En las fronteras invisibles de Querétaro, donde la modernidad de la capital comienza a desvanecerse, se encuentran colonias que parecen atrapadas en un pasado de desigualdad y rezago. Comunidades como La Negreta, Cerrito Colorado, Charco Blanco, Altos del Pueblito, Benito Juárez, Manuel Serrano, Valle Dorado, entre muchas otras, representan una realidad que contrasta drásticamente con el desarrollo que caracteriza al corazón urbano del estado.
En estos lugares, miles de familias enfrentan a diario un panorama desolador, marcado por la carencia de servicios básicos como agua potable, drenaje, electricidad y calles pavimentadas. La vida en estas colonias está impregnada de esfuerzo y resistencia frente al abandono sistemático, la falta de oportunidades y una creciente indiferencia social. A pesar de ello, estas comunidades rara vez figuran en la agenda pública, salvo cuando las promesas políticas florecen en tiempos de elecciones, prometiendo soluciones que, en su mayoría, nunca llegan a materializarse.
El día a día de estas colonias está lleno de desafíos: el acceso limitado a la educación, la salud y el empleo son solo algunos de los problemas que perpetúan un ciclo de marginación. Sin embargo, también son espacios de lucha y esperanza, donde las redes de solidaridad entre vecinos y el anhelo de un futuro mejor mantienen vivo el espíritu comunitario. Estas colonias invisibles, aunque relegadas, son un recordatorio urgente de las brechas sociales que aún persisten en Querétaro, un estado que aspira a ser símbolo de progreso pero que aún tiene deudas pendientes con quienes viven en sus márgenes.
Estadísticas que no mienten
Según cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), más del 40% de la población en estas colonias vive en situación de pobreza, un dato que refleja las profundas desigualdades que persisten en los márgenes de Querétaro. En lugares como La Negreta y sus 32 colonias aledañas, el 65% de los hogares enfrenta una grave carencia: la falta de acceso regular al agua potable. Mientras tanto, en Charco Blanco, apenas el 30% de las viviendas dispone de un sistema de drenaje funcional, lo que agrava los riesgos de salud y saneamiento para sus habitantes.
La electricidad, considerada un servicio básico en la mayoría de los hogares urbanos, es para muchos de estos habitantes un lujo intermitente o, en algunos casos, inexistente. Esto contrasta notablemente con la imagen de progreso que el centro de Querétaro proyecta, dejando en evidencia las desigualdades estructurales que relegan a estas comunidades al olvido.
“Aquí no hay calles pavimentadas, y cuando llueve es un lodazal. Nos prometen que lo arreglarán, pero pasan los años y nada cambia, la CEA dice que va traernos el agua potable, pero son palabras que llevan más de 5 años”, dice Doña Hermenegilda, una residente de Benito Juárez, en Corregidora, mientras señala las calles cubiertas de fango. Como ella, cientos de personas expresan un sentimiento de desilusión y hastío hacia las promesas vacías que escuchan cada ciclo electoral.
Estas condiciones no solo reflejan el abandono gubernamental, sino que también perpetúan un ciclo de marginación que parece no tener fin. Las estadísticas son frías, pero detrás de ellas hay historias humanas de lucha cotidiana, de madres y padres que intentan construir un futuro mejor para sus hijos a pesar de las adversidades. Este panorama plantea un reto urgente: cerrar las brechas de desigualdad y convertir las promesas en acciones reales que transformen la vida de estas.
Un ciclo de abandono
El problema de las colonias marginadas en Querétaro no es reciente. Estas comunidades han surgido y crecido de manera desordenada, resultado de décadas de falta de planeación urbana y de una migración constante hacia el estado en busca de un futuro mejor. Sin embargo, lo que muchas familias encuentran al llegar a estas tierras no es la prosperidad que imaginaron, sino condiciones de vida igual o incluso más adversas que las que dejaron atrás.
