Aunque teóricamente México es una nación soberana e independiente desde hace más de 200 años, actualmente es un país subdesarrollado en el marco del capitalismo global, lo que lo convierte, en los hechos, en parte del grupo de países dependientes y expoliados del imperialismo mundial. Esto agrava, los ya de por sí, males del modo de producción capitalista: crecimiento de la desigualdad social, el desempleo, los bajos salarios, la inseguridad y el mal gobierno. Y mientras esta circunstancia subsista, es decir, mientras no exista una modificación en el modelo económico, en la forma en cómo se produce y se distribuye la riqueza nacional, no será posible que México obtenga su verdadera independencia y que los mexicanos alcancemos una vida mejor.
Para comprender mejor la posición de México en el tablero geopolítico mundial, es imprescindible comprender el concepto de imperialismo, como fase superior del modo de producción capitalista, cuya precisión conceptual fue desarrollada principalmente por Lenin (el gran revolucionario que llevó al poder a los obreros y campesinos en Rusia) quien señaló que esta fase se distingue por el predominio de las grandes empresas monopólicas en la economía como consecuencia de una mayor concentración y centralización de los medios de producción, es decir, que distintos rubros de la producción son dominio de una o un reducido grupo de empresas; también por la fusión de los grandes bancos y la gran industria transformándose en capital financiero que controlan la producción a través de los créditos para la inversión y, también, por la necesidad de estos capitales monopolistas no solo de vender sus mercancías en otros países, sino de apropiarse de las materias primas y de la explotación de la mano de obra de las naciones menos desarrolladas. Es decir, en el imperialismo, no solo se exportan mercancías a todo el mundo, sino que además se exportan capitales (industrias, bancos, comercios) para que exploten directamente los recursos de otros países.
La competencia por el mercado, las materias primas y la mano de obra entre las naciones imperialistas de principios del siglo XX: Inglaterra, Alemania, Rusia, Francia, Italia, Japón y Estados Unidos, en las que el desarrollo capitalista llegó a esta fase superior, condujo a las dos grandes guerras mundiales, cuyo resultado fue el desmoronamiento de los viejos imperios coloniales, para dar paso a la formación de un solo imperio mundial, dirigido por Estados Unidos, cuyo dominio en el terreno económico se manifiesta a través del dólar como moneda global y las instituciones mundiales del crédito (FMI y Banco Mundial); además de su poderoso aparato militar y de su propaganda ideológica que pretende convencer a los pueblos de los países atrasados de la existencia de una “cultura Occidental” universal, dueña de los valores más avanzados de la humanidad.
En esta nueva circunstancia, se profundizaron las contradicciones del capitalismo señaladas por Marx y Lenin y, por tanto, se agudizaron sus nefastas consecuencias. Stalin, por ejemplo, señaló como otra característica fundamental del imperialismo, la profundización de la división internacional del trabajo, inicialmente entre países productores de mercancías con alto valor y países menos desarrollados exportadores de recursos naturales, como fue el caso mexicano, hasta los años 50's del siglo pasado.
Sin embargo, el desarrollo de los grandes monopolios ha conducido ya no solo a la explotación y el saqueo de los recursos naturales sino también a encontrar formas cada vez más eficientes para exprimir trabajo no pagado a las clases trabajadoras de los países dependientes, como en el caso de México, con la finalidad de contrarrestar la caída en las tasas de ganancia de los capitalistas, como consecuencia de la aparición y proliferación de medios de producción más sofisticados, automatizados, y, por tanto, de la disminución de la participación de mano de obra en los procesos productivos a nivel global. Al final de cuentas, como señaló Carlos Marx, solamente la fuerza de trabajo de los obreros puede generar nueva riqueza.
