29 años tenía un trabajo temporal, frente al 20% del resto de edades. Y tras la covid-19, el porcentaje sigue subiendo, algo que no ocurre en el resto de edades.
El problema continúa cuando tenemos en cuenta el porcentaje de jóvenes ocupados pero subempleados; es decir, que trabajan menos horas. Ese porcentaje ya era en los jóvenes hasta 25 años el doble que en el resto de edades y tras la pandemia ha aumentado, mientras que en las personas de más edad ha aumentado menos.
Se pueden ustedes imaginar que si antes de la aparición de la covid-19 la tasa de riesgo de pobreza de los menores de 29 años, por encima de la media de la población mexicana con los datos manejados de empleo/paro de los jóvenes la situación debe haber empeorado por la sencilla razón de que no tener empleo es la principal fuente de desigualdad.
No hace falta aportar más cifras para constatar la importancia que tiene instrumentar medidas que pongan el punto de mira en los jóvenes. Por ello, se ve la necesidad de restructurar las reformas, los apoyos (casi nulos) para los jóvenes, becas educativas, tecnológicas, deportivas, intercambios a otros países, para que al término de sus estudios tengan oportunidades laborales dignas para poder sostener un empleo, y nos solo eso, tener oportunidad de pensionarse o una jubilación. O en el peor de los escenarios, mantenerse laborando por un tiempo y que los empleos temporales o a medio tiempo sean para estudiantes.
Pero puestos a afinar más en las reformas, pongamos especial sensibilidad en los jóvenes, ya que si bien son los menos afectados por la covid-19 desde el punto de vista sanitario, son los que más están sufriendo sus efectos económicos.
Incorporarse a la lucha social es también para los jóvenes la mejor alternativa que pueden y deben darse: tienen que conquistarse un lugar en la historia. Nadie lo hará sino ellos mismos. Y eso sólo lo pueden hacer organizados. O se hunden o se levantan valientes.
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