El título de este texto es una frase que se atribuye a Heráclito, filósofo griego que vivió entre los siglos V y IV antes de Cristo. Las contribuciones de Heráclito al pensamiento filosófico no se pueden exponer profundamente en un texto como el presente, pero sí es posible recuperar una, aquella que se condensa en este título.
Heráclito y Sócrates nos enseñan que la filosofía no se puede dar sin la cotidianeidad, sin nuestra vida diaria y, sin embargo, ellos mismos nos enseñan que esta experiencia inmediata no es suficiente para la reflexión filosófica.
Para Heráclito el aspecto fundamental de todas las cosas que nos rodean es su constante movimiento, por lo que no se puede dar cuenta de cualquier fenómeno si éste no se explica desde las transformaciones que acontecen en su interior y que lo hacen continuar existiendo. Comprender el movimiento de las cosas es lo que nos acerca a la verdad. Contrario a lo que alguna gente piensa, la filosofía no considera que sea posible conocer las cosas con independencia de ellas, alejándose de ellas de forma intencionada para reflexionar únicamente en el plano de la abstracción que la mente hace de las cosas. La filosofía sí debe, en su original labor crítica, ser capaz de superar lo inmediato de las cosas, la forma más básica en que se relaciona con los sentidos y la razón, pero nunca olvida que su reflexión es sobre la realidad. Y Heráclito es un claro ejemplo de esto. Cuando Heráclito dijo que también en la cocina hay dioses, se refería a que cualquier lugar, situación o circunstancia es propicia para la reflexión filosófica, para detenerse a pensar sobre las condiciones del movimiento, comprender el movimiento y acercarse a la verdad. La cocina, con su cotidianeidad y ajetreo, puede propiciar la reflexión filosófica.
Otro gran pensador que actuó con esta misma convicción fue Sócrates. Se sabe que Sócrates aprovechaba cualquier momento para “platicar” con la gente sobre los aspectos más inmediatos y cotidianos de la vida. En sus charlas con el zapatero o con el intelectual, Sócrates tomaba ventaja de la cotidianeidad y lanzaba preguntas que incitaban a la reflexión filosófica. Dice Plutarco que Sócrates “Fue el primero en mostrar que, en todo tiempo y en todo lugar, en todo lo que nos sucede y en todo lo que hacemos, la vida cotidiana da la posibilidad de filosofar”.
Heráclito y Sócrates nos enseñan que la filosofía no se puede dar sin la cotidianeidad, sin nuestra vida diaria y, sin embargo, ellos mismos nos enseñan que esta experiencia inmediata no es suficiente para la reflexión filosófica. Heráclito fue conocido como “el oscuro”, porque mucha gente no comprendía el lenguaje que empleaba para explicar el movimiento del mundo, para explicar su filosofía; Sócrates, por su parte, iba preguntándole a la gente sobre conceptos, es decir, sobre la Justicia, Belleza, Saber, etcétera, no sobre hechos aislados que se consideraran justos, bellos, sabios…, forzando a que los ciudadanos atenienses se cuestionaran el valor y dirección que le daban a su vida cotidiana y lo hicieran constantemente.
Estos dos pensadores forman parte de los precursores de la filosofía, ambos contribuyeron al surgimiento de la filosofía como una reflexión coherente y crítica del mundo en tanto que 1) demostraron que cualquier momento de la vida es un momento adecuado para reflexionar sobre la cotidianeidad, la personalidad o el universo, que la filosofía nunca se da sin la realidad; y 2) demostraron que esta reflexión, para ser efectiva, no puede bastarse con lo inmediato, requiere de un esfuerzo de la razón por crear un lenguaje que logre dar cuenta de los matices y contradicciones que nutren y complejizan la existencia y el ser de las cosas. Los dioses están en la cocina, pero hay que aprender a analizarlos.
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