En colonias como 20 de Enero, Los Ángeles y El Romeral, las familias viven en terrenos irregulares, muchas veces en viviendas improvisadas construidas con materiales precarios que apenas ofrecen resguardo. Estas áreas carecen de servicios esenciales y muestran un abandono evidente que se extiende por generaciones.
“Las elecciones son el único momento en que vienen a visitarnos. Nos prometen pavimentar las calles, pero al final solo se acuerdan de nosotros cuando quieren votos”, denuncia Hortensia Medellín, una madre de familia que lleva 18 años en la 20 de Enero. Sus palabras reflejan el sentimiento generalizado de desilusión y hartazgo que predomina entre los habitantes de estas comunidades.
Este crecimiento desordenado no solo dificulta el acceso a servicios básicos, sino que también contribuye al aislamiento social y económico de estas colonias, perpetuando un ciclo de pobreza que resulta difícil de romper. La falta de infraestructura adecuada, de políticas de desarrollo sostenibles y de una atención integral a las necesidades de estas comunidades han convertido a estas colonias en un recordatorio de las deudas históricas que la ciudad de Querétaro tiene con su periferia.
Estas realidades demandan acciones inmediatas, no solo para mitigar las carencias actuales, sino también para sentar las bases de un desarrollo urbano más equitativo y humano. Es urgente transformar estos espacios de marginación en comunidades dignas y habitables, donde las promesas no queden en palabras vacías, sino en resultados tangibles que mejoren la calidad de vida de sus habitantes.
El silencio de las autoridades
La realidad de las colonias marginadas de Querétaro es un tema que rara vez ocupa un lugar destacado en las agendas políticas, quedando relegado a un segundo plano frente a otros intereses. Aunque existen programas sociales diseñados para atender estas problemáticas, su implementación suele ser deficiente, y los resultados están lejos de ser suficientes para abordar las necesidades urgentes de estas comunidades.
De los 500 millones de pesos asignados este año al desarrollo social en el estado, menos del 10% se destinó a las colonias marginadas, según un informe del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Autónoma de Querétaro. Este dato no solo refleja la falta de prioridad que reciben estas zonas, sino que también evidencia un enfoque desigual en la distribución de los recursos públicos.
Mientras tanto, los habitantes de estas comunidades enfrentan día a día una lucha constante contra las carencias más básicas. La falta de inversión en infraestructura, servicios y programas de desarrollo integral perpetúa un ciclo de pobreza que no solo limita su calidad de vida, sino que también reduce sus oportunidades de progreso.
El problema no radica únicamente en la insuficiencia de los recursos destinados, sino también en la falta de estrategias efectivas y sostenibles para garantizar que las inversiones lleguen a quienes más las necesitan. Los números fríos del presupuesto no logran capturar las historias de desesperanza, esfuerzo y resistencia que marcan la vida en estas colonias.
Esta disparidad presupuestal debería ser una llamada de atención para replantear las políticas públicas y asegurar que el desarrollo sea equitativo, inclusivo y verdaderamente transformador. Es imprescindible que los recursos asignados no solo aumenten, sino que se enfoquen en generar cambios reales y duraderos que permitan a estas comunidades superar las condiciones de marginación que han enfrentado por generaciones.
Un llamado a la acción
El olvido no puede seguir siendo el destino de las colonias marginadas de Querétaro. Comunidades como La Negreta, Cerrito Colorado, Charco Blanco y tantas otras han sido abandonadas por años, relegadas a un segundo plano dentro de las políticas públicas que, en la mayoría de los casos, se limitan a respuestas superficiales y a soluciones temporales. Desde un enfoque periodístico, es urgente visibilizar no solo la condición de estas colonias, sino la necesidad de un cambio estructural que les permita acceder a los mismos derechos y oportunidades que las zonas más favorecidas de la ciudad.
