Los mexicanos padecemos las consecuencias del calentamiento global con el aumento de sequías e inundaciones, el fenómeno de “El Niño” y las temperaturas récord jamás registradas, con calor insoportable agravado por la escasez de agua potable, ya que está privatizada, acaparada en unas cuantas manos y, por tanto, sólo accesible a quien la pueda pagar.
Estas tragedias tienen su base económica en el modo de producción capitalista y en sus brazos ejecutores, los gobierno federal, estatal y municipal, sean del partido político que sea, pues todos son iguales y sólo sirven al interés empresarial de obtener la máxima ganancia para unos cuantos ricos. Ningún nivel de gobierno se coordina para realizar obra pública que recargue los cuerpos de agua con lluvia controlada, menos ejecutan trabajos para el tratamiento de aguas residuales.
Aquí, cabe preguntarnos: ¿México necesita más del Tren Maya que de la construcción de infraestructura hidráulica en grandes presas o perforación de pozos profundos, en rebombeo y líneas de conducción? ¿Por qué permitimos que se despilfarren nuestros impuestos en obras inútiles como ésta, o el Aeropuerto de Santa Lucía y la refinería de Dos Bocas? ¿Por qué toleramos que nos burlen con la campaña anticipada e ilegal de las corcholatas de Morena, que aspiran a la silla presidencial, colmándonos hasta la náusea de propaganda en noticieros, pinta de bardas, espectaculares y todo tipo de publicidad carísima, pagada con recursos públicos?
La construcción del Tren Maya, capricho de Andrés Manuel López Obrador, destruye la selva en la península de Yucatán y agrava el cambio climático, sólo para favorecer al turismo extranjero, a dueños de grandes hoteles y de centros recreativos. Este capitalismo mexicano y sus inseparables gobiernos capitalistas, sean éstos del nivel federal, estatal o municipal, destruyen todos los recursos naturales, mismos que son la madre de la riqueza social, y también arruinan a su padre, los trabajadores, que materializan esa riqueza con sus manos, bajo jornadas laborales espantosas y con de salarios de hambre.
A este infierno político se suma otro, también político: la violencia desatada como nunca, y que tiene sus orígenes fuertemente enraizados en la injusta distribución de la riqueza. Para muestra, todo el país, con más de 150 mil asesinados en lo que va del sexenio, y un caso más: Taxco, Guerrero. Allí sólo hay miedo, negocios cerrados y comerciantes que huyen; mientras el presidente López Obrador celebraba en el Zócalo de la CDMX el quinto año de lo que ha llamado “el triunfo del pueblo”, allá, la noche caía y cerraban en cascada tortillerías, pollerías, carnicerías, ferreterías. El 29 de junio dos personas cayeron bajo las balas y otras cuatro resultaron heridas, en medio de una explosión de pánico, comenzó el cierre masivo de negocios, “lo atribuyeron al asfixiante hostigamiento de “La familia michoacana”, que es dueña del municipio, cuyas células aprietan a los comerciantes hasta extenuarse con el aumento de cuotas relativas al derecho de piso” (Periódico El Universal, 3 julio 2023). Semanas atrás, el edificio del ayuntamiento fue desalojado por la existencia de 4 granadas, luego 8 policías municipales fueron privados de su libertad, mismos que aparecieron varios días después, atados de manos y torturados.
También el clima de inseguridad en todo el país ha alcanzado niveles que nadie había vivido. Entonces, ¿es un “triunfo del pueblo” vivir en un infierno político por falta de obra pública de los tres niveles de gobierno, con violencia desbordada, sin programas de apoyo a la producción en el campo, sin inversión en salud ni en educación pública, sin becas y, por tanto, con grave rezago en ciencia y tecnológía? Luchemos unidos para que perezca el capitalismo, sistema ya de por sí en caída libre y cuyo aterrizaje no nos debemos perder, pues implica la construcción gloriosa de otro modo de producción, el socialista, más justo y más equitativo para todos los trabajadores. Sea.
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