MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Proletarias y oprimidas: doble yugo de mujeres pobres en México

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En el turbulento panorama social de México, donde la violencia de género ha alcanzado niveles alarmantes, es imperativo que ampliemos nuestra perspectiva más allá de las manifestaciones en las calles. El problema no es sólo de género; es, fundamentalmente, una cuestión de clase.

La emancipación de la mujer proletaria no será obra de las mujeres de todas las clases, sino del esfuerzo conjunto de todo el proletariado. Esta afirmación, lejos de ser una provocación, es una realidad que muchos movimientos feministas actuales parecen haber olvidado.

No podemos sectorizarnos o vernos como grupos aislados en la lucha feminista; el problema no es solo de género, es fundamentalmente de clase.

A lo largo de los años, hemos sido testigos de cómo se agudizan fenómenos sociales devastadores: feminicidios, violencia doméstica, violaciones, secuestros y desapariciones. Las calles se llenan de mujeres que, con justa razón, protestan contra estos actos terroríficos. Algunas líderes feministas, hartas de las agresiones físicas y psicológicas, han llegado al punto de ver al género masculino como un enemigo a destruir.

Es innegable que, en su mayoría, son los hombres quienes cometen estos actos contra las mujeres. Las estadísticas lo confirman, y nadie lo discute. Sin embargo, en medio de esta lucha necesaria, se nos olvida un factor crucial: el problema no es solo de género, sino también de clase.

Las mujeres, indudablemente, enfrentan problemas particulares por su condición de género. Pero incluso dentro de estas problemáticas, existe una diferencia abismal entre la realidad de las mujeres pobres y la de las mujeres de clase alta. Los problemas de género no pueden verse aislados de la lucha de clases.

Las cifras son esclarecedoras y, al mismo tiempo, desgarradoras. Según el Inegi, en México, durante 2023, se registraron 831 feminicidios. De estos, el 97 % fueron perpetrados contra mujeres de escasos recursos. 

Más alarmante aún, de las 80 mil violaciones reportadas, el 93 % afectó nuevamente a mujeres en situación de pobreza. Esto significa que, cada día, 198 mujeres pobres son violadas en nuestro país, abarcando un espectro que va desde niñas hasta mujeres de la tercera edad.

Estos datos nos obligan a reconocer que, si bien el problema de género existe y es grave, quienes lo sufren de manera más aguda y sistemática son las mujeres pobres. La violencia física y psicológica, la doble jornada laboral, la explotación económica, todo ello se intensifica en los estratos sociales más bajos.

Esta realidad nos lleva a una conclusión ineludible: no podemos sectorizarnos o vernos como grupos aislados en la lucha feminista. El problema no es sólo de género, es fundamentalmente de clase. Por ello, las mujeres proletarias deben unirse para lograr su emancipación completa, tomando como bandera la lucha de clases.

El objetivo debe ser claro: tomar el poder político de manera conjunta, no para reemplazar un sistema opresivo por otro, sino para generar cambios estructurales. Necesitamos crear empleos dignos para todos, con salarios justamente remunerados. Urge una redistribución equitativa de la riqueza que permita hacer frente a las desigualdades abismales que caracterizan a nuestro país.

Por eso, hago un llamado ardiente a la mujer proletaria, la más pobre entre los pobres: ¡Acude a la lucha! No sólo para liberarte a ti misma, sino para liberar a toda la humanidad del yugo del dominio capitalista.

La verdadera revolución feminista en México no será sólo contra el machismo, sino contra un sistema económico que ha condenado a millones de mujeres a una vida de vulnerabilidad y violencia.

Es tiempo de que nuestro feminismo sea verdaderamente interseccional, reconociendo que la opresión de género y la explotación de clase son dos caras de la misma moneda. Sólo así podremos construir un México donde todas las mujeres, independientemente de su situación económica, puedan vivir libres de violencia y con plenas oportunidades de desarrollo.

La lucha continúa, y debe ser una lucha unida. Porque en México, ser mujer no debería ser sinónimo de ser víctima, y ser pobre no debería significar estar condenada a la violencia y la explotación.

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