Las historias de los habitantes de estas comunidades no son solo relatos de sufrimiento, sino también de resiliencia, de lucha constante por lo más básico: servicios públicos dignos, educación de calidad, infraestructura adecuada y seguridad. Sin embargo, lo que más resalta en sus relatos es el abandono institucional, una falta de inversión en áreas clave que perpetúa la desigualdad social. La promesa de atención, siempre presente en los discursos políticos, se desvanece frente a la realidad de las calles en mal estado, las viviendas precarias y la escasez de servicios médicos.
Desde una perspectiva periodística, es imperativo exigir políticas públicas integrales que no solo den respuesta a las necesidades inmediatas de estas comunidades, sino que también promuevan un desarrollo sostenible. No basta con poner parches a un sistema que está roto. Las autoridades deben comprometerse a diseñar e implementar políticas que, a largo plazo, generen las condiciones necesarias para que estas colonias no sigan siendo invisibles. Las soluciones deben ir más allá de los anuncios mediáticos y materializarse en acciones concretas, como la creación de empleos, la mejora en la infraestructura, la construcción de escuelas y hospitales, y el fomento a la seguridad y el bienestar.
Pero más allá de las políticas, el verdadero cambio debe venir de un reconocimiento social. La dignidad humana no puede seguir siendo un privilegio reservado solo para quienes viven en las zonas más prósperas de la ciudad. Es un derecho fundamental que debe ser garantizado a todos. No es justo que el destino de miles de personas dependa de la voluntad política de unos pocos, ni que sus necesidades sigan siendo tratadas como problemas marginales. El olvido es una forma de violencia, una violencia que, aunque no siempre visible, tiene un impacto devastador en la vida de quienes la sufren.
El periodismo tiene un rol crucial en este proceso: ser la voz de los que no tienen voz, denunciar las desigualdades y exigir justicia. Las periferias no deben seguir siendo un espacio de silencio. Las historias de quienes viven allí deben ser escuchadas, sus demandas deben ser atendidas, y sus derechos, finalmente, deben ser respetados.
Una llama que ilumina.
El olvido no puede seguir siendo el destino de estas colonias. La marginación, la desigualdad y la indiferencia no deben normalizarse en un estado que aspira al progreso. Es urgente trazar un camino hacia políticas públicas integrales que no solo resuelvan las carencias inmediatas, sino que también sienten las bases para un desarrollo sostenible y equitativo.
Ante este panorama, existe una llama que ilumina, gracias a la gestión y el esfuerzo constante del Movimiento Antorchista, se han logrado avances significativos en diversos municipios de Querétaro, como Querétaro, Corregidora, San Juan del Río y El Marqués. Estos logros incluyen la pavimentación de calles, la introducción de electricidad, el acceso a agua potable, la mejora en servicios de transporte y la construcción de espacios educativos que han transformado la vida de miles de habitantes de colonias marginadas.
En particular, destaca el caso de La Negreta, donde gracias a esta labor se han establecido la Escuela Secundaria Reforma Agraria y la Preparatoria Nicolás Romero, instituciones que representan un paso importante hacia el acceso a la educación para las comunidades más vulnerables. Estas iniciativas no solo responden a necesidades inmediatas, sino que también fomentan el desarrollo a largo plazo al proporcionar oportunidades educativas que impactan positivamente en las futuras generaciones.
Es fundamental destacar que estas acciones reflejan un modelo de trabajo que prioriza la atención a las necesidades básicas de las comunidades y promueve un desarrollo integral. En un contexto donde las políticas públicas han sido insuficientes para atender la magnitud del rezago social, el Movimiento Antorchista se posiciona como un referente de acción organizada, ofreciendo soluciones concretas a problemáticas históricas.
La dignidad no debería ser un privilegio reservado para unos pocos; es un derecho inalienable que requiere atención, compromiso y acción inmediata. Es hora de que las comunidades marginadas se conviertan en prioridad y no en un recordatorio incómodo de las fallas del sistema.
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