Uno de los mecanismos más efectivos que ha diseñado el imperialismo actual para detener la caída abrupta de la tasa de ganancia de sus grandes oligopolios es la reducción del salario de los trabajadores por debajo incluso de su verdadero valor, lo que únicamente puede lograrse en naciones con una clase obrera joven, con nula o poca experiencia de lucha y, al mismo tiempo, con un alto número de desempleados formando el ejército industrial de reserva, lo que sirve como presión adicional contra los obreros que sí tienen empleo y los obliga a tener que normalizar su bajísimos salarios. O sea, en países como México.
Esto significa que cuando las empresas imperialistas, en nuestro caso, las que provienen directamente de Estados Unidos, invierten en México lo hacen motivados principalmente por la mano de obra barata que se ofrece, porque en el fondo lo que están haciendo es extraer enormes ganancias adicionales por la diferencia de salarios de sus países de origen, conteniendo la caída de sus tasas de ganancia. Pero al capitalismo imperialista, ya no le es suficiente adquirir materias primas de bajo costo, la caída de su tasa de ganancia le exige que también se produzca con trabajo remunerado por debajo de su verdadero valor.
Esto explica el acelerado incremento de la llamada Inversión Extranjera Directa en México en los últimos 40 años, también explica la proliferación de maquilas en el norte del país que pagan muy bajos salarios y la reducción cada vez mayor del salario real, o sea no solo el que se paga directamente sino principalmente la reducción en la capacidad adquisitiva que tienen los trabajadores con el sueldo que ganan.
De acuerdo con la OCDE, de 1970 a 2012, de 31 países, México estaba en el último sitio en la participación de los salarios con respecto al valor total producido y en relación a las ganancias. Los costos laborales en México eran, hasta 2009, seis veces menores que en EUA. En la minería, los costos de la mano de obra mexicana eran 80% menores que los de Alemania, Corea del Sur y EUA; en el sector electrónico, el sueldo promedio mensual mexicano era el 14.3% del de EUA y 17.21% el de Corea del Sur; en la producción de vehículos era de 12.7% el de Alemania, 17.3% el de EUA y 19.6% el de Corea del Sur. Incluso, los costos por despidos eran muy inferiores; era 44% más barato que en China y 90% que en Corea del Sur.
De esto se deriva también la existencia de más de 30 millones de mexicanos viviendo del llamado trabajo informal (o sea, como ejército industrial de reserva) pues ayudan a contener el alza de los salarios, con el consiguiente incremento de la delincuencia y la criminalidad y, por supuesto, también explica la falta de inversión real en educación, desarrollo científico y tecnológico en nuestro país pues no hay interés en desarrollar nuestra economía nacional y mejorarla.
Esta situación explica igualmente el avasallamiento ideológico y propagandístico del imperialismo norteamericano sobre nuestra cultura, la cada vez mayor pérdida de identidad nacional y el desprecio creciente a nuestra historia. Pues en el tablero internacional somos una nación dependiente sometida al imperialismo, cuyo papel es generar todas las facilidades para que las empresas transnacionales se apropien de nuestras riquezas naturales y exploten de forma cada vez más brutal a la mano de obra mexicana.
Así que sigue pendiente la tarea de conseguir la verdadera independencia de México, lograrla, sobre todo, en el terreno económico. No hay camino fácil, no es que nos opongamos propiamente a la inversión de empresas extranjeras en el país, pero la historia y la economía han demostrado que por sí solo, el mercado no tiene mecanismos para repartir la riqueza, más bien tiende a concentrarla en pocas manos.
Solo un Estado fuerte puede generar mecanismos de redistribución de la renta nacional tales como la elevación de los salarios, la generación de empleos formales, el cobro de mayores impuestos a los multimillonarios y la inversión del gobierno en obra social y servicios básicos de primer nivel para las clases trabajadoras. Generar ese Estado fuerte, con un gobierno popular, requiere de la participación activa de las grandes clases desfavorecidas del país y de la existencia de una clase política nueva, de un partido revolucionario genuinamente al servicio del interés nacional. Es una tarea enorme y muy difícil que, sin embargo, los antorchistas nos hemos echado a cuestas desde hace más de 50 años y no creemos que nuestra lucha haya sido ni sea en vano